REVOLUCION Y CONTRA-REVOLUCION
Plinio Corrêa de Oliveira
Prólogo del autor para la 1ª edición
argentina
Mis jóvenes y brillantes amigos de la Sociedad Argentina
de Defensa de la Tradición,
Familia y Propiedad me pidieron, para esta nueva edición de “Revolución y
Contra-Revolución” (1), un prólogo sobre los puntos de contacto de
este libro con el “Tratado de la Verdadera Devoción a la Santísima Virgen”
de San Luis María Grignion de Montfort.
Muchos son hoy -fuera de los medios
progresistas (2), es claro- los católicos que conocen y admiran la
obra del fogoso y gran misionero popular del siglo XVIII.
Nació en Montfort-sur-Meu o
Montfort-la-Cane (Bretaña) en el año 1673. Ordenado sacerdote en 1700, se
dedicó, hasta su muerte en el año de 1716, a predicar misiones a las poblaciones
rurales y urbanas de Bretaña, Normandía, Poitou, Vendée, Aunis, Saintonge,
Anjou, Maine. Las ciudades en que predicó, inclusive las más importantes,
vivían en gran medida de la agricultura y estaban profundamente marcadas por la
vida rural. De suerte que San Luis María, si bien no haya predicado en forma
exclusiva a campesinos, puede ser considerado esencialmente un apóstol de
poblaciones rurales.
En sus prédicas, que en términos modernos
podrían ser llamadas aggiornate (3), no se limitaba a enseñar la doctrina católica de modo
que sirviesen para cualquier época y cualquier lugar, sino que sabía dar realce
a los puntos más necesarios para los fieles que lo oían.
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(N. del E.1): julio de 1970
(N. del E. 2): los medios progresistas: son bien
conocidos: en oposición a la
Tradición de la
Iglesia y continuando y radicalizando las tendencias
modernistas condenadas por San Pío X en la Enc. Pascendi, so
capa de renovación y de adaptación al mundo actual, introducen toda clase de
cambios doctrinarios, litúrgicos, criteriológicos, ambientales y promueven la Revolución en la Iglesia Católica.
Normalmente, el “progresismo” adopta posturas políticas de izquierda,
inspiradas en la “Teología de la
Liberación”, condenada por S. S. Juan Pablo II.
(N. del E. 3): “al día”
El género de su aggiornamento
dejaría probablemente desconcertados a muchos de los prosélitos del aggiornamento
moderno. No veía los errores de su tiempo como meros frutos de equívocos
intelectuales, oriundos de hombres de insospechable buena fe: errores que por
esto mismo serían siempre disipados por un diálogo diestro y ameno.
Capaz del diálogo afable y atrayente, no
perdía de vista, sin embargo, toda la influencia del pecado original y de los pecados actuales, así como la acción del
príncipe de las tinieblas, en la génesis y en el desarrollo de la inmensa lucha
movida por la impiedad contra la
Iglesia y la Civilización Cristiana.
La célebre trilogía demonio, mundo y carne,
presente en las reflexiones de los teólogos y misioneros de buena ley en todos
los tiempos, él la tenía en vista como uno de los elementos básicos para el
diagnóstico de los problemas de su siglo. Y así, conforme las circunstancias lo
pedían, sabía ser ora suave y dulce, como un ángel-mensajero de la dilección o
del perdón de Dios, ora batallador e invicto, como un ángel enviado para
anunciar las amenazas de la
Justicia Divina contra los pecadores rebeldes y endurecidos.
Ese gran apóstol supo alternadamente dialogar y polemizar, y en él el polemista
no impedía la efusión de las dulzuras del Buen Pastor, ni la mansedumbre
pastoral aguaba los santos rigores del polemista.
Estamos, con este ejemplo, bien lejos de
ciertos progresistas para quienes todos nuestros hermanos separados, heréticos
o cismáticos, serían necesariamente de buena fe, engañados por meros equívocos,
de suerte que polemizar con ellos sería siempre un error y un pecado contra la
caridad.
La sociedad francesa de los siglos XVII y
XVIII (nuestro Santo vivió, como vimos, en el ocaso de uno y en las primeras
décadas del otro) estaba gravemente enferma. Todo la preparaba para recibir
pasivamente la inoculación de los gérmenes del Enciclopedismo y desmoronarse
enseguida en la catástrofe de la Revolución Francesa.
Presentando aquí un cuadro circunscripto de
ella y, por tanto, forzosamente muy simplificado -indispensable, sin embargo,
para comprender la prédica de nuestro Santo- puede decirse que en las tres
clases sociales, clero, nobleza y pueblo, preponderaban dos tipos de alma: los
laxos y los rigoristas. Los laxos, tendientes a una vida de placeres que
llevaba a la disolución y al escepticismo. Los rigoristas, propensos a un
moralismo yerto, formal y sombrío, que llevaba a la desesperación cuando no a
la rebelión. Mundanismo y jansenismo eran los dos polos que ejercían una
nefasta atracción, inclusive en medios reputados como los más piadosos y
moralizados de la sociedad de entonces.
Uno y otro -como tantas veces sucede con
los extremos del error- llevaban a un mismo resultado. En efecto, cada cual por
su camino apartaban las almas del sano equilibrio espiritual de la Iglesia. Esta,
efectivamente, nos predica en admirable armonía la dulzura y el rigor, la
justicia y la misericordia. Nos afirma por un lado la grandeza natural
auténtica del hombre -sublimada por su elevación al orden sobrenatural y su
inserción en el Cuerpo Místico de Cristo- y por otro lado nos hace ver la
miseria en que nos lanzó el pecado original, con toda su secuela de nefastas consecuencias.
Nada más normal que la coligación de los
errores extremos y contrarios frente al apóstol que predicaba la doctrina
católica auténtica: el verdadero contrario de un desequilibrio no es el
desequilibrio opuesto, sino el equilibrio. Y así, el odio que anima a los
secuaces de los errores opuestos no los arroja unos contra otros, sino que los
lanza contra los Apóstoles de la Verdad. Máxime cuando esa verdad es proclamada
con una vigorosa franqueza, poniendo en realce los puntos que discrepan más agudamente
con los errores en boga.
Exactamente así fue la prédica de San Luis
María Grignion de Montfort. Sus sermones, pronunciados en general ante grandes
auditorios populares, culminaban, no pocas veces, en verdaderas apoteosis de
contrición, de penitencia y de entusiasmo. Su palabra clara, llameante,
profunda, coherente, sacudía las almas ablandadas por los mil grados de molicie
y sensualidad que en aquella época se difundían desde las clases altas hacia
los demás estratos de la sociedad.
Al final de sus sermones, frecuentemente
los oyentes reunían en la plaza pública pirámides de objetos frívolos o
sensuales y de libros impíos, a los cuales encendían fuego. Mientras ardían las
llamas, nuestro infatigable misionero hacía nuevamente uso de la palabra, incitando
al pueblo a la austeridad.
Esta obra de regeneración moral tenía un
sentido fundamentalmente sobrenatural y piadoso. Jesucristo crucificado, su
Sangre preciosa, sus Llagas sacratísimas, los Dolores de María eran el punto de
partida y el término de su prédica. Por esto mismo promovió en Pont-Château la
construcción de un gran Calvario que debería ser el centro de convergencia de
todo el movimiento espiritual suscitado por él.
En la Cruz veía nuestro Santo la fuente de una superior
sabiduría, la Sabiduría
cristiana, que enseña al hombre a ver y amar en las cosas creadas
manifestaciones y símbolos de Dios; a sobreponer la Fe a la razón orgullosa, la Fe y la recta razón a los
sentidos rebelados, la moral a la voluntad desordenada, lo espiritual a lo
material, lo eterno a lo contingente y transitorio.
Pero este ardoroso predicador de la genuina
austeridad cristiana nada tenía de la austeridad taciturna, biliosa y estrecha
de un Savonarola o de un Calvino. Ella era suavizada por una tiernísima
devoción a Nuestra Señora.
Puede decirse que nadie Ilevó más alto que él la devoción a la Madre de Misericordia.
Nuestra Señora, en cuanto Mediadora necesaria -por elección divina- entre
Jesucristo y los hombres, fue el objeto de su continuo enlevo (1), el tema que suscitó sus meditaciones más
profundas, más originales. Ningún crítico serio puede negarles la calificación
de inspiradamente geniales. En torno de la Mediación Universal
de María -hoy verdad de Fe- San Luis María Grignion de Montfort construyó toda
una mariología que es el mayor monumento de todos los siglos a la Virgen Madre de Dios.
Estos son los principales rasgos de su
admirable prédica. Toda esta prédica está condensada en los tres trabajos
principales escritos por el Santo: la “Carta
Circular a los Amigos de la Cruz”,
el “Tratado de la Divina Sabiduría”
y el “Tratado de la Verdadera Devoción
a la Santísima Virgen”,
una especie de trilogía admirable, toda de oro y de fuego, de la cual se
destaca, como obra prima entre las obras primas, el “Tratado de la Verdadera Devoción
a la Santísima Virgen”.
Por estas obras podemos darnos cuenta de la
substancia de la prédica de San Luis María Grignion de Montfort.
*
* *
Nuestro Santo fue un gran perseguido. Este
rasgo de su existencia es realzado por todos sus biógrafos (*).
Un vendaval furioso, movido por los
mundanos, por los escépticos enfurecidos ante tanta Fe y tanta austeridad, y
por los jansenistas, indignados ante una devoción insigne a Nuestra Señora, de
la cual dimanaba una suavidad inefable, se irguió contra su prédica. De ahí se
originó un torbellino que levantó contra él, por así decir, a toda Francia.
No pocas veces, como sucedió en 1705 en la
ciudad de Poitiers, sus magníficos "autos de fe" contra la
inmoralidad fueron interrumpidos por
orden de autoridades eclesiásticas, quienes evitaban así la
destrucción de esos objetos de perdición. En casi
todas las diócesis
de Francia le fue
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(N. del E. 1): La palabra portuguesa enlevo carece de equivalente en
castellano; por ello, por la fuerza de expresión que el vocablo tiene y para no
restar énfasis a lo que el autor ha querido significar, hemos preferido
mantenerla en el idioma original. Significa, en este contexto, una admiración
muy profunda acompañada de un acto de amor e inocencia que mueve a la
dedicación.
También, de acuerdo al
diccionario, elevación o vuelo de alma o del espíritu, encanto, éxtasis,
arrobamiento, deleite, maravillamiento (cfr. Francisco da Silveira Bueno).
(*) Entre sus
numerosas biografías, citamos las siguientes:
-Obras de San Luis María Grignion de Montfort, BAC, Madrid, tomo
111, preparada por el P. Camilo Abad, S.J.
-
Louis Le Crom, Un apôtre marial - Calvaire de Montfort, Pont-Château.
-
Mons. Laveille, Le Bienheureux Louis Marie Grignion de Montfort d' après des documents
inédits, 1907, Pouisselgue.
negado el uso de las órdenes (1). Después de 1711, sólo
los Obispos de La Rochelle
y de Luçon le permitieron la actividad misionera. Y, en 1710, Luis XIV ordenó
la destrucción del Calvario de Pont-Château.
Ante ese inmenso poder del mal, nuestro
Santo se reveló profeta. Con palabras de fuego, denunció los gérmenes que
minaban la Francia
de entonces y vaticinó una catastrófica subversión que de ellos habría de
derivar (cfr. “El Reino de María,
realización del mundo mejor”, "Catolicismo", número 55, junio
de 1955). El siglo en que San Luis María murió no terminó sin que la Revolución Francesa
confirmase de modo siniestro sus previsiones.
Hecho al mismo tiempo sintomático y
entusiasmante: las regiones en donde nuestro Santo tuvo libertad de predicar su
doctrina y en las cuales las masas humildes lo siguieron, fueron aquellas en
que los chouans se levantaron, armas en mano, contra la impiedad y la
subversión. Eran los descendientes de los campesinos que habían sido misionados
por el gran Santo, y preservados así de los gérmenes de la Revolución.
Del nexo entre la obra maestra de este gran
Santo y el contenido de nuestro ensayo -tan disminuido por la comparación- es
que nos debemos ocupar.
*
* *
Comencemos por exponer aquí algunos
pensamientos contenidos en “Revolución y Contra-Revolución”.
La
Revolución
es presentada en él como un inmenso proceso de tendencias, doctrinas, de
transformaciones políticas, sociales y económicas, derivado en último análisis
-estaría tentado a decir en ultimísimo análisis- de una deterioración moral
nacida de dos vicios fundamentales: el orgullo y la impureza, que suscitan en
el hombre una incompatibilidad profunda con la doctrina católica.
En efecto, la Iglesia Católica
tal como es, la doctrina que enseña, el universo que Dios creó y que podemos
conocer tan espléndidamente a través de sus prismas, todo eso excita en el
hombre virtuoso, puro y humilde un profundo enlevo.
El siente alegría al considerar que la Iglesia y el universo son como son.
Pero si una persona cede en algo a los
vicios del orgullo o de la impureza, comienza a crearse en ella una
incompatibilidad con varios aspectos de la Iglesia o del orden del Universo. Esa
incompatibilidad puede comenzar, por ejemplo, con una antipatía con el carácter jerárquico de la
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(N. del E. 1): predicar y administrar los Sacramentos.
Iglesia, después desdoblarse y alcanzar a la jerarquía de la
sociedad temporal, para más tarde manifestarse en relación al orden jerárquico
de la familia. Y así, una persona puede, por varias formas de igualitarismo,
llegar a una posición metafísica de condenación de toda y cualquier
desigualdad, y del carácter jerárquico del Universo. Sería el efecto del
orgullo en el campo de la metafísica.
De modo análogo se puede delinear las
consecuencias de la impureza en el pensamiento humano. El hombre impuro, por
regla general, comienza por tender hacia el liberalismo: lo irrita la existencia
de un precepto, de un freno, de una ley que circunscriba el desborde de sus
sentidos. Y, con esto, toda ascesis le parece antipática. De esa antipatía,
naturalmente, viene una aversión al propio principio de autoridad, y así
sucesivamente. El anhelo de un mundo anárquico -en el sentido etimológico de la
palabra- sin leyes ni poderes constituidos, y en el cual el propio Estado no
sea sino una inmensa cooperativa, es el punto extremo del liberalismo generado
por la impureza.
Tanto del orgullo cuanto del liberalismo
nace el deseo de igualdad y libertad totales, que es la médula del comunismo.
A partir del orgullo y de la impureza se
van formando los elementos constitutivos de una concepción diametralmente
opuesta a la obra de Dios. Esa concepción, en su aspecto final, ya no difiere
de la católica solamente en uno u otro punto. A medida que, a lo largo de las
generaciones, esos vicios se van profundizando y volviendo más acentuados, se
va estructurando toda una concepción gnóstica y revolucionaria del Universo.
La individuación, que para la gnosis es el
mal, es un principio de desigualdad. La jerarquía -cualquiera que sea- es hija
de la individuación. El universo -según el gnóstico- se rescata de la
individuación y de la desigualdad en un proceso de destrucción del
"yo", que reintegra a los individuos en el gran Todo homogéneo. La
realización, entre los hombres, de la igualdad absoluta, y de su corolario, la
libertad completa -en un orden de cosas anárquico- puede ser vista como una
etapa preparatoria de esa reabsorción total.
No es difícil notar desde esta perspectiva
un nexo entre gnosis y comunismo.
Así, la doctrina de la Revolución es la
gnosis, y sus causas últimas tienen sus raíces en el orgullo y en la
sensualidad. Dado el carácter moral de estas causas, todo el problema de la Revolución y de la Contra-Revolución
es, en el fondo, y principalmente, un problema moral. Lo que se dice en “Revolución
y Contra-Revolución” es que, si no fuese por el orgullo y la sensualidad, la Revolución como
movimiento organizado en el mundo entero no existiría, no sería posible.
Ahora bien, si en el centro del problema de
la Revolución
y de la
Contra-Revolución hay una cuestión moral, hay también y
eminentemente una cuestión religiosa, porque todas las cuestiones morales son
substancialmente religiosas.
No hay moral sin religión. Una moral sin
religión es lo más inconsistente que se pueda imaginar. Todo problema moral es,
pues, fundamentalmente religioso. Siendo así, la lucha entre la Revolución y la Contra-Revolución
es una lucha que, en su esencia, es religiosa. Si es religiosa, si es una
crisis moral lo que da origen al espíritu de la Revolución, entonces
esa crisis sólo puede ser evitada o remediada con el auxilio de la gracia.
Es un dogma de la Iglesia que los hombres no
pueden, sólo con los recursos naturales, cumplir durablemente y en su
integridad los preceptos de la moral católica, sintetizados en la Antigua y en la Nueva Ley. Para cumplir
los mandamientos, es necesaria la ayuda de la gracia.
Por otro lado, si el hombre cae en estado
de pecado, acumulándose en él las apetencias por el mal, a fortiori no
conseguirá levantarse del estado en que cayó, sin el socorro de la gracia.
Proviniendo de la gracia toda preservación
moral verdadera o toda regeneración moral auténtica, es fácil ver el papel de
Nuestra Señora en la lucha entre la Revolución y la Contra-Revolución. La
gracia depende de Dios; sin embargo, Dios, por un acto libre de Su voluntad,
quiso hacer depender de Nuestra Señora la distribución de las gracias. María es
la Medianera
Universal, es el canal por donde pasan todas las gracias. Por
lo tanto, su auxilio es indispensable para que no haya Revolución, o para que
ésta sea vencida por la
Contra-Revolución.
En efecto, quien pide la gracia por
intermedio de Ella, la obtiene. Quien intentare conseguirla sin el auxilio de
María no la obtendrá. Si los hombres, recibiendo la gracia, corresponden a
ella, está implícito que la
Revolución desaparecerá. Por el contrario, si no
correspondieren a ella, es inevitable que la Revolución surja y
triunfe. Por lo tanto, la devoción a Nuestra Señora es condición sine qua
non para que la
Revolución sea aplastada, para que venza la Contra-Revolución.
Insisto en lo que acabo de afirmar. Si una
Nación fuere fiel a las gracias necesarias y suficientes que recibe de Nuestra
Señora, y si se generalizare en ella la práctica de los Mandamientos, es
inevitable que la sociedad se estructure bien. Porque con la gracia viene la
sabiduría, y, con ésta, todas las actividades del hombre entran en sus cauces.
Ello se comprueba en cierto modo al
analizar el estado en que se encuentra la civilización contemporánea.
Construida sobre un rechazo de la gracia, alcanzó algunos resultados
estrepitosos que, sin embargo, devoran al hombre. La actual civilización es
nociva para el hombre en la medida en que tiene por base el laicismo y viola en
varios aspectos el Orden Natural enseñado por la Iglesia.
Siempre que la devoción a Nuestra Señora
sea ardorosa, profunda y de rica substancia teológica, es claro que la oración
de quien pida será atendida. Las gracias lloverán sobre quien rece a Ella
devota y asiduamente. Si, por el contrario, esa devoción fuere falsa o tibia,
manchada por restricciones de sabor jansenista o protestante, hay grave riesgo
de que la gracia sea dada con menos largueza, porque encuentra por parte del
hombre nefastas resistencias. Lo que se dice del hombre puede decirse, mutatis
mutandis, de la familia, de una región, de un país o de cualquier otro
grupo humano.
Es costumbre decir que, en la economía de
la gracia, Nuestra Señora es el cuello del Cuerpo Místico del cual Nuestro
Señor Jesucristo es la Cabeza,
porque todo pasa por Ella. La imagen es enteramente verdadera en la vida
espiritual. Un individuo que tiene poca devoción a Nuestra Señora es como
alguien que tiene una cuerda atada al cuello y conserva apenas un resto de
respiración. Cuando no tiene devoción alguna, se asfixia. Teniendo una gran
devoción, en cambio, el cuello queda completamente libre y el aire penetra
abundantemente en los pulmones, pudiendo el hombre vivir normalmente.
La esterilidad y hasta la nocividad de todo
lo que se hace contra la acción de la gracia y la enorme fecundidad de lo que
se hace con su auxilio, determinan bien la posición de Nuestra Señora en ese
combate entre la Revolución
y la
Contra-Revolución, pues la intensidad de las gracias
recibidas por los hombres dependen de la mayor o menor devoción que a Ella
tuvieren.
Una visión de la Revolución y de la Contra-Revolución
no puede quedar sólo en estas consideraciones. La Revolución no es el
fruto de la mera maldad humana. Esta última abre las puertas al demonio, por el
cual se deja estimular, exacerbar y dirigir.
Es, pues, importante considerar en esta
materia la oposición entre Nuestra Señora y el demonio. El papel del demonio en
la eclosión y en los progresos de la Revolución fue enorme. Como es lógico pensar, una
explosión de pasiones desordenadas tan profunda y tan general como la que
originó la Revolución,
no habría ocurrido sin una acción preternatural. Además, sería difícil, sin el
concurso del espíritu del mal, que el hombre alcanzase los extremos de
crueldad, de impiedad y de cinismo a los cuales la Revolución llegó varias
veces a lo largo de su historia.
Ahora bien, ese tan fuerte factor de
propulsión depende totalmente de Nuestra Señora. Basta que Ella fulmine un acto
de imperio sobre el infierno para que éste se estremezca, se confunda, se
recoja y desaparezca de la escena humana. Al contrario, basta que Ella, para
castigo de los hombres, deje al demonio un cierto margen de acción, para que la
misma progrese. Por lo tanto, los enormes fautores de la Revolución y de la Contra-Revolución,
que son respectivamente el demonio y la gracia, dependen de su imperio y su
dominio.
La consideración de este soberano poder de
Nuestra Señora nos aproxima a la idea de la Realeza de María. Es preciso no ver esa realeza
como un título meramente decorativo. Aunque sumisa en todo a la voluntad de
Dios, la realeza de Nuestra Señora implica un auténtico poder de gobierno
personal.
Tuve ocasión de emplear cierta vez, en una
conferencia, una imagen que facilita comprender el papel de Nuestra Señora como
Reina.
Imagínese un director de colegio con alumnos muy insubordinados, a
quienes los castiga con una autoridad de hierro. Después de haberlos
sometido al orden, se retira diciéndole
a su madre: "Sé que gobernaréis este colegio de modo diferente de como lo
estoy haciendo ahora. Vos tenéis un corazón materno. Habiendo castigado yo a
estos alumnos, quiero ahora que los gobernéis con dulzura". Esa señora va
a dirigir el colegio como el director quiere, pero con un método diverso del
usado por éste. La actuación de ella es distinta de la de él, pero, no
obstante, ella hace enteramente la voluntad de él.
Ninguna comparación es exacta. Sin embargo,
juzgo que bajo cierto aspecto esta imagen nos ayuda a entender el asunto.
Análogo es el papel de Nuestra Señora como
Reina del Universo. Nuestro Señor le dio un poder regio sobre toda la Creación; su
misericordia, sin incurrir en exageración alguna, llega sin embargo al extremo.
El la colocó como Reina del Universo para gobernarlo, teniendo en vista
especialmente al pobre género humano decaído y pecador. Y es su voluntad que
Ella haga lo que El no quiso hacer por Sí mismo, sino por medio de Ella, regio
instrumento de su Amor.
Hay, pues, un régimen verdaderamente marial
en el gobierno del Universo. Y así se ve cómo Nuestra Señora, aunque sumamente
unida a Dios y dependiente de El, ejerce su acción a lo largo de la Historia. Es evidente
que Nuestra Señora es infinitamente inferior a Dios, pero El quiso darle ese
papel por un acto de liberalidad. Es Nuestra Señora quien, distribuyendo, ora
más abundantemente la gracia, ora menos, frenando ora más ora menos la acción
del demonio, ejerce su realeza sobre el curso de los acontecimientos terrenos.
En ese sentido, depende de Ella la duración
de la Revolución
y la victoria de la Contra-Revolución. Además de eso, a veces Ella
interviene directamente en los acontecimientos humanos, como lo hizo, por
ejemplo, en Lepanto. ¡Cuán numerosos son los hechos de la Historia de la Iglesia en que quedó clara
su intervención directa en el curso de las cosas! Todo esto nos hace ver hasta qué punto es
efectiva la Realeza
de Nuestra Señora.
Cuando la Iglesia canta a su
respecto: “Tú sola exterminaste las herejías del Universo entero", dice
que su papel en ese exterminio fue en cierto modo único. Eso equivale a decir
que Ella dirige la Historia,
porque quien dirige el exterminio de las herejías, dirige el triunfo de la
ortodoxia, y dirigiendo una y otra, dirige la Historia en lo que tiene
de más medular.
Habría un interesante trabajo de Historia
para hacer: demostrar que el demonio comienza a vencer cuando consigue que
disminuya la devoción a Nuestra Señora. Eso se dio en todas las épocas de
decadencia de la
Cristiandad, en todas las victorias de la Revolución. Ejemplo
característico es el de Europa antes de la Revolución Francesa.
La devoción a Nuestra Señora en los países católicos fue prodigiosamente
disminuida por el jansenismo y es por eso que quedaron como un bosque
combustible donde una simple chispa puso fuego a todo.
Estas y otras consideraciones sacadas de la
enseñanza de la Iglesia
abren perspectivas para el Reino de María, es decir, una era histórica de Fe y
de virtud que será inaugurada con una victoria espectacular de Nuestra Señora
sobre la Revolución.
En esa era el demonio será expulsado y
volverá a los antros infernales y Nuestra Señora reinará sobre la humanidad por
medio de las instituciones que para eso escogió. En la perspectiva del Reino de
María, encontramos en la obra de San Luis María Grignion de Montfort algunas
alusiones dignas de nota.
El es sin duda un profeta que anuncia esa
venida, de la cual habla expresamente: "¿Cuándo vendrá ese diluvio de
fuego del puro amor que debéis encender sobre toda la tierra de manera tan
dulce y tan vehemente que todas las naciones, los turcos, los idólatras, los
propios judíos se abrasarán en él y se convertirán?" (cfr. "Oración
Abrasada", in Obras Completas de San Luis María Grignion de Montfort, Ed.
BAC, pág. 600; “Prière Embrasée”, Le Livre d’Or, Pères Montfortains,
Louvain, Belg., p. 754).
Ese diluvio que va a lavar la humanidad,
inaugurará el Reino del Espíritu Santo que él identifica con el Reino de María.
Nuestro Santo afirma que va a ser una era de florecimiento de la Iglesia como hasta
entonces nunca hubo. Llega incluso a afirmar que “el Altísimo con su Santísima
Madre, deben formarse grandes Santos que sobrepujarán en santidad la mayoría de
los otros Santos, como los cedros del Líbano exceden a los pequeños
arbustos" (cfr. Obras Completas de San Luis María Grignion de Montfort,
ibid., pág. 464; “Traité de la Vraie Dévotion à la Sainte Vierge”, Le
Livre d’Or, p.45).
Considerando los grandes Santos que la Iglesia ya produjo,
quedamos deslumbrados con la envergadura de los que surgirán al aliento de
Nuestra Señora. Nada es más razonable que imaginar un crecimiento enorme de la
santidad en una era histórica en la cual la actuación de Nuestra Señora aumente
también prodigiosamente.
Podemos, pues, decir que San Luis María
Grignion de Montfort, con su valor de pensador, pero sobre todo con su
autoridad de santo canonizado por la
Iglesia, da peso y consistencia a las esperanzas que brillan
en muchas revelaciones particulares, de que vendrá una época en la cual Nuestra
Señora verdaderamente triunfará.
Aunque la Realeza de Nuestra Señora
tenga una soberana eficacia en toda la vida de la Iglesia y de la sociedad
temporal, se realiza en primer lugar en el interior de las almas; de ahí, del
santuario interior de cada alma, es desde donde ella se refleja en la vida
religiosa y civil de los pueblos, en cuanto considerados como un todo.
El Reino de María será, pues, una época en
que la unión de las almas con Nuestra Señora alcanzará una intensidad sin
precedentes en la Historia
(excepción hecha, claro está, de casos individuales). ¿Cuál es la forma de esa
unión en cierto sentido suprema? No conozco medio más perfecto para enunciar y
realizar esa unión, que la sagrada esclavitud a Nuestra Señora, como es
enseñada por San Luis María Grignion de Montfort en el “Tratado de la
Verdadera Devoción”.
Considerando que Nuestra Señora es el
camino por el cual Dios vino a los hombres y éstos van a Dios, y la Realeza universal de
María, nuestro Santo recomienda que el devoto de la Virgen se consagre a Ella
enteramente como esclavo. Esa consagración es de una radicalidad admirable.
Abarca no sólo los bienes materiales del
hombre, sino también el mérito de sus buenas obras y oraciones, su vida, su cuerpo
y su alma. Es sin límites porque el esclavo por definición nada tiene de
propio.
A cambio de esa consagración, Nuestra
Señora actúa en el interior de su esclavo de modo maravilloso, estableciendo
con él una unión inefable.
Los frutos de esa unión se verán en los
Apóstoles de los Ultimos Tiempos, cuyo perfil moral es trazado a fuego por el
Santo en su famosa "Oración Abrasada". Para esto usa un lenguaje de
una grandeza apocalíptica, en el cual parece revivir todo el fuego de un
Bautista, todo el clamor de un Evangelista, todo el celo de un Paulo de Tarso.
Los varones portentosos que lucharán contra
el demonio por el Reino de María, conduciendo gloriosamente hasta el fin de los
tiempos la lucha contra el demonio, el mundo y la carne, son descriptos por San
Luis como magníficos modelos que invitan a la perfecta esclavitud a Nuestra
Señora a quienes, en los tenebrosos días de hoy, luchan en las filas de la Contra-Revolución.
Así, con estas consideraciones sobre el
papel de Nuestra Señora en la
Revolución y en la Contra-Revolución
y a propósito del Reino de María -a la luz del “Tratado de la
Verdadera Devoción”-
creo haber enunciado los principales puntos de contacto entre la obra maestra
del gran Santo y mi ensayo -como ya dije tan empequeñecido por la comparación-,
“Revolución y Contra-Revolución”.
INTRODUCCIÓN
"Catolicismo", al dar a luz su centésimo número (1),
quiere señalar el hecho marcándolo con una nota especial, que haga más profunda
la ya tan grande comunicación de alma que tiene con sus lectores.
Nada le pareció más oportuno, para eso, que
la publicación de un estudio sobre el tema “Revolución y Contra-Revolución”.
Es fácil explicar la elección del asunto.
"Catolicismo" es un periódico combativo. Como tal, debe ser juzgado
principalmente en función del fin al que apunta su combate. Ahora bien, ¿a
quién, precisamente, quiere combatir? La lectura de sus páginas produce al
respecto una impresión tal vez poco definida. En ellas, es frecuente encontrar
refutaciones del comunismo, del socialismo, del totalitarismo, del liberalismo,
del liturgicismo, del maritainismo y
de tantos otros "ismos".
Sin embargo, sería difícil afirmar que se destaca alguno de ellos de tal manera
que por ese lado nos pudiésemos definir. Por ejemplo, habría exageración en
afirmar que "Catolicismo" es una publicación específicamente
anti-protestante o anti-socialista. Diríase, pues, que el periódico tiene una
pluralidad de fines. No obstante, es claro que, en la perspectiva en que se
sitúa, todos estos puntos de mira tienen una especie de denominador común, y
que éste es el objetivo siempre tenido en cuenta por nuestra publicación.
¿Cuál es ese denominador común? ¿Una
doctrina? ¿Una fuerza? ¿Una corriente de opinión? Bien se ve que ponerlo en
claro ayuda a comprender hasta sus profundidades toda la obra de formación
doctrinaria que "Catolicismo” estuvo realizando a lo largo de estos cien
meses.
*
* *
El estudio de la Revolución y de la Contra-Revolución
excede en mucho este limitado objetivo.
Para demostrarlo, basta dar una mirada al
panorama religioso de nuestro país. Estadísticamente, la situación
de los
católicos es excelente:
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(N. del E.1): se trata del n° 100, de abril de 1959, de
la revista mensual “Catolicismo”(home page www.catolicismo.com.br), que dirige
el Dr. Paulo Corrêa de Brito Filho, miembro del Consejo Nacional de la Asociación de los
Fundadores de la TFP,
San Pablo, Brasil, continuadora del pensamiento y la obra del Prof. Plinio
Corrêa de Oliveira.
según los últimos datos oficiales, constituimos el 94% de la
población. Si todos los católicos fuésemos lo que debemos ser, el Brasil sería
hoy una de
las potencias católicas más admirables nacidas a lo largo de los
veinte siglos de vida de la
Iglesia.
¿Por qué, entonces, estamos tan lejos de
este ideal? ¿Quién podría afirmar que la causa principal de nuestra situación
presente es el espiritismo, el protestantismo, el ateísmo o el comunismo? No.
La causa es otra, impalpable, sutil, penetrante como si fuese una poderosa y
temible radioactividad. Todos sienten sus efectos, pero pocos sabrían decir su
nombre y su esencia.
Al hacer esta afirmación, nuestro
pensamiento se extiende de las fronteras del Brasil a las naciones
hispanoamericanas, nuestras tan queridas hermanas, y de ahí hacia todas las
naciones católicas. En todas, el mismo mal ejerce su imperio indefinido y
avasallador. Y en todas produce síntomas de una magnitud trágica.
Un ejemplo entre otros. En una carta
dirigida en 1955, a
propósito del Día Nacional de Acción de Gracias, a Su Eminencia el Cardenal
Carlos Carmelo de Vasconcellos Motta, Arzobispo de San Pablo, el Excmo. y
Revmo. Mons. Angelo Dell' Acqua, Substituto de la Secretaría de Estado
del Vaticano, decía que, "como
consecuencia del agnosticismo religioso de los Estados", quedó "amortecido o casi perdido, en la
sociedad moderna el sentir de la
Iglesia". Ahora bien, ¿qué enemigo asestó contra la Esposa de Cristo este golpe
terrible? ¿Cuál es la causa común a este y a tantos otros males concomitantes y
afines? ¿Con qué nombre llamarla? ¿Cuáles son los medios por los cuales actúa?
¿Cuál es el secreto de su victoria? ¿Cómo combatirla con éxito?
Como se ve, difícilmente un tema podría ser
de más palpitante actualidad.
*
* *
Este enemigo terrible tiene un
nombre: se llama Revolución. Su causa profunda es una explosión de orgullo y
sensualidad que inspiró, no diríamos un sistema, sino toda una cadena de
sistemas ideológicos. De la amplia aceptación dada a éstos en el mundo entero,
derivaron las tres grandes revoluciones de la Historia de Occidente: la Pseudo-Reforma, la Revolución Francesa
y el Comunismo (cfr. León XIII, Encíclica “Parvenu à la
Vingt-Cinquième Année”, 19.III.1902 - "Bonne
Presse", París, vol. VI, p. 279; Encíclica “Vigésimo Quinto Año”,
“Doctrina Pontificia” (II), Documentos políticos, ed. B.A.C., 1958).
El orgullo conduce al odio a toda superioridad, y, por tanto, a la
afirmación de que la desigualdad es en sí misma, en todos los planos, inclusive
y principalmente en los planos metafísico y religioso, un mal. Es el aspecto
igualitario de la
Revolución.
La sensualidad, de suyo, tiende a derribar
todas las barreras. No acepta frenos y lleva a la rebeldía contra toda
autoridad y toda ley, sea divina o humana, eclesiástica o civil. Es el aspecto
liberal de la Revolución.
Ambos aspectos, que en último análisis tienen un carácter
metafísico, parecen contradictorios en muchas ocasiones, pero se concilian en
la utopía marxista de un paraíso anárquico en que una humanidad altamente
evolucionada y "emancipada" de cualquier religión, viviría en
profundo orden sin autoridad política, y en una libertad total de la cual, sin
embargo, no derivaría desigualdad alguna.
La Pseudo-Reforma fue una primera revolución. Implantó el espíritu de duda,
el liberalismo religioso y el igualitarismo eclesiástico, en medida variable,
por otra parte, en las diversas sectas a que dio origen.
Le siguió la Revolución Francesa,
que fue el triunfo del igualitarismo en dos campos. En el campo religioso, bajo
la forma del ateísmo, especiosamente rotulado de laicismo. Y en la esfera
política, por la falsa máxima de que toda desigualdad es una injusticia, toda
autoridad un peligro, y la libertad el bien supremo.
El Comunismo es la transposición de estas
máximas al campo social y económico.
Estas tres revoluciones son episodios de
una sola Revolución, dentro de la cual el socialismo, el liturgicismo, la "politique
de la main tendue", etc., son etapas de transición o manifestaciones
atenuadas (1).
*
* *
Claro está que un proceso de tanta profundidad,
de tal envergadura y de tan larga duración no puede desarrollarse sin abarcar
todos los dominios de la actividad del hombre, como por ejemplo la cultura, el
arte, las leyes, las costumbres y las instituciones.
Un estudio pormenorizado de este proceso,
en todos los campos en que se viene desarrollando, excedería en mucho el ámbito
de este trabajo.
En él procuramos -limitándonos tan sólo a
una veta de este vasto asunto- trazar de modo sumario los contornos de la
inmensa avalancha que es la
Revolución, darle el nombre adecuado, indicar muy suscintamente
sus causas profundas, los agentes que la promueven, los elementos esenciales de
su doctrina, la importancia respectiva de los varios terrenos en que ella
actúa, el vigor de su dinamismo, el "mecanismo" de su expansión.
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(N. del E. 1): en esta enumeración de acciones e
ideologías revolucionarias –que hoy podría ampliarse ilimitadamente-,
corresponde incluir las que el Autor trata a lo largo de la obra, en particular
las que analiza en la parte III, agregada en 1976, y en los comentarios de 1992, incorporados en el
lugar correspondiente de la presente
edición.
Simétricamente, tratamos después de puntos
análogos referentes a la
Contra-Revolución, y estudiamos algunas de las condiciones
para su victoria.
Aun así, de cada uno de estos temas no
pudimos tratar sino de las partes que nos parecieron más útiles, de momento,
para esclarecer a nuestros lectores y facilitarles la lucha contra la Revolución. Y
tuvimos que dejar de lado muchos puntos de importancia realmente capital, pero
de actualidad menos apremiante.
El presente trabajo, como dijimos,
constituye un simple conjunto de tesis, a través de las cuales se puede conocer
mejor el espíritu y el programa de "Catolicismo". Excedería sus
naturales proporciones si contuviese una demostración cabal de cada afirmación.
Nos ceñimos tan sólo a desarrollar el mínimo necesario de argumentación para
poner en evidencia el nexo existente entre las varias tesis, y la visión panorámica
de toda una vertiente de nuestras posiciones doctrinarias.
PARTE I
LA REVOLUCION
Capítulo I
Crisis del hombre
contemporáneo
Las muchas crisis que conmueven al mundo de
hoy -del Estado, de la familia, de la economía, de la cultura, etc.- no
constituyen sino múltiples aspectos de una sola crisis fundamental, que tiene
como campo de acción al propio hombre. En otros términos, esas crisis tienen su
raíz en los más profundos problemas de alma, de donde se extienden a todos los
aspectos de la personalidad del hombre contemporáneo y a todas sus actividades.
Capítulo II
Crisis del hombre occidental
y cristiano
Esa crisis es principalmente la del hombre
occidental y cristiano, es decir, del europeo y de sus descendientes, el
americano y el australiano. Y es en cuanto tal que la estudiaremos más
particularmente. Ella también afecta a los otros pueblos, en la medida en que a
éstos se extiende y en ellos echó raíces el mundo occidental. En esos pueblos
tal crisis se complica con los problemas propios de las respectivas culturas y
civilizaciones y con el choque entre éstas y los elementos positivos o
negativos de la cultura y de la civilización occidentales.
Capítulo III
Caracteres de esa crisis
Por más profundos que sean los factores de
diversificación de esa crisis en los diferentes países de hoy, ella conserva,
siempre, cinco caracteres capitales:
1. Es universal
Esa crisis es universal. No existe hoy
pueblo que no esté alcanzado por ella, en mayor o menor grado.
2. Es una
Esa crisis es una. Es decir, no se trata de
un conjunto de crisis que se desarrollan paralela y autónomamente en cada país,
ligadas entre sí por algunas analogías más o menos relevantes.
Cuando ocurre un incendio en un bosque, no
es posible considerar el fenómeno como si fuesen mil incendios autónomos y
paralelos, de mil árboles vecinos unos de otros. La unidad del fenómeno
"combustión", ejerciéndose sobre la unidad viva que es el bosque, y
la circunstancia de que la gran fuerza de expansión de las llamas resulta de un
calor en el cual se funden y se multiplican las incontables llamas de los
diversos árboles, todo, en fin, contribuye para que el incendio del bosque sea
un hecho único, que engloba en una realidad total los mil incendios parciales, por más
diferente que sea cada uno de éstos en sus accidentes.
La
Cristiandad
occidental constituyó un solo todo, que trascendía a los diversos países
cristianos, sin absorberlos. En esa unidad viva se operó una crisis que acabó
por alcanzarla por entero, por el calor sumado y, más aún, fundido, de las cada
vez más numerosas crisis locales que desde hace siglos se vienen
interpenetrando y entreayudando ininterrumpidamente. En consecuencia, hace
mucho que la Cristiandad,
en cuanto familia de Estados oficialmente católicos, cesó de existir. De ella
restan como vestigios los pueblos occidentales y cristianos. Y todos se
encuentran actualmente en agonía bajo la acción de este mismo mal.
3. Es total
Considerada en un determinado país, esa
crisis se desarrolla en una zona de problemas tan profunda, que se prolonga o
se desdobla, por el propio orden de las cosas, en todas las potencias del alma,
en todos los campos de la cultura, en fin, en todos los dominios de la acción
del hombre.
4. Es dominante
Encarados superficialmente, los
acontecimientos de nuestros días parecen una maraña caótica e inextricable, y
de hecho lo son desde muchos puntos de vista.
Sin embargo, es posible discernir
resultantes, profundamente coherentes y vigorosas, de la conjunción de tantas
fuerzas desvariadas, siempre que éstas sean consideradas desde el ángulo de la
gran crisis de que tratamos.
En efecto, al impulso de esas fuerzas en
delirio, las naciones occidentales van siendo gradualmente impelidas hacia un
estado de cosas que se va delineando igual en todas ellas, y diametralmente
opuesto a la civilización cristiana.
De donde se ve que esa crisis es como una
reina a quien todas las fuerzas del caos sirven como instrumentos eficientes y
dóciles.
5. Es procesiva
Esa crisis no es un hecho espectacular y
aislado. Constituye, por el contrario, un proceso ya cinco veces secular, un
vasto sistema de causas y efectos que, habiendo nacido, en determinado momento,
con gran intensidad, en las zonas más profundas del alma y de la cultura del
hombre occidental, viene produciendo, desde el siglo XV hasta nuestros días,
sucesivas convulsiones.
A este proceso bien se pueden aplicar las
palabras de Pío XII relativas a un sutil y misterioso "enemigo" de la Iglesia:
"El se encuentra en todo lugar y en medio de todos: sabe ser
violento y astuto. En estos últimos siglos intentó realizar la disgregación
intelectual, moral, social, de la unidad en el organismo misterioso de Cristo.
Quiso la naturaleza sin la gracia, la razón sin la fe; la libertad sin la
autoridad; a veces, la autoridad sin la libertad. Es un “enemigo” que se volvió
cada vez más concreto, con una ausencia de escrúpulos que aún sorprende: ¡Cristo sí, la Iglesia no! Después: ¡Dios sí, Cristo no! Finalmente el grito
impío: Dios está muerto; y hasta Dios jamás existió. Y he ahí, ahora, la
tentativa de edificar la estructura del mundo sobre bases que no dudamos en
señalar como las principales responsables por la amenaza que pesa sobre la
humanidad: una economía sin Dios, un derecho sin Dios, una política sin
Dios" (Alocución a la Unión
de Hombres de la A. C.
Italiana, 12.X.1952 – “Discorsi e Radiomessaggi”, vol. XIV, p. 359).
Este proceso no debe ser visto como
una secuencia puramente fortuita de causas y efectos, que se fueron sucediendo
de modo inesperado. Ya en sus comienzos esta crisis poseía las energías
necesarias para reducir a acto todas sus potencialidades, las cuales en
nuestros días se conservan bastante vivas como para causar, por medio de
supremas convulsiones, las destrucciones últimas que son su término lógico.
Influenciada y condicionada en sentidos
diversos por factores extrínsecos de todo orden -culturales, sociales,
económicos, étnicos, geográficos y otros- y siguiendo a veces caminos bien
sinuosos, ella va, no obstante, progresando incesantemente hacia su trágico
fin.
A. Decadencia de la Edad Media
Ya esbozamos en la Introducción los
grandes trazos de este proceso. Es oportuno añadir aquí algunos pormenores. En
el siglo XIV comienza a
observarse, en la Europa
cristiana, una transformación de mentalidad que a lo largo del siglo XV crece
cada vez más en nitidez. El apetito de los placeres terrenos se va
transformando en ansia. Las diversiones se van volviendo más frecuentes y más
suntuosas. Los hombres se preocupan cada vez más de ellas. En los trajes, en
las maneras, en el lenguaje, en la literatura y en el arte, el anhelo creciente
por una vida llena de deleites de la fantasía y de los sentidos va produciendo progresivas manifestaciones de
sensualidad y de molicie. Hay un paulatino perecimiento de la seriedad y de la
austeridad de los antiguos tiempos. Todo tiende a lo risueño, a lo gracioso, a
lo festivo. Los corazones se desprenden gradualmente del amor al sacrificio, de
la verdadera devoción a la Cruz
y de las aspiraciones de santidad y de vida eterna. La Caballería, otrora una
de las más altas expresiones de la austeridad cristiana, se vuelve amorosa y
sentimental, la literatura de amor invade todos los países, los excesos del
lujo y la consecuente avidez de lucros se extienden por todas las clases
sociales.
Tal clima moral, al penetrar en las esferas
intelectuales, produjo claras manifestaciones de orgullo, como el gusto por las
disputas aparatosas y vacías, por las argucias inconsistentes, por las
exhibiciones fatuas de erudición, y lisonjeó viejas tendencias filosóficas, de
las cuales triunfara la
Escolástica, y que ahora, ya relajado el antiguo celo por la
integridad de la Fe,
renacían con nuevos aspectos. El absolutismo de los legistas, que se
engalanaban con un conocimiento vanidoso del Derecho Romano, encontró en
Príncipes ambiciosos un eco favorable. Y pari-passu se fue extinguiendo
en grandes y pequeños la fibra de otrora para contener al poder real en los
legítimos límites vigentes en los días de San Luis de Francia y de San Fernando
de Castilla.
B. Pseudo-Reforma y Renacimiento
Este nuevo estado
de alma contenía un deseo poderoso, aunque más o menos inconfesado, de un orden
de cosas fundamentalmente diverso del que había llegado a su apogeo en los
siglos XII y XIII.
La admiración exagerada, y no pocas veces
delirante, por el mundo antiguo, sirvió como medio de expresión a ese deseo.
Procurando muchas veces no chocar de frente con la vieja tradición medieval, el
Humanismo y el Renacimiento tendieron a relegar la Iglesia, lo sobrenatural,
los valores morales de la
Religión, a un segundo plano. El tipo humano, inspirado en
los moralistas paganos, que aquellos movimientos introdujeron como ideal en
Europa, así como la cultura y la civilización coherentes con este tipo humano,
ya eran los legítimos precursores del hombre ávido de ganancias, sensual, laico
y pragmático de nuestros días, de la cultura y de la civilización materialistas
en que cada vez más nos vamos hundiendo. Los esfuerzos por un Renacimiento
cristiano no lograron aplastar en su germen los factores de los cuales resultó
el triunfo paulatino del neopaganismo.
En algunas partes de Europa, este
neopaganismo se desarrolló sin llevarlas a la apostasía formal. Importantes
resistencias se le opusieron. E incluso cuando se instalaba en las almas, no osaba
pedirles -al principio, por lo menos- una ruptura formal con la Fe.
Pero en otros países embistió abiertamente
contra la Iglesia. El
orgullo y la sensualidad, en cuya satisfacción está el placer de la vida
pagana, suscitaron el protestantismo.
El orgullo dio origen al espíritu de duda,
al libre examen, a la interpretación naturalista de la Escritura. Produjo
la insurrección contra la autoridad eclesiástica, expresada en todas las sectas
por la negación del carácter monárquico de la Iglesia Universal,
es decir, por la rebelión contra el Papado. Algunas, más radicales, negaron
también lo que se podría llamar la alta aristocracia de la Iglesia, o sea, los
Obispos, sus Príncipes. Otras negaron incluso el propio sacerdocio jerárquico,
reduciéndolo a una mera delegación del pueblo, único que verdaderamente detenta
el poder sacerdotal.
En el plano moral, el triunfo de la
sensualidad en el protestantismo se afirmó por la supresión del celibato
eclesiástico y por la introducción del divorcio.
C. Revolución Francesa
La acción profunda del Humanismo y del
Renacimiento entre los católicos no cesó de dilatarse en una creciente cadena
de consecuencias en toda Francia. Favorecida por el debilitamiento de la piedad
de los fieles -ocasionado por el jansenismo y por los otros fermentos que el
protestantismo del siglo XVI desgraciadamente había dejado en el Reino
Cristianísimo- tal acción tuvo por efecto en el siglo XVIII una disolución casi
general de las costumbres, un modo frívolo y brillante de considerar las cosas,
un endiosamiento de la vida terrena, que preparó el campo para la victoria
gradual de la irreligión. Dudas en relación a la Iglesia, negación de la
divinidad de Cristo, deísmo, ateísmo incipiente fueron las etapas de esa
apostasía.
Profundamente afín con el protestantismo,
heredera de él y del neopaganismo renacentista, la Revolución Francesa
realizó una obra del todo y en todo simétrica a la de la Pseudo-Reforma. La
Iglesia Constitucional que ella, antes de naufragar en el deísmo y en el
ateísmo, intentó fundar, era una adaptación de la Iglesia de Francia al
espíritu del protestantismo. Y la obra política de la Revolución Francesa
no fue sino la transposición, al ámbito del Estado, de la "reforma"
que las sectas protestantes más radicales adoptaron en materia de organización
eclesiástica:
· rebelión contra el Rey, simétrica a la
rebelión contra el Papa;
· rebelión de la plebe contra los nobles,
simétrica a la rebelión de la "plebe" eclesiástica, es decir, de los
fieles, contra la "aristocracia" de la Iglesia, es decir, el
Clero;
· afirmación de la soberanía popular,
simétrica al gobierno de ciertas sectas, en mayor o menor medida, por los
fieles.
D. Comunismo
En el protestantismo nacieron algunas
sectas que, transponiendo directamente sus tendencias religiosas al campo político,
prepararon el advenimiento del espíritu republicano. San Francisco de Sales, en
el siglo XVII, previno contra estas tendencias republicanas al Duque de Saboya
(cfr. Sainte-Beuve, “Études des lundis - XVIIème siècle - Saint François de
Sales”, Librairie Garnier, París, 1928, p. 364). Otras, yendo más lejos,
adoptaron principios que, si no pueden ser llamados comunistas en todo el
sentido actual del término, son por lo menos pre-comunistas.
De la Revolución Francesa
nació el movimiento comunista de Babeuf. Y más tarde, del espíritu cada vez más
vivaz de la Revolución,
irrumpieron las escuelas del comunismo utópico del siglo XIX y el comunismo
llamado científico de Marx.
¿Y qué hay de más lógico? El deísmo tiene
como fruto normal el ateísmo. La sensualidad, sublevada contra los frágiles
obstáculos del divorcio, tiende por sí misma al amor libre. El orgullo, enemigo
de toda superioridad, habría de embestir contra la última desigualdad, es
decir, la de fortunas. Y así, ebrio de sueños de República Universal, de
supresión de toda autoridad eclesiástica o civil, de abolición de toda Iglesia
y, después de una dictadura obrera de transición, también del propio Estado,
ahí está el neo-bárbaro del siglo XX, producto más reciente y más extremado del
proceso revolucionario.
E. Monarquía, república y Religión
A fin de evitar cualquier equívoco,
conviene acentuar que esta exposición no contiene la afirmación de que la
república es un régimen político necesariamente revolucionario. León XIII, al
hablar de las diversas formas de gobierno, dejó en claro que "todas y cada
una son buenas, siempre que tiendan rectamente a su fin, es decir, al bien
común, razón de ser de la autoridad social" (Encíclica “Au Milieu des
Sollicitudes”, l6.II.1892 – “Bonne Presse”, París, vol. III, p. 116).
Tachamos de revolucionaria, eso sí, la
hostilidad profesada, por principio, contra la monarquía y la aristocracia,
como si fueran formas esencialmente incompatibles con la dignidad humana y el
orden normal de las cosas. Es el error condenado por San Pío X en la Carta Apostólica
“Notre Charge Apostolique”, del 25 de agosto de 1910. En ella el grande y santo
Pontífice censura la tesis del "Sillon", de que "sólo la
democracia inaugurará el reino de la perfecta justicia", y exclama:
"¿No es esto una injuria a las otras formas de gobierno, que son rebajadas
de ese modo a la categoría de gobiernos impotentes, aceptables a falta de otro
mejor?" (A.A.S., vol. II, p. 618).
Ahora bien, sin este error, entrañado en el
proceso de que hablamos, no se explica enteramente que la monarquía, calificada
por el Papa Pío VI como, en tesis, la mejor forma de gobierno
-"praestantioris monarchici regiminis forma" (Alocución al
Consistorio, l7.VI.1793, “Les Enseignements Pontificaux - La Paix Intérieure
des Nations - par les moines de Solesmes”, Desclée & Cie., p. 8), haya sido
objeto, en los siglos XIX y XX, de un movimiento mundial de hostilidad que echó
por tierra los tronos y las dinastías más venerables. La producción en serie de
repúblicas para el mundo entero es, a nuestro modo de ver, un fruto típico de la Revolución, y un
aspecto capital de ella.
No puede ser tachado de revolucionario
quien para su Patria, por razones concretas y locales, salvaguardados siempre
los derechos de la autoridad legítima, prefiere la democracia a la aristocracia
o a la monarquía. Pero sí quien, llevado por el espíritu igualitario de la Revolución, odia por
principio, y califica de injusta o inhumana en esencia la aristocracia o la
monarquía.
De ese odio antimonárquico y
antiaristocrático nacen las democracias demagógicas, que combaten la tradición,
persiguen las élites, degradan el tonus general de la vida, y crean un
ambiente de vulgaridad que constituye la nota dominante de la cultura y de la
civilización... si es que los conceptos de civilización y de cultura se pueden
realizar en tales condiciones.
Diverge de esta democracia revolucionaria
la democracia descripta por Pío XII: "Según el testimonio de la Historia, donde reina una
verdadera democracia la vida del pueblo está impregnada de sanas tradiciones,
que es ilícito abatir. Representantes de esas tradiciones son, ante todo, las
clases dirigentes, o sea, los grupos de hombres y mujeres o las asociaciones
que, como se acostumbra a decir, dan el tono en la aldea y en la ciudad, en la
región y en el país entero.
"De ahí la existencia y el influjo, en
todos los pueblos civilizados, de instituciones eminentemente aristocráticas,
en el sentido más elevado de la palabra, como son algunas academias de amplia y
bien merecida fama. Pertenece también a este número la nobleza" (Alocución
al Patriciado y a la
Nobleza Romana, 16.I.1946 – “Discorsi e Radiomessaggi”, vol.
VII, p. 340).
Como se ve, el espíritu de la democracia
revolucionaria es bien diverso de aquel que debe animar una democracia conforme
a la doctrina de la Iglesia.
F. Revolución, Contra-Revolución y dictadura
Las presentes consideraciones sobre la
posición de la Revolución
y del pensamiento católico ante las formas de gobierno suscitarán en varios
lectores una interrogación: ¿es la dictadura un factor de Revolución, o de
Contra-Revolución?
Para responder con claridad a una pregunta
a la cual han sido dadas tantas soluciones confusas y hasta tendenciosas, es
necesario establecer una distinción entre ciertos elementos que se enmarañan desordenadamente
en la idea de dictadura, tal como la opinión pública la conceptúa. Confundiendo
la dictadura en tesis, con lo que ella ha sido in concreto en nuestro siglo, el público entiende por dictadura un
estado de cosas en el cual un jefe dotado de poderes irrestrictos gobierna un
país. Para el bien de éste, dicen unos. Para el mal, dicen otros. Mas en uno y
otro caso, tal estado de cosas es siempre una dictadura.
Ahora bien, este concepto envuelve dos
elementos diferentes:
· omnipotencia del Estado;
· concentración del poder estatal en una sola
persona.
En el espíritu público, parece que el
segundo elemento llama más la atención. Sin embargo, el elemento básico es el
primero, por lo menos si entendemos por dictadura un estado de cosas en que,
suspendido todo orden jurídico, el poder público dispone a su antojo de todos
los derechos. Que una dictadura pueda ser ejercida por un Rey (la dictadura
real, es decir, la suspensión de todo orden jurídico y el ejercicio irrestricto
del poder público por el Rey, no se confunde con el Ancien Régime, en el
cual estas garantías existían en considerable medida, y mucho menos con la
monarquía orgánica medieval) o un jefe popular, una aristocracia hereditaria o
un clan de banqueros, o hasta por la masa, es enteramente evidente.
En sí, una dictadura ejercida por un jefe o
un grupo de personas no es revolucionaria ni contra-revolucionaria. Será una u
otra cosa en función de las circunstancias en que se originó, y de la obra que
realice. Y esto, tanto esté en manos de un hombre como de un grupo.
Hay circunstancias que exigen, para la salus populi, una suspensión provisoria
de los derechos individuales, y el ejercicio más amplio del poder público. La
dictadura puede, por tanto, ser legítima en ciertos casos.
Una dictadura contra-revolucionaria y,
pues, enteramente guiada por el deseo de Orden, debe presentar tres requisitos
esenciales:
+ Debe suspender los derechos, no para
subvertir el Orden, sino para protegerlo. Y por Orden no entendemos solamente
la tranquilidad material, sino la disposición de las cosas según su fin, y de
acuerdo con la respectiva escala de valores. Hay, pues, una suspensión de
derechos más aparente que real, el sacrificio de las garantías jurídicas de que
abusaban los malos elementos en detrimento del propio orden y del bien común,
sacrificio éste todo orientado a la protección de los verdaderos derechos de
los buenos.
+ Por definición, esta suspensión debe ser
provisoria, y debe preparar las circunstancias para que lo antes posible se
vuelva al orden y a la normalidad. La dictadura, en la medida en que es buena,
va haciendo cesar su propia razón de ser. La intervención del Poder público en
los distintos sectores de la vida nacional debe hacerse de manera que, lo más
pronto posible, cada sector pueda vivir con la necesaria autonomía. Así, cada
familia debe poder hacer todo aquello que por su naturaleza es capaz, siendo apoyada
sólo subsidiariamente por grupos sociales superiores en aquello que sobrepase
su ámbito. Esos grupos, a su vez, sólo deben recibir el apoyo del municipio en
lo que excede su normal capacidad, y así sucesivamente en las relaciones entre
el municipio y la región, o entre ésta y el país.
+ El fin primordial de la dictadura legítima
debe ser, hoy en día, la Contra-Revolución. Lo que, por lo demás, no
implica afirmar que la dictadura sea normalmente un medio necesario para la
derrota de la
Revolución. Pero puede serlo en ciertas circunstancias.
Por el contrario, la dictadura
revolucionaria tiende a eternizarse, viola los derechos auténticos y penetra en
todas las esferas de la sociedad para aniquilarlas, desarticulando la vida de
familia, perjudicando a las élites genuinas, subvirtiendo la jerarquía social,
alimentando de utopías y de aspiraciones desordenadas a la multitud,
extinguiendo la vida real de los grupos sociales, y sujetando todo al Estado:
en una palabra, favoreciendo la obra de la Revolución. Ejemplo
típico de tal dictadura fue el hitlerismo.
Por esto, la dictadura revolucionaria es
fundamentalmente anticatólica. En efecto, en un ambiente verdaderamente
católico no puede haber clima para tal situación. Lo cual no quiere decir que
la dictadura revolucionaria, en éste o en aquel país, no haya procurado
favorecer a la Iglesia.
Pero se trata de una actitud meramente política, que se
transforma en persecución franca o velada, tan pronto como la autoridad
eclesiástica comience a detener el paso a la Revolución.
Capítulo IV
Las metamorfosis
del proceso revolucionario
Como se desprende del análisis hecho en el
capítulo anterior, el proceso revolucionario es el desarrollo, por etapas, de
ciertas tendencias desordenadas del hombre occidental y cristiano, y de los
errores nacidos de ellas.
En cada etapa, esas tendencias y errores
tienen un aspecto propio. La
Revolución va, pues, metamorfoseándose a lo largo de la Historia.
Esas metamorfosis que se observan en las
líneas generales de la
Revolución se repiten, en menor escala, en el interior de
cada gran episodio de la misma.
Así, el espíritu de la Revolución Francesa,
en su primera fase, usó máscara y lenguaje aristocráticos y hasta
eclesiásticos. Frecuentó la
Corte y se sentó a la mesa del Consejo del Rey.
Después, se volvió burgués y trabajó por la
extinción incruenta de la monarquía y de la nobleza, y por una velada y
pacífica supresión de la
Iglesia Católica.
En cuanto pudo, se hizo jacobino y se
embriagó de sangre en el Terror.
Pero los excesos practicados por la facción
jacobina despertaron reacciones. Volvió atrás, recorriendo las mismas etapas.
De jacobino se transformó en burgués en el Directorio, con Napoleón extendió la
mano a la Iglesia
y abrió las puertas a la nobleza exilada, y, por fin, aplaudió el retorno de los Borbones.
Terminada la
Revolución Francesa, no concluye con ello el proceso
revolucionario. He aquí que vuelve a explotar con la caída de Carlos X y la
ascensión de Luis Felipe, y así, por sucesivas metamorfosis, aprovechando sus éxitos
e inclusive sus fracasos, llegó hasta el paroxismo de nuestros días.
La
Revolución
usa, pues, sus metamorfosis no sólo para avanzar, sino también para practicar
los retrocesos tácticos que tan frecuentemente le han sido necesarios.
A veces, movimiento siempre vivo, ella ha
simulado estar muerta. Y ésta es una de sus metamorfosis más interesantes. En
apariencia, la situación de un determinado país se presenta completamente
tranquila. La reacción contra-revolucionaria se distiende y adormece. Pero, en
las profundidades de la vida religiosa, cultural, social o económica, la
fermentación revolucionaria va siempre ganando terreno. Y, al cabo de ese
aparente intersticio, explota una convulsión inesperada, frecuentemente mayor
que las anteriores.
Capítulo V
Las tres profundidades de la Revolución:
en las tendencias, en las
ideas, en los hechos
1. La Revolución en las
tendencias
Como vimos, esta Revolución es un proceso
compuesto de etapas, y tiene su origen último en determinadas tendencias
desordenadas que le sirven de alma y de fuerza propulsora más íntima (cfr.
Parte I, cap. III, 5).
Así, podemos también distinguir en la Revolución tres
profundidades, que cronológicamente hasta cierto punto se interpenetran.
La primera, es decir, la más profunda,
consiste en una crisis en las tendencias. Esas tendencias desordenadas por su
propia naturaleza luchan por realizarse, no conformándose ya con todo un orden
de cosas que les es contrario; comienzan por modificar las mentalidades, los
modos de ser, las expresiones artísticas y las costumbres, sin tocar al
principio, de modo directo -habitualmente, por lo menos- en las ideas.
2. La Revolución en las ideas
De esas camadas profundas, la crisis pasa
al terreno ideológico. En efecto -como Paul Bourget puso en evidencia en su
célebre obra “Le Démon du Midi”- "es necesario vivir como se piensa, so
pena de, tarde o temprano, acabar por pensar como se ha vivido" (op.cit.,
Librairie Plon, París, 1914, vol. II, p. 375). Así, inspiradas por el
desarreglo de las tendencias profundas, irrumpen nuevas doctrinas. Ellas
procuran a veces, al principio, un modus
vivendi con las antiguas, y se expresan de tal manera que mantienen con
éstas un simulacro de armonía, el cual habitualmente no tarda en romperse en
lucha declarada.
3. La Revolución en los
hechos
Esa transformación de las ideas se extiende, a su vez, al terreno
de los hechos, donde pasa a operar, por medios cruentos o incruentos, la
transformación de las instituciones, de las leyes y de las costumbres, tanto en
la esfera religiosa cuanto en la sociedad temporal. Es una tercera crisis, ya
enteramente en el orden de los hechos.
4. Observaciones diversas
A. Las profundidades de la Revolución
no se identifican con etapas
cronológicas
Esas profundidades son, de algún modo,
escalonadas. Pero un análisis atento pone en evidencia que las operaciones que la Revolución realiza en
ellas de tal modo se interpenetran en el tiempo, que esas diversas
profundidades no pueden ser vistas como otras tantas unidades cronológicas
distintas.
B. Nitidez de las tres
profundidades de la Revolución
Esas tres profundidades no siempre se
diferencian nítidamente unas de las otras. El grado de nitidez varía mucho de
un caso concreto a otro.
C. El proceso revolucionario
no es incoercible
El caminar de un pueblo a través de esas
varias profundidades no es incoercible, de tal manera que, dado el primer paso,
llegue necesariamente hasta el último y resbale hacia la profundidad siguiente.
Por el contrario, el libre arbitrio humano, coadyuvado por la gracia, puede
vencer cualquier crisis, como puede detener y vencer la propia Revolución.
Describiendo esos aspectos, hacemos como un
médico que describe la evolución completa de una enfermedad hasta la muerte,
sin pretender con ello que la enfermedad sea incurable.
Capítulo VI
La marcha de la Revolución
Las consideraciones anteriores ya nos
proporcionaron algunos datos sobre la marcha de la Revolución, es decir,
su carácter procesivo, las metamorfosis por las cuales pasa, su irrupción en lo
más recóndito del hombre y su exteriorización en actos. Como se ve, hay toda
una dinámica propia de la
Revolución. De esto podemos tener una mejor idea estudiando
aún otros aspectos de la marcha de la Revolución.
l. La fuerza propulsora de la Revolución
A. La Revolución y las
tendencias desordenadas
La más poderosa fuerza propulsora de la Revolución está en las
tendencias desordenadas.
Y por esto la Revolución ha sido
comparada a un tifón, a un terremoto, a un ciclón. Es que las fuerzas naturales
desencadenadas son imágenes materiales de las pasiones desenfrenadas del
hombre.
B. Los paroxismos de la Revolución están
enteros en los gérmenes de ésta
Como los cataclismos, las malas pasiones
tienen una fuerza inmensa, pero para destruir.
Esa fuerza ya tiene potencialmente, en el
primer instante de sus grandes explosiones, toda la virulencia que se
patentizará más tarde en sus peores excesos. En las primeras negaciones del
protestantismo, por ejemplo, ya estaban implícitos los anhelos anarquistas del
comunismo. Si desde el punto de vista de la formulación explícita, Lutero no
era sino Lutero, todas las tendencias, todo el estado de alma, todos los
imponderables de la explosión luterana ya traían consigo, de modo auténtico y
pleno, aunque implícito, el espíritu de Voltaire y de Robespierre, de Marx y de
Lenín (cfr. León XIII, Encíclica “Quod Apostolici Muneris”, 28.XII.1878 -
"Bonne Presse", París, vol I., p. 28).
C.
La Revolución
exaspera sus propias causas
Esas tendencias desordenadas se desarrollan
como los pruritos y los vicios, es decir, a medida que se satisfacen, crecen en
intensidad. Las tendencias producen crisis morales, doctrinas erróneas y
después revoluciones. Unas y otras, a su vez, exacerban las tendencias. Estas
últimas llevan enseguida, por un movimiento análogo, a nuevas crisis, nuevos
errores, nuevas revoluciones. Es lo que explica que nos encontremos hoy en tal
paroxismo de impiedad y de inmoralidad, así como en tal abismo de desórdenes y
discordias.
2. Los aparentes intersticios
de la Revolución
Considerando la existencia de períodos de
una calma acentuada, se diría que en ellos la Revolución cesó. Y así
parece que el proceso revolucionario es discontinuo y que, por tanto, no es
uno.
Ahora bien, esas calmas son meras
metamorfosis de la
Revolución. Los períodos de tranquilidad aparente, supuestos
intersticios, han sido en general de fermentación revolucionaria sorda y
profunda. Véase si no el período de la Restauración (1815-1830) - (cfr. Parte I, cap.
IV).
3. La marcha de requinte(1)
en requinte
Por lo que vimos (cfr. N° 1, C, supra) se explica que cada etapa de la Revolución, comparada
con la anterior, no sea sino un requinte. El humanismo naturalista y el
protestantismo se requintaron en la Revolución Francesa,
la cual, a su vez, se requintó en el gran proceso revolucionario de la
bolchevización del mundo de hoy.
Es que las pasiones desordenadas, yendo en
un crescendo análogo al que produce
la aceleración en la ley de la gravedad, y alimentándose de sus propias obras,
acarrean consecuencias que, a su vez, se desarrollan según una intensidad
proporcional. Y en la misma progresión los errores generan errores, y las
revoluciones abren camino unas a las otras.
--------------------------
(N. del E. 1): La
palabra portuguesa requintar significa llevar algo a su más alto grado, a su extremo,
a su exceso. No encontrando un equivalente suficientemente preciso en el
castellano contemporáneo, preferimos conservar la expresión original.
4. Las velocidades armónicas
de la Revolución
Ese proceso revolucionario se da en dos
velocidades diversas. Una, rápida, está destinada generalmente al fracaso en el
plano inmediato. La otra ha sido habitualmente coronada por el éxito, y es
mucho más lenta.
A. La alta velocidad
Los movimientos pre-comunistas de los
anabaptistas, por ejemplo, sacaron inmediatamente, en varios campos, todas o
casi todas las consecuencias del espíritu y de las tendencias de la Pseudo-Reforma:
fracasaron.
B. La marcha lenta
Lentamente, a lo largo de más de cuatro
siglos, las corrientes más moderadas del protestantismo, caminando de requinte
en requinte, por etapas de dinamismo y de inercia sucesivas, van, sin embargo,
favoreciendo paulatinamente, de uno u otro modo, la marcha de Occidente hacia
el mismo punto extremo (cfr. Parte II, cap. VIII, 2).
C. Cómo se armonizan estas
velocidades
Es necesario estudiar el papel de cada una
de esas velocidades en la marcha de la Revolución. Se
diría que los movimientos más veloces son inútiles. Sin embargo, no es verdad.
La explosión de esos extremismos levanta un estandarte, crea un punto de mira
fijo que, por su propio radicalismo, fascina a los moderados, y hacia el cual
éstos se van encaminando lentamente. Así, el socialismo repudia al comunismo
pero lo admira en silencio y tiende hacia él. Más remotamente, lo mismo se
podría decir del comunista Babeuf y sus secuaces en los últimos destellos de la Revolución Francesa.
Fueron aplastados. Pero lentamente la sociedad va siguiendo el camino hacia
donde ellos la quisieron llevar. El fracaso de los extremistas es, pues, sólo
aparente. Ellos colaboran indirecta, pero poderosamente, con la Revolución, atrayendo
en forma paulatina a la multitud incontable de los "prudentes", de
los "moderados" y de los mediocres, para la realización de sus
culpables y exacerbados devaneos.
5. Deshaciendo objeciones
Vistas estas nociones, se presenta la
ocasión para deshacer algunas objeciones que, antes de esto, no podrían ser
adecuadamente analizadas.
A. Revolucionarios de pequeña
velocidad y "semi-contra-revolucionarios"
Lo que distingue al revolucionario que
siguió el ritmo de la marcha rápida, de quien paulatinamente se va volviendo
tal según el ritmo de la marcha lenta, está en que, cuando el proceso
revolucionario se inició en el primero, encontró resistencias nulas, o casi
nulas. La virtud y la verdad vivían en esa alma una vida de superficie. Eran
como madera seca, que cualquier chispa puede incendiar. Por el contrario,
cuando ese proceso se opera lentamente, es porque la chispa de la Revolución encontró, al
menos en parte, leña verde. En otros términos, encontró mucha verdad o mucha
virtud que se mantienen contrarias a la acción del espíritu revolucionario. Un
alma en tal situación queda bipartida, y vive de dos principios opuestos, el de
la Revolución
y el del Orden.
De la coexistencia de esos dos principios
pueden surgir situaciones bien diversas:
+ a. El revolucionario de
pequeña velocidad: se deja arrastrar por la Revolución, a la cual
opone apenas la resistencia de la inercia.
+ b. El revolucionario de
velocidad lenta, pero con "coágulos" contra-revolucionarios.
También éste se deja arrastrar por la Revolución. Pero
en algún punto concreto la rechaza. Así, por ejemplo, será socialista en todo,
pero conservará el gusto por los modales aristocráticos. Según el caso, llegará
incluso a atacar la vulgaridad socialista. Sin duda, se trata de una resistencia.
Pero resistencia en un pormenor, que no se remonta a los principios, toda ella
constituida por hábitos e impresiones. Resistencia por eso mismo sin mayor
alcance, que morirá con el individuo, y que, si se diera en un grupo social,
tarde o temprano, por la violencia o por la persuasión, en una o en algunas
generaciones, será desmantelada por la Revolución en su curso inexorable.
+ c. El
"semi-contra-revolucionario" (cfr. Parte I, cap. IX): se
diferencia del anterior sólo por el hecho de que en él el proceso de
"coagulación" fue más enérgico y remontó hasta la zona de los
principios básicos. De algunos principios, se entiende, y no de todos. En él,
la reacción contra la
Revolución es más pertinaz, más viva. Constituye un obstáculo
que no es sólo de inercia. Su conversión a una posición enteramente
contra-revolucionaria es más fácil, por lo menos en tesis. Cualquier exceso de la Revolución puede
determinar en él una transformación cabal, una cristalización de todas las
tendencias buenas, en una actitud de firmeza inquebrantable. Mientras esta
feliz transformación no se dé, el "semi-contra-revolucionario" no
puede ser considerado un soldado de la Contra-Revolución.
Es característica del conformismo del
revolucionario de marcha lenta, y del "semi-contra-revolucionario",
la facilidad con que ambos aceptan las conquistas de la Revolución. Afirmando
la tesis de la unión de la
Iglesia y el Estado, por ejemplo, viven displicentemente en
el régimen de la hipótesis, es decir, de la separación, sin intentar ningún esfuerzo
serio para que se haga posible restaurar algún día, en condiciones
convenientes, la unión.
B. Monarquías protestantes
-Repúblicas católicas
Una objeción que se podría hacer a nuestra
tesis consistiría en decir que, si el movimiento republicano universal es fruto
del espíritu protestante, no se comprende cómo, actualmente, sólo haya en el
mundo un Rey católico, y tantos países protestantes se conserven monárquicos.
La explicación es simple. Inglaterra,
Holanda y las naciones nórdicas, por toda una serie de razones históricas,
psicológicas, etc., son muy afines a la monarquía. Al penetrar en ellas, la Revolución no consiguió
evitar que el sentimiento monárquico "coagulase". Así, la realeza
viene sobreviviendo obstinadamente en esos países, a pesar de que en ellos la Revolución va
penetrando cada vez más a fondo en otros campos. "Sobreviviendo"...
sí, en la medida en que morir poco a poco puede ser llamado sobrevivir. Pues la
monarquía inglesa, reducida en grandísima medida a un papel de pompa, y las
demás realezas protestantes, transformadas para casi todos los efectos en
repúblicas cuyo jefe es vitalicio y hereditario, van agonizando suavemente, y,
de continuar así las cosas, se extinguirán sin ruido.
Sin negar que otras causas contribuyen a
esta sobrevida, queremos, sin embargo, poner en evidencia ese factor -muy
importante, por lo demás- que se sitúa en el ámbito de nuestra exposición.
Por el contrario, en las naciones latinas,
el amor a una disciplina externa y visible, a un poder público fuerte y prestigioso,
es -por muchas razones- bastante menor.
La
Revolución
no encontró en ellas, pues, un sentimiento monárquico tan arraigado. Derribó
los tronos fácilmente. Pero hasta ahora no fue suficientemente fuerte para
arrastrar a la Religión.
C. La austeridad protestante
Otra objeción a nuestro trabajo podría
venir del hecho de que ciertas sectas protestantes son de una austeridad que
raya en lo exagerado. ¿Cómo, pues, explicar todo el protestantismo por una
explosión del deseo de gozar la vida?
Aún aquí, la objeción no es difícil de
resolver. A1 penetrar en ciertos ambientes, la Revolución encontró muy
vivaz el amor a la austeridad. Así, se formó un "coágulo". Y, si bien
que ella haya conseguido ahí en materia de orgullo todos los triunfos, no
alcanzó éxitos iguales en materia de sensualidad. En tales ambientes, se goza
la vida por medio de los discretos deleites del orgullo, y no por las groseras
delicias de la carne. Hasta puede ser que la austeridad, estimulada por el
orgullo exacerbado, haya reaccionado exageradamente contra la sensualidad. Pero
esa reacción, por más obstinada que sea, es estéril: tarde o temprano, por
inanición o por la violencia, será destrozada por la Revolución. Pues
no es de un puritanismo rígido, frío, momificado, de donde puede partir el
soplo de vida que regenerará la tierra.
D. El frente único de la Revolución
Tales "coagulaciones" y
cristalizaciones conducen normalmente al entrechoque de las fuerzas de la Revolución. Al
considerar esto, se diría que las potencias del mal están divididas contra sí
mismas, y que es falsa nuestra concepción unitaria del proceso revolucionario.
Ilusión. Esas fuerzas, por un instinto
profundo, que muestra que son armónicas en sus elementos esenciales y
contradictorias sólo en sus accidentes, tienen una sorprendente capacidad de
unirse contra la
Iglesia Católica, siempre que se encuentren frente a Ella.
Estériles en los elementos buenos que les
resten, las fuerzas revolucionarias sólo son realmente eficientes para el mal.
Y así, cada cual ataca por su lado a la Iglesia, que queda como una ciudad sitiada por un
inmenso ejército.
Entre esas fuerzas de la Revolución, no se debe
omitir a los católicos que profesan la doctrina de la Iglesia pero están
dominados por el espíritu revolucionario. Mil veces más peligrosos que los
enemigos declarados, combaten a la Ciudad Santa dentro de sus propios muros, y bien
merecen lo que de ellos dijo Pío IX: "Aún cuando los hijos del siglo sean
más hábiles que los hijos de la luz, sus ardides y sus violencias tendrían, sin
duda, menos éxito si un gran número, entre aquellos que se llaman católicos, no
les tendiesen una mano amiga. Sí, infelizmente, hay quienes parecen querer
caminar de acuerdo con nuestros enemigos, y se esfuerzan por establecer una
alianza entre la luz y las tinieblas, un acuerdo entre la justicia y la
iniquidad por medio de esas doctrinas que se llaman católico-liberales, las
cuales, apoyándose sobre los más perniciosos principios, adulan al poder civil
cuando éste invade las cosas espirituales, e impulsan a las almas al respeto, o
al menos a la tolerancia, de las leyes más inicuas. Como si absolutamente no
estuviese escrito que nadie puede servir a dos señores. Ellos son ciertamente
mucho más peligrosos y más funestos que los enemigos declarados, no sólo porque
los secundan en sus esfuerzos, tal vez sin percibirlo, como también porque,
manteniéndose en el extremo límite de las opiniones condenadas, toman una
apariencia de integridad y de doctrina irreprochable, incitando a los
imprudentes amigos de conciliaciones y engañando a las personas honestas, que
se rebelarían contra un error declarado. Por eso, ellos dividen los espíritus,
rasgan la unidad y debilitan las fuerzas que sería necesario reunir contra el
enemigo" (Carta al Presidente y miembros del Círculo San Ambrosio de
Milán, 6.III.1873, apud “I Papi e la Gioventù” - Editora A.V.E., Roma, 1944, p. 36).
6. Los agentes de la Revolución:
la Masonería
y las demás fuerzas secretas
Una vez que estamos estudiando las fuerzas
propulsoras de la
Revolución, conviene que digamos una palabra sobre sus
agentes.
No creemos que el mero dinamismo de las
pasiones y de los errores de los hombres pueda conjugar medios tan diversos
para la consecución de su único fin, es decir, la victoria de la Revolución.
Producir un proceso tan coherente, tan
continuo, como el de la
Revolución, a través de las mil vicisitudes de siglos
enteros, llenos de imprevistos de todo orden, nos parece imposible sin la
acción de generaciones sucesivas de conspiradores de una inteligencia y un
poder extraordinarios. Pensar que sin esto la Revolución habría
llegado al estado en que se encuentra, es lo mismo que admitir que centenas de
letras lanzadas por una ventana pudieran disponerse espontáneamente en el
suelo, de manera que formasen una obra cualquiera, por ejemplo la Oda a Satanás, de Carducci.
Las fuerzas propulsoras de la Revolución han sido
manipuladas hasta aquí por agentes sagacísimos, que se han servido de ellas
como medios para realizar el proceso revolucionario.
De modo general, pueden calificarse de
agentes de la Revolución
todas las sectas, de cualquier naturaleza, engendradas por ella, desde su
nacimiento hasta nuestros días, para la difusión del pensamiento o la
articulación de las tramas revolucionarias. Sin embargo, la secta-maestra,
alrededor de la cual todas se articulan como simples fuerzas auxiliares -a
veces conscientemente, y otras veces no- es la Masonería, según
claramente se desprende de los documentos pontificios, y especialmente de la Encíclica “Humanum Genus”
de León XIII, del 20 de abril de 1884 ("Bonne Presse", París, vol. 1,
pp. 242-276).
El éxito que hasta aquí han alcanzado esos
conspiradores, y particularmente la Masonería, se debe no sólo al hecho de que poseen
una indiscutible capacidad para articularse y conspirar, sino también a su
lúcido conocimiento de lo que es la esencia profunda de la Revolución, y de cómo
utilizar las leyes naturales -hablamos de las de la política, de la sociología,
de la psicología, del arte, de la economía, etc.- para hacer progresar la
realización de sus planes.
En este sentido los agentes del caos y de
la subversión hacen como el científico, que en vez de actuar por sí solo,
estudia y pone en acción las fuerzas, mil veces más poderosas, de la
naturaleza.
Es lo que, además de explicar en gran parte
el éxito de la Revolución,
constituye una importante indicación para los soldados de la Contra-Revolución.
Capítulo VII
La esencia de la Revolución
Descripta así rápidamente la crisis del
Occidente cristiano, es oportuno analizarla.
1. La Revolución por
excelencia
Ese proceso crítico de que nos venimos
ocupando es, ya lo dijimos, una revolución.
A. Sentido de la palabra
"Revolución"
Damos a este vocablo el sentido de un
movimiento que persigue destruir un poder o un orden legítimo e instalar en su lugar
un estado de cosas (intencionalmente no queremos decir orden de cosas) o un
poder ilegítimo.
B. Revolución cruenta e
incruenta
En este sentido, en rigor, una revolución
puede ser incruenta. Esta de que nos ocupamos se desarrolló y continúa
desarrollándose por toda suerte de medios, algunos de los cuales cruentos, y
otros no. Las dos guerras mundiales de este siglo, por ejemplo, consideradas en
sus consecuencias más profundas, son capítulos de ella, y de los más
sangrientos. Mientras que la legislación cada vez más socialista de todos o
casi todos los pueblos de hoy constituye un progreso importantísimo e incruento
de la Revolución.
C. La amplitud de esta
Revolución
La
Revolución
ha derribado muchas veces autoridades legítimas, substituyéndolas por otras sin
ningún título de legitimidad. Pero sería errado pensar que ella consiste sólo
en esto. Su objetivo principal no es sólo la destrucción de estos o de aquellos
derechos de personas o familias. Ella quiere destruir todo un orden de cosas
legítimo, y substituirlo por una situación ilegítima. Y "orden de
cosas" aún no lo dice todo. Lo que la Revolución pretende
abolir es una visión del universo y un modo de ser del hombre, con la intención
de substituirlos por otros radicalmente contrarios.
D. La Revolución por
excelencia
En este sentido se comprende que esta
Revolución no es sólo una revolución, sino que es la Revolución.
E. La destrucción del orden
por excelencia
En efecto, el orden de cosas que viene
siendo destruido es la
Cristiandad medieval. Ahora bien, esa Cristiandad no fue un
orden cualquiera, posible como serían posibles muchos otros órdenes. Fue la
realización, en las circunstancias inherentes a los tiempos y lugares, del
único orden verdadero entre los hombres, o sea, la civilización cristiana.
En la Encíclica “Immortale Dei”, León XIII describió en
estos términos la
Cristiandad medieval: "Hubo un tiempo en que la
filosofía del Evangelio gobernaba los Estados. En esa época la influencia de la
sabiduría cristiana y su virtud divina penetraban las leyes, las instituciones,
las costumbres de los pueblos, todas las categorías y todas las relaciones de
la sociedad civil. Entonces la religión instituida por Jesucristo, sólidamente
establecida en el grado de dignidad que le es debido, era floreciente en todas
partes gracias al favor de los príncipes y a la protección legítima de los
magistrados. Entonces el Sacerdocio y el Imperio estaban ligados entre sí por
una feliz concordia y por la permuta amistosa de buenos oficios. Organizada
así, la sociedad civil dio frutos superiores a toda expectativa, cuya memoria
subsiste y subsistirá, consignada como está en innumerables documentos que
ningún artificio de los adversarios podrá corromper u obscurecer" (Encíclica
“Immortale Dei”, l.XI.1885 - "Bonne Presse", París, vol. II, p. 39).
Así, lo que ha sido destruido, desde el siglo
XV hasta ahora, aquello cuya destrucción ya está casi enteramente consumada en
nuestros días, es la disposición de los hombres y de las cosas según la
doctrina de la Iglesia,
Maestra de la Revelación
y de la Ley Natural.
Esta disposición es el orden por excelencia. Lo que se quiere implantar es, per diametrum, lo contrario de esto. Por
tanto, la Revolución
por excelencia.
Sin duda, la presente Revolución tuvo
precursores, y también prefiguras. Arrio, Mahoma, fueron, por ejemplo,
prefiguras de Lutero. Hubo también utopistas en diferentes épocas, que
concibieron, en sueños, días muy parecidos a los de la Revolución. Hubo
por fin, en diversas ocasiones, pueblos o grupos humanos que intentaron realizar
un estado de cosas análogo a las quimeras de la Revolución.
Pero todos estos sueños, todas estas
prefiguras poco o nada son en comparación con la Revolución en cuyo
proceso vivimos. Esta, por su radicalidad, por su universalidad, por su
pujanza, fue tan hondo y está llegando tan lejos que constituye algo sin par en
la Historia,
y hace que muchos espíritus ponderados se pregunten si realmente no llegamos a
los tiempos del Anticristo. De hecho, parece que no estamos distantes, a juzgar
por las palabras del Santo Padre Juan XXIII, gloriosamente reinante: "Nos
os decimos, además, que en esta hora terrible en que el espíritu del mal busca
todos los medios para destruir el Reino de Dios, debéis poner en acción todas
las energías para defenderlo, si queréis evitar a vuestra ciudad ruinas
inmensamente mayores que las acumuladas por el terremoto de cincuenta años
atrás. ¡Cuánto más difícil sería entonces el resurgimiento de las almas, una
vez que hubiesen sido separadas de la Iglesia o sometidas como esclavas a las falsas
ideologías de nuestro tiempo!" (Radiomensaje del 28.XII.1958, a la
población de Messina, en el 50° aniversario del terremoto que destruyó esa
ciudad -in "L'Osservatore Romano", edición semanal en lengua francesa
del 23.I.1959).
2. Revolución y legitimidad
A. La legitimidad por
excelencia
En general, la noción de legitimidad ha
sido enfocada apenas en relación a dinastías y gobiernos. Atendidas las
enseñanzas de León XIII en la
Encíclica “Au Milieu des Sollicitudes”, del 16 de febrero de
1892 ("Bonne Presse", París, vol. III, pp.112-122), no se puede, sin
embargo, hacer tabla rasa de la cuestión de la legitimidad dinástica o
gubernamental, pues es cuestión moral gravísima que las conciencias rectas
deben considerar con toda atención.
No obstante, no es sólo a este género de
problemas que se aplica el concepto de legitimidad.
Hay una legitimidad más alta, aquella que
es la característica de todo orden de cosas en que se haga efectiva la Realeza de Nuestro Señor
Jesucristo, modelo y fuente de la legitimidad de todas las realezas y poderes
terrenos. Luchar por la autoridad legítima es un deber, y hasta un deber grave.
Pero es preciso ver en la legitimidad de quienes detentan la autoridad no sólo
un bien excelente en sí, sino un medio para alcanzar un bien aún mucho mayor, o
sea, la legitimidad de todo el orden social, de todas las instituciones y
ambientes humanos, lo que se da con la disposición de todas las cosas según la
doctrina de la Iglesia.
B. Cultura y civilización
católicas
El ideal de la Contra-Revolución
es, pues, restaurar y promover la cultura y la civilización católicas. Esta
temática no estaría suficientemente enunciada, si no contuviese una definición
de lo que entendemos por "cultura católica" y "civilización
católica". Sabemos que los términos "civilización" y
"cultura" son usados en muchos sentidos diversos. Claro está que aquí
no pretendemos tomar posición en una cuestión de terminología. Y que nos
limitamos a usar esos vocablos como rótulos de precisión relativa para
mencionar ciertas realidades, más preocupados en dar la verdadera idea de esas
realidades, que en discutir sobre los términos.
Un alma en estado de gracia está en
posesión, en grado mayor o menor, de todas las virtudes. Iluminada por la fe,
dispone de los elementos para formar la única visión verdadera del universo.
El elemento fundamental de la cultura
católica es la visión del universo elaborada según la doctrina de la Iglesia. Esa cultura
comprende no sólo la instrucción, es decir, la posesión de los datos
informativos necesarios para tal elaboración, sino también un análisis y una
coordinación de esos datos conforme a la doctrina católica. Ella no se ciñe al
campo teológico, o filosófico, o científico, sino que abarca todo el saber
humano, se refleja en el arte e implica la afirmación de valores que impregnan
todos los aspectos de la existencia.
Civilización católica es la estructuración
de todas las relaciones humanas, de todas las instituciones humanas y del
propio Estado, según la doctrina de la Iglesia.
C. Carácter sacral de la
civilización católica
Está implícito que tal orden de cosas es
fundamentalmente sacral, y que comporta el reconocimiento de todos los poderes
de la Santa Iglesia
y particularmente del Sumo Pontífice: poder directo sobre las cosas
espirituales, poder indirecto sobre las cosas temporales, en cuanto se refieren
a la salvación de las almas.
Realmente, el fin de la sociedad y del
Estado es la vida virtuosa en común. Ahora bien, las virtudes que el hombre
está llamado a practicar son las virtudes cristianas, y de éstas la primera es
el amor a Dios. La sociedad y el Estado tienen, pues, un fin sacral (cfr. Santo
Tomás, “De Regimine Principum”, I, 14 y 15).
Por cierto, es a la Iglesia a quien pertenecen
los medios propios para promover la salvación de las almas. Pero la sociedad y
el Estado tienen medios instrumentales para el mismo fin, es decir, medios que,
movidos por un agente más alto, producen un efecto superior a sí mismos.
D. Cultura y civilización por
excelencia
De todos estos datos es fácil inferir que
la cultura y la civilización católicas son la cultura por excelencia y la
civilización por excelencia. Es preciso añadir que ellas no pueden existir sino
en pueblos católicos. Realmente, si bien el hombre puede conocer los principios
de la Ley Natural
por su propia razón, un pueblo no puede, sin el Magisterio de la Iglesia, mantenerse
durablemente en el conocimiento de todos ellos (cfr. Concilio Vaticano I, sec. III,
cap. 2, D. 1786). Y, por este
motivo, un pueblo que no profese la verdadera Religión no puede practicar
durablemente todos los Mandamientos (cfr. Concilio de Trento, ses. VI, cap. 2,
D. 812). En estas condiciones, y como sin el conocimiento y la observancia de la Ley de Dios no puede haber
orden cristiano, la civilización y la cultura por excelencia sólo son posibles
en el gremio de la
Santa Iglesia. En efecto, de acuerdo con lo que dijo San Pío
X, la civilización "es tanto más verdadera, más durable, más fecunda en
frutos preciosos cuanto más puramente cristiana; tanto más decadente, para gran
desgracia de la sociedad, cuanto más se substrae al ideal cristiano. Por eso,
por la fuerza intrínseca de las cosas, la Iglesia se convierte también de hecho en la
guardiana y protectora de la civilización cristiana" (Encíclica “Il Fermo
Propósito”, 11.VI.1905 - "Bonne Presse", París, vol.II, p. 92).
E. La ilegitimidad por
excelencia
Si en esto consisten el orden y la
legitimidad, fácilmente se ve en qué consiste la Revolución. Pues
es lo contrario de ese orden. Es el desorden y la ilegitimidad por excelencia.
3. La Revolución, el orgullo
y la sensualidad - Los valores metafísicos de la Revolución
Dos nociones concebidas como valores
metafísicos expresan bien el espíritu de la Revolución: igualdad
absoluta, libertad completa. Y dos son las pasiones que más la sirven: el
orgullo y la sensualidad.
Al referirnos a las pasiones, conviene
esclarecer el sentido en que tomamos el vocablo en este trabajo. Para mayor
brevedad, conformándonos con el uso de varios autores espirituales, siempre que
hablamos de las pasiones como fautoras de la Revolución, nos
referimos a las pasiones desordenadas. Y, de acuerdo con el lenguaje corriente,
incluimos en las pasiones desordenadas todos los impulsos al pecado existentes
en el hombre como consecuencia de la triple concupiscencia: la de la carne, la
de los ojos y la soberbia de la vida (cfr. I Jo. 2, 16).
A. Orgullo e igualitarismo
La persona orgullosa, sujeta a la autoridad
de otra, odia en primer lugar el yugo que en concreto pesa sobre ella.
En un segundo grado, el orgulloso odia
genéricamente todas las autoridades y todos los yugos, y más aún el propio
principio de autoridad, considerado en abstracto.
Y porque odia toda autoridad, odia también
toda superioridad, de cualquier orden que sea.
En todo esto hay un verdadero odio a Dios
(cfr. ítem. “m”, infra).
Este odio a cualquier desigualdad ha ido
tan lejos que, movidas por él, personas colocadas en una alta situación la han
puesto en grave riesgo y hasta perdido, sólo por no aceptar la superioridad de
quien está más alto.
Más aún. En un auge de virulencia el
orgullo podría llevar a alguien a luchar por la anarquía y a rehusar el poder
supremo que le fuese ofrecido. Esto porque la simple existencia de ese poder
trae implícita la afirmación del principio de autoridad, a que todo hombre en
cuanto tal -y el orgulloso también- puede ser sujeto.
El orgullo puede conducir, así, al
igualitarismo más radical y completo.
Son varios
los aspectos de ese igualitarismo radical y metafísico:
+ a. Igualdad entre los hombres y Dios: de ahí el panteísmo, el
inmanentismo y todas las formas esotéricas de religión, que pretenden
establecer un trato de igual a igual entre Dios y los hombres, y que tienen por
objetivo saturar a estos últimos de propiedades divinas. El ateo es un
igualitario que, queriendo evitar el absurdo que hay en afirmar que el hombre
es Dios, cae en otro absurdo, afirmando que Dios no existe. El laicismo es una
forma de ateísmo, y por tanto de igualitarismo. Afirma la imposibilidad de que
se tenga certeza de la existencia de Dios. De donde, en la esfera temporal, el
hombre debe actuar como si Dios no existiese. O sea, como persona que destronó
a Dios.
+ b. Igualdad en la esfera
eclesiástica: supresión del sacerdocio dotado de los poderes del orden,
magisterio y gobierno, o por lo menos de un sacerdocio con grados jerárquicos.
+ c. Igualdad entre las
diversas religiones: todas las discriminaciones religiosas son antipáticas
porque ofenden la fundamental igualdad entre los hombres. Por esto, las
diversas religiones deben tener un tratamiento rigurosamente igual. El que una
religión se pretenda verdadera con exclusión de las otras es afirmar una
superioridad, es contrario a la mansedumbre evangélica e impolítico, pues le
cierra el acceso a los corazones.
+ d. Igualdad en la esfera política:
supresión, o por lo menos atenuación, de la desigualdad entre gobernantes y
gobernados. El poder no viene de Dios, sino de la masa que manda, a la cual el
gobierno debe obedecer. Proscripción de la monarquía y de la aristocracia como
regímenes intrínsecamente malos por ser anti-igualitarios. Sólo la democracia
es legítima, justa y evangélica (cfr. San Pío X, Carta Apostólica “Notre Charge
Apostolique”, 25.VIII.1910, A.A.S., vol. II, pp. 615-619).
+ e. Igualdad en la estructura
de la sociedad: supresión de las clases, especialmente de las que se
perpetúan por la vía hereditaria. Abolición de toda influencia aristocrática en
la dirección de la sociedad y en el tonus
general de la cultura y de las costumbres. La jerarquía natural constituida por
la superioridad del trabajo intelectual sobre el trabajo manual desaparecerá
por la superación de la distinción entre uno y otro.
+ f. Abolición de los cuerpos
intermedios entre los individuos y el Estado, así como de los privilegios
que son elementos inherentes a cada cuerpo social. Por más que la Revolución odie el
absolutismo regio, odia más aún los cuerpos intermedios y la monarquía orgánica
medieval. Es que el absolutismo monárquico tiende a poner a los súbditos, aun a
los de más categoría, en un nivel de recíproca igualdad, en una situación
disminuida que ya preanuncia la aniquilación del individuo y el anonimato, los
cuales llegan al auge en las grandes concentraciones urbanas de la sociedad
socialista. Entre los grupos intermedios que serán abolidos, ocupa el primer
lugar la familia. Mientras no consigue extinguirla, la Revolución procura
reducirla, mutilarla y vilipendiarla de todos los modos.
+ g. Igualdad económica:
nada pertenece a nadie, todo pertenece a la colectividad. Supresión de la
propiedad privada, del derecho de cada cual al fruto integral de su propio
trabajo y a la elección de su profesión.
+ h. Igualdad en los aspectos
exteriores de la existencia: la variedad redunda fácilmente en la desigualdad
de nivel. Por eso, disminución en cuanto sea posible de la variedad en los
trajes, en las residencias, en los muebles, en los hábitos, etc.
+ i. Igualdad de almas: la
propaganda modela todas las almas según un mismo padrón, quitándoles las
peculiaridades y casi la vida propia. Hasta las diferencias de psicología y de
actitud entre los sexos tienden a menguar lo más posible. Por todo esto,
desaparece el pueblo, que es esencialmente una gran familia de almas diversas
pero armónicas, reunidas alrededor de lo que les es común. Y surge la masa, con
su gran alma vacía, colectiva, esclava (cfr. Pío XII, Radiomensaje de Navidad
de 1944 – “Discorsi e Radiomessaggi”, vol. VI, p. 239).
+ j. Igualdad en todo el trato
social: como entre mayores y menores, patrones y empleados, profesores y
alumnos, esposo y esposa, padres e hijos, etc.
+ k. Igualdad en el orden
internacional: el Estado es constituido por un pueblo independiente que
ejerce pleno dominio sobre un territorio. La soberanía es, así, en el Derecho
Público, la imagen de la propiedad. Admitida la idea de pueblo, con
características que lo diferencian de los otros, y la de soberanía, estamos
forzosamente en presencia de desigualdades: de capacidad, de virtud, de número,
etc. Admitida la idea de territorio, tenemos la desigualdad cuantitativa y
cualitativa de los diversos espacios territoriales. Se comprende, pues, que la Revolución,
fundamentalmente igualitaria, sueñe con fundir todas las razas, todos los
pueblos y todos los Estados en una sola raza, un solo pueblo y un solo Estado
(cfr. Parte I, cap. XI, 3).
+ l. Igualdad entre las
diversas partes del país: por las mismas razones y por un mecanismo
análogo, la Revolución
tiende a abolir en el interior de las patrias ahora existentes todo sano
regionalismo político, cultural, etc.
+ m. Igualitarismo y odio a
Dios: Santo Tomás enseña (cfr. “Summa Contra Gentiles”, II, 45; “Summa
Teologica”, I, q. 47, a.
2) que la diversidad de las criaturas y su escalonamiento jerárquico son un bien
en sí, pues así resplandecen mejor en la creación las perfecciones del Creador.
Y dice que tanto entre los Angeles (cfr. “Summa Teologica”, I, q. 50, a. 4) como entre los
hombres, en el Paraíso Terrenal como en esta tierra de exilio (cfr. op. cit.,
I, q. 96, a.
3-4), la Providencia
instituyó la desigualdad. Por eso, un universo de criaturas iguales sería un
mundo en que se habría eliminado, en toda la medida de lo posible, la semejanza
entre criaturas y Creador. Odiar, en principio, toda y cualquier desigualdad
es, pues, colocarse metafísicamente contra los mejores elementos de semejanza
entre el Creador y la creación, es odiar a Dios.
+ n. Los límites de la
desigualdad: claro está que de toda esta explanación doctrinaria no se
puede concluir que la desigualdad es siempre y necesariamente un bien.
Todos los hombres son iguales por
naturaleza, y diferentes sólo en sus accidentes. Los derechos que les vienen
del simple hecho de ser hombres son iguales para todos: derecho a la vida, a la
honra, a condiciones de existencia suficientes, al trabajo y, pues, a la
propiedad, a la constitución de una familia, y sobre todo al conocimiento y
práctica de la verdadera Religión. Y las desigualdades que atenten contra esos
derechos son contrarias al orden de la Providencia. Sin
embargo, dentro de estos límites, las desigualdades provenientes de accidentes
como la virtud, el talento, la belleza, la fuerza, la familia, la tradición,
etc., son justas y conformes al orden del universo (cfr. Pío XII, Radiomensaje
de Navidad de 1944 – “Discorsi e Radiomessaggi”, vol. VI, p. 239).
B. Sensualidad y liberalismo
A la par del orgullo, generador de todo
igualitarismo, la sensualidad, en el más amplio sentido del término, es la
causa del liberalismo. Es en estas tristes profundidades donde se encuentra la
conjunción entre esos dos principios metafísicos de la Revolución, la igualdad
y la libertad, contradictorios bajo tantos puntos de vista.
+ a. La jerarquía en el alma:
Dios, que imprimió un cuño jerárquico en toda la creación, visible e invisible,
lo hizo también en el alma humana. La inteligencia debe guiar la voluntad, y
ésta debe gobernar la sensibilidad. Como consecuencia del pecado original,
existe en el hombre una constante fricción entre los apetitos sensibles y la
voluntad guiada por la razón: "Veo en mis miembros otra ley, que combate
contra la ley de mi razón" (Rom. 7, 23).
Pero la voluntad, reina reducida a gobernar
súbditos puestos en continuas tentativas de rebelión, tiene medios para vencer
siempre... mientras no resista a la gracia de Dios (cfr. Rom. 7, 25).
+ b. El igualitarismo en el
alma: el proceso revolucionario, que tiene como objetivo la nivelación
general -pero que tantas veces no ha sido sino la usurpación de la función rectora
por parte de quien debería obedecer- una vez transpuesto a las relaciones entre
las potencias del alma, habría de producir la lamentable tiranía de todas las
pasiones desenfrenadas, sobre una voluntad débil y quebrada y una inteligencia
obnubilada. Especialmente el dominio de una sensualidad abrasada sobre todos
los sentimientos de recato y de pudor.
Cuando la Revolución proclama la
libertad absoluta como un principio metafísico, lo hace únicamente para
justificar el libre curso de las peores pasiones y de los errores más funestos.
+ c. Igualitarismo y
liberalismo: la inversión de que hablamos, es decir, el derecho a pensar,
sentir y hacer todo cuanto las pasiones desenfrenadas exigen, es la esencia del
liberalismo. Esto se muestra bien en las formas más exacerbadas de la doctrina
liberal. Analizándolas, se percibe que al liberalismo poco le importa la
libertad para el bien. Sólo le interesa la libertad para el mal. Cuando está en
el poder, fácilmente, y hasta alegremente, le cohibe al bien la libertad, en
toda la medida de lo posible. Pero protege, favorece, prestigia, de muchas
maneras, la libertad para el mal. En lo cual se muestra opuesto a la
civilización católica, que da al bien todo el apoyo y toda la libertad, y
cercena en lo posible al mal.
Ahora bien, esa libertad para el mal es
precisamente la libertad para el hombre en cuanto interiormente
"revolucionario", es decir, en cuanto consiente en la tiranía de las
pasiones sobre su inteligencia y su voluntad.
Y así, el liberalismo es fruto del mismo árbol que el
igualitarismo.
Por lo demás, el orgullo, en cuanto genera
el odio a cualquier autoridad (cfr. ítem. “A”, supra), induce a una actitud nítidamente liberal. Y a este título
debe ser considerado un factor activo del liberalismo. Sin embargo, cuando la Revolución se dio
cuenta de que, si se dejara libres a los hombres, desiguales por sus aptitudes
y su aplicación, la libertad engendraría la desigualdad, deliberó, por odio a
ésta, sacrificar aquella. De ahí nació su fase socialista. Esta fase no constituye
sino una etapa. La
Revolución espera, en su término final, realizar un estado de
cosas en que la completa libertad coexista con la plena igualdad.
Así, históricamente, el movimiento
socialista es un mero requinte del movimiento liberal. Lo que lleva a un
liberal auténtico a aceptar el socialismo es precisamente que, en éste, se
prohiben tiránicamente mil cosas buenas, o por lo menos inocentes, pero se
favorece la satisfacción metódica, y a veces con aspectos de austeridad, de las
peores y más violentas pasiones, como la envidia, la pereza, la lujuria. Y por
otro lado, el liberal entrevé que la ampliación de la autoridad en el régimen
socialista no pasa, dentro de la lógica del sistema, de ser un medio para
llegar a la tan ansiada anarquía final.
Los entrechoques de ciertos liberales
ingenuos o retardados con los socialistas, son, pues, meros episodios
superficiales en el proceso revolucionario, inocuos quid pro quo que no perturban la lógica profunda de la Revolución, ni su
marcha inexorable en un sentido que, bien vistas las cosas, es al mismo tiempo
socialista y liberal.
+ d. La generación del
"rock and roll": el proceso revolucionario en las almas, así
descripto, produjo en las generaciones más recientes, y especialmente en los
adolescentes actuales que se hipnotizan con el rock and roll, una forma de espíritu que se caracteriza por la
espontaneidad de las reacciones primarias, sin el control de la inteligencia ni
la participación efectiva de la voluntad; por el predominio de la fantasía y de
las "vivencias" sobre el análisis metódico de la realidad: fruto, todo,
en gran medida, de una pedagogía que reduce a casi nada el papel de la lógica y
de la verdadera formación de la voluntad.
+ e. Igualitarismo, liberalismo
y anarquismo: conforme a los ítems anteriores (a-d), si la efervescencia de
las pasiones desordenadas despierta por un lado el odio a cualquier freno y
cualquier ley, por otro lado provoca el odio contra cualquier desigualdad. Tal
efervescencia conduce así a la concepción utópica del "anarquismo"
marxista, según la cual una humanidad evolucionada, que viviere en una sociedad
sin clases ni gobierno, podría gozar del orden perfecto y de la más entera
libertad, sin que de ésta se originase desigualdad alguna. Como se ve, el ideal
simultáneamente más liberal y más igualitario que se pueda imaginar.
En efecto, la utopía anárquica del marxismo
consiste en un estado de cosas en el cual la personalidad humana habría
alcanzado un alto grado de progreso, de tal manera que le sería posible
desarrollarse libremente en una sociedad sin Estado ni gobierno.
En esa sociedad -que, a pesar de no tener
gobierno, viviría en pleno orden- la producción económica estaría organizada y
muy desarrollada, y la distinción entre trabajo intelectual y manual estaría
superada. Un proceso selectivo aún no determinado llevaría a la dirección de la
economía a los más capaces, sin que de ahí se derivase la formación de clases.
Estos serían los únicos e insignificantes
residuos de desigualdad. Pero, como esa sociedad comunista anárquica no es el
término final de la Historia,
parece legítimo suponer que tales residuos serían abolidos en una ulterior
evolución.
Capítulo VIII
La inteligencia, la voluntad
y la sensibilidad,
en la determinación de los
actos humanos
Las anteriores consideraciones piden un
desarrollo respecto al papel de la inteligencia, de la voluntad y de la
sensibilidad, en las relaciones entre error y pasión.
Podría parecer, en efecto, que afirmamos
que todo error es concebido por la inteligencia para justificar alguna pasión
desordenada. Así, el moralista que afirmase una máxima liberal sería siempre
movido por una tendencia liberal.
No es lo que pensamos. Puede suceder que
únicamente por debilidad de la inteligencia afectada por el pecado original, el
moralista llegue a una conclusión liberal.
En tal caso, ¿habrá habido necesariamente
alguna falta moral de otra naturaleza, o descuido, por ejemplo? -Es una
cuestión ajena a nuestro estudio.
Afirmamos, eso sí, que, históricamente,
esta Revolución tuvo su primer origen en una violentísima fermentación de
pasiones. Y estamos lejos de negar el gran papel de los errores doctrinarios en
ese proceso.
Muchos han sido los estudios de autores de
gran valía, como De Maistre, De Bonald, Donoso Cortés y tantos otros, sobre
tales errores y el modo por el cual fueron derivando unos de los otros, del
siglo XV al siglo XVI, y así hasta el siglo XX. No es, pues, nuestra intención
insistir aquí sobre el asunto.
Nos parece, sin embargo, particularmente
oportuno enfocar la importancia de los factores "pasionales" y la
influencia de éstos en los aspectos estrictamente ideológicos del proceso
revolucionario en que nos encontramos. Pues, a nuestro modo de ver, las atenciones
están poco dirigidas hacia este punto, lo que trae una visión incompleta de la Revolución, y acarrea
en consecuencia la adopción de métodos contra-revolucionarios inadecuados.
Sobre el modo por el cual las pasiones
pueden influir en las ideas, hay algo que añadir aquí.
l. La naturaleza caída, la
gracia y el libre albedrío
El hombre, por las simples fuerzas de su
naturaleza, puede conocer muchas verdades y practicar varias virtudes. No
obstante, no le es posible, sin el auxilio de la gracia, permanecer durablemente
en el conocimiento y en la práctica de todos los Mandamientos (cfr. Parte I,
cap. VII, 2, D).
Esto quiere decir que en todo hombre caído
existe siempre la debilidad de la inteligencia y una tendencia primera y
anterior a cualquier raciocinio, que lo incita a rebelarse contra la Ley (Donoso Cortés, en el
"Ensayo sobre el Catolicismo, el Liberalismo y el Socialismo" - Obras
Completas, B.A.C., Madrid, 1946, tomo II, p. 377- hace un importante desarrollo
de esa verdad, la cual se relaciona mucho con el presente trabajo).
2. El germen de la Revolución
Tal tendencia fundamental a la rebelión
puede, en un momento dado, tener el consentimiento del libre albedrío. El
hombre caído peca, así, violando uno u otro Mandamiento. Pero su rebelión puede
ir más allá, y llegar hasta el odio, más o menos inconfesado, al propio orden
moral en su conjunto. Ese odio, revolucionario por esencia, puede generar
errores doctrinarios, y hasta llevar a la profesión consciente y explícita de
principios contrarios a la
Ley Moral y a la doctrina revelada, en cuanto tales, lo que
constituye un pecado contra el Espíritu Santo. Cuando ese odio comenzó a
dirigir las tendencias más profundas de la Historia de Occidente, tuvo inicio la Revolución cuyo proceso
aun hoy se desarrolla y en cuyos errores doctrinarios aquél imprimió
vigorosamente su marca. Este odio es la causa más activa de la gran apostasía
de nuestros días. Por su naturaleza, es algo que no puede ser reducido
simplemente a un sistema doctrinario: es la pasión desordenada, en altísimo
grado de exacerbación.
Como es fácil ver, tal afirmación, relativa
a esta Revolución en concreto, no implica decir que haya siempre una pasión
desordenada en la raíz de todo error.
Y tampoco implica negar que muchas veces
fue un error lo que desencadenó en esta o en aquella alma, o incluso en este o
en aquel grupo social, el desarreglo de las pasiones.
Afirmamos tan sólo que el proceso
revolucionario, considerado en su conjunto, y también en sus principales
episodios, tuvo por germen más activo y profundo el desarreglo de las pasiones.
3. Revolución y mala fe
Se podría tal vez oponer la siguiente
objeción: si tal es la importancia de las pasiones en el proceso
revolucionario, parece que su víctima está siempre, por lo menos en alguna
medida, de mala fe. Por ejemplo, si el protestantismo es hijo de la Revolución, ¿está de
mala fe todo protestante? ¿No se contradice esto con la doctrina de la Iglesia que admite que
haya, en otras religiones, almas de buena fe?
Es obvio que una persona de entera buena fe,
y dotada de un espíritu fundamentalmente contra-revolucionario, puede estar
presa en las redes de los sofismas revolucionarios (sean de índole religiosa, filosófica,
política u otra cualquiera) por una ignorancia invencible. En personas así no
hay culpa alguna.
Mutatis
mutandis, se puede decir
lo mismo respecto a las que tienen la doctrina de la Revolución en uno u
otro punto circunscripto, por un lapso involuntario de la inteligencia.
Pero si alguien participa del espíritu de la Revolución movido por
las pasiones desordenadas inherentes a ella, la respuesta ha de ser otra.
Un revolucionario
puede, en estas condiciones, estar persuadido de las excelencias de sus máximas
subversivas. No será por tanto insincero. Pero tendrá culpa por el error en que
cayó.
Y puede también suceder que el
revolucionario profese una doctrina de la cual no esté persuadido, o de la cual
tenga una convicción incompleta.
En este caso, será parcial o totalmente insincero...
A este propósito, nos parece que casi no
sería necesario acentuar que, cuando afirmamos que las doctrinas de Marx
estaban implícitas en las negaciones de la Pseudo-Reforma y de
la Revolución
Francesa, no queremos decir que los adeptos de aquellos dos
movimientos eran, conscientemente, marxistas avant la lettre, y que ocultaban hipócritamente sus opiniones.
Lo propio de
la virtud cristiana es la recta disposición de las potencias del alma y, por
tanto, el incremento de la lucidez de la inteligencia iluminada por la gracia y
guiada por el Magisterio de la
Iglesia. No es por otra razón que todo santo es un modelo de
equilibrio y de imparcialidad. La objetividad de sus juicios y la firme
orientación de su voluntad para el bien no son debilitadas, ni siquiera
levemente, por el hálito venenoso de las pasiones desordenadas.
Por el contrario, a medida que el hombre
decae en la virtud y se entrega al yugo de esas pasiones, va menguando en él la
objetividad en todo cuanto se relacione con las mismas. De modo particular, esa
objetividad resulta perturbada en los juicios que el hombre formule sobre sí
mismo.
Hasta qué punto un revolucionario "de
marcha lenta" del siglo XVI o del siglo XVIII, obnubilado por el espíritu
de la Revolución,
se daba cuenta del sentido profundo y de las últimas consecuencias de su
doctrina, es, en cada caso concreto, el secreto de Dios.
De cualquier forma, la hipótesis de que
todos ellos fuesen marxistas conscientes se debe excluir enteramente.
Capítulo IX
También es hijo de la Revolución el
"semi-contra-revolucionario"
Todo lo que aquí se dijo fundamenta una
observación de importancia práctica.
Ciertos espíritus marcados por esa
Revolución interior podrán tal vez, por algún juego de circunstancias y de
coincidencias, como una educación en un medio fuertemente tradicionalista y
moralizado, conservar en uno o en muchos puntos una actitud
contra-revolucionaria (cfr. Parte I, cap. VI, 5, A).
Sin embargo, en la mentalidad de estos
"semi-contra-revolucionarios" se habrá entronizado el espíritu de la Revolución. Y en un
pueblo donde la mayoría esté en tal estado de alma, la Revolución será
incoercible mientras éste no cambie.
Así, la unidad de la Revolución trae, como
contrapartida, que el contra-revolucionario auténtico sólo podrá serlo
totalmente.
En cuanto a los
"semi-contra-revolucionarios" en cuya alma comienza a vacilar el
ídolo de la Revolución,
la situación es un tanto diversa. Tratamos del asunto en la Parte II, cap. XII, 10.
Capítulo X
La cultura, el arte y los
ambientes en la Revolución
Así descriptas la complejidad y amplitud
que el proceso revolucionario tiene en las zonas más profundas de las almas, y
por tanto de la mentalidad de los pueblos, es más fácil señalar toda la
importancia de la cultura, de las artes y de los ambientes en la marcha de la Revolución.
l. La cultura
Las ideas revolucionarias proporcionan a
las tendencias de las que nacieron, el medio de afirmarse con fueros de
ciudadanía, a los ojos del propio individuo y de terceros. Ellas sirven al
revolucionario para debilitar, en estos últimos, las convicciones verdaderas y
así desencadenar o agravar la rebelión de las pasiones. Son inspiración y molde
para las instituciones generadas por la Revolución. Esas
ideas pueden encontrarse en las más variadas ramas del saber o de la cultura,
pues es difícil que alguna de ellas no esté implicada, por lo menos
indirectamente, en la lucha entre la Revolución y la Contra-Revolución.
2. Las artes
En cuanto a las artes, como Dios estableció
misteriosas y admirables relaciones entre ciertas formas, colores, sonidos,
perfumes, sabores, y ciertos estados de alma, es claro que por estos medios se
puede influenciar a fondo las mentalidades e inducir a personas, familias y
pueblos a la formación de un estado de espíritu profundamente revolucionario.
Basta recordar la analogía entre el espíritu de la Revolución Francesa
y las modas que durante ella surgieron. O entre las efervescencias
revolucionarias de hoy y las presentes extravagancias de las modas y de las
escuelas artísticas llamadas avanzadas.
3. Los ambientes
En cuanto a los ambientes, en la medida en
que favorecen costumbres buenas o malas, pueden oponer a la Revolución las
admirables barreras de reacción, o por lo menos de inercia, de todo cuanto es
sanamente consuetudinario; o pueden comunicar a las almas las toxinas y las
energías tremendas del espíritu revolucionario.
4. Papel histórico de las
artes y de los ambientes en el proceso revolucionario
Por esto, en concreto, es necesario
reconocer que la democratización general de las costumbres y de los estilos de
vida, llevada a los extremos de una vulgaridad sistemática y creciente, y la
acción proletarizante de cierto arte moderno, contribuyeron al triunfo del
igualitarismo tanto o más que la implantación de ciertas leyes, o de ciertas
instituciones esencialmente políticas.
Como también es preciso reconocer que
quien, por ejemplo, consiguiese hacer cesar el cine o la televisión inmorales o
agnósticos, habría hecho por la Contra-Revolución mucho más que si provocase la
caída de un gabinete izquierdista, en la rutina de un régimen parlamentario.
Capítulo XI
La Revolución,
el pecado y la Redención
- La utopía revolucionaria
Entre los múltiples aspectos de la Revolución, es
importante resaltar que ella induce a sus hijos a subestimar o negar las
nociones del bien y del mal, del pecado original y de la Redención.
1. La Revolución niega el
pecado y la Redención
La
Revolución
es, como vimos, hija del pecado. Pero si lo reconociese, se desenmascararía y
se volvería contra su propia causa.
Así se explica por qué la Revolución tiende, no
sólo a silenciar la raíz de pecado de la cual brotó, sino también a negar la
propia noción de pecado. Negación radical que incluye tanto la culpa original
cuanto la actual, y se efectúa principalmente:
+ Por
sistemas filosóficos o jurídicos que niegan la validez y la existencia de
cualquier ley moral o dan a ésta los fundamentos vanos y ridículos del
laicismo.
+ Por
los mil procesos de propaganda que crean en las multitudes un estado de alma en
el cual, sin afirmar directamente que la moral no existe, se hace abstracción
de ella, y toda la veneración debida a la virtud es tributada a ídolos como el
oro, el trabajo, la eficiencia, el éxito, la seguridad, la salud, la belleza
física, la fuerza muscular, el goce de los sentidos, etc.
Es la propia noción de pecado, la misma
distinción entre el bien y el mal, lo que la Revolución va
destruyendo en el hombre contemporáneo. E, ipso
facto, va negando la
Redención de Nuestro Señor Jesucristo, que, sin el pecado, se
vuelve incomprensible y pierde toda relación lógica con la Historia y la vida.
2. Ejemplificación histórica:
negación del pecado en el
liberalismo y en el socialismo
En cada una de sus etapas, la Revolución ha procurado
subestimar o negar radicalmente el pecado.
A. La concepción inmaculada
del individuo
En la fase liberal e individualista, ella
enseñó que el hombre está dotado de una razón infalible, de una voluntad fuerte
y de pasiones sin desarreglo. De ahí una concepción del orden humano, en la
cual el individuo, reputado un ente perfecto, era todo, y el Estado nada, o
casi nada, un mal necesario... provisionalmente necesario, tal vez. Fue el
período en que se pensaba que la causa única de todos los errores y crímenes
era la ignorancia. Abrir escuelas era cerrar prisiones. El dogma básico de
estas ilusiones fue la concepción inmaculada del individuo.
La gran arma del liberal, para defenderse
contra las posibles prepotencias del Estado, y para impedir la formación de
camarillas que le quitasen la dirección de la cosa pública, eran las libertades
políticas y el sufragio universal.
B. La concepción inmaculada
de las masas y del Estado
Ya en el siglo pasado, el desacierto de
esta concepción se volvió patente, por lo menos en parte. Pero la Revolución no retrocedió.
En vez de reconocer su error, lo substituyó por otro. Fue la concepción
inmaculada de las masas y del Estado. Los individuos son propensos al egoísmo y
pueden errar. Pero las masas aciertan siempre y jamás se dejan llevar por las
pasiones. Su impecable medio de acción es el Estado. Su infalible medio de
expresión es el sufragio universal, del cual emanan los parlamentos impregnados
de pensamiento socialista, o la voluntad fuerte de un dictador carismático, que
guía siempre a las masas hacia la realización de la voluntad de éstas.
3. La Redención por la ciencia
y por la técnica: la utopía revolucionaria
De cualquier manera, depositando toda su
confianza en el individuo considerado aisladamente, en las masas o en el
Estado, es en el hombre en quien la Revolución confía. Autosuficiente por la ciencia
y por la técnica, él puede resolver todos sus problemas, eliminar el dolor, la
pobreza, la ignorancia, la inseguridad, en fin, todo aquello que llamamos
efecto del pecado original o actual.
Un mundo en cuyo seno las patrias
unificadas en una República Universal no sean sino denominaciones geográficas,
un mundo sin desigualdades sociales ni económicas, dirigido por la ciencia y
por la técnica, por la propaganda y por la psicología, para realizar, sin lo sobrenatural,
la felicidad definitiva del hombre: he aquí la utopía hacia la cual la Revolución nos va
encaminando.
En ese mundo, la Redención de Nuestro
Señor Jesucristo nada tiene que hacer. Pues el hombre habrá superado el mal por
la ciencia y habrá transformado la tierra en un "cielo" técnicamente
delicioso. Y por la prolongación indefinida de la vida esperará vencer un día a
la muerte.
Capítulo XII
Carácter pacifista y
antimilitarista de la
Revolución
Lo expuesto en el capítulo anterior nos
hace comprender fácilmente el carácter pacifista, y por tanto antimilitarista,
de la Revolución.
1. La ciencia abolirá las
guerras, las Fuerzas Armadas y la policía
En el paraíso técnico de la Revolución, la paz
tiene que ser perpetua. Pues la ciencia demuestra que la guerra es un mal. Y la
técnica consigue evitar todas las causas de las guerras.
De ahí una incompatibilidad fundamental
entre la Revolución
y las Fuerzas Armadas, las cuales deberán ser enteramente abolidas. En la República Universal
habrá sólo una policía, mientras los progresos de la ciencia y de la técnica no
acaben de eliminar el crimen.
2. Incompatibilidad
doctrinaria entre la
Revolución y el uniforme
El uniforme, por su simple presencia,
afirma implícitamente algunas verdades, un tanto genéricas, sin duda, pero de
índole ciertamente contra-revolucionaria:
+ La existencia de valores que importan más
que la vida y por los cuales se debe morir; lo que es contrario a la mentalidad
socialista, toda hecha de horror al riesgo y al dolor, de adoración de la
seguridad, y de supremo apego a la vida terrena.
+ La existencia
de una moral, pues la condición militar está totalmente fundada sobre ideas de
honor, de fuerza puesta al servicio del bien y dirigida contra el mal, etc.
3. El
"temperamento" de la
Revolución es contrario a la vida militar
Por fin, entre la Revolución y el
espíritu militar existe una antipatía "temperamental". La Revolución, mientras no
tiene todas las riendas en la mano, es locuaz, enredadora, declamatoria.
Resolver las cosas directa, drástica y secamente, more militari, desagrada a lo que podríamos llamar el actual
temperamento de la
Revolución. "Actual", recalcamos, para aludir a
ésta en la etapa en que se encuentra entre nosotros. Pues nada más despótico y
cruel que la Revolución
cuando es omnipotente: Rusia da de esto un elocuente ejemplo. Pero aun ahí la
divergencia subsiste, puesto que el espíritu militar es algo bien diferente del
espíritu del verdugo.
* * *
Analizada así en sus varios aspectos la
utopía revolucionaria, damos por concluido el estudio de la Revolución.
PARTE II:
LA CONTRA-REVOLUCION
Capítulo I
Contra-Revolución y reacción
1. La Contra-Revolución,
lucha específica y directa contra la Revolución
Si tal es la Revolución, la Contra-Revolución
es, en el sentido literal de la palabra, despojado de las conexiones ilegítimas
y más o menos demagógicas que a ella se juntaron en el lenguaje corriente, una
"re-acción". Es decir, una acción que es dirigida contra otra acción.
Ella es frente a la
Revolución lo que, por ejemplo, la Contra-Reforma fue
frente a la
Pseudo-Reforma.
2. Nobleza de esa reacción
Y de este carácter de reacción le viene a la Contra-Revolución
su nobleza y su importancia. En efecto, si la Revolución es lo que
nos va matando, nada es más indispensable que una reacción que tenga en vista
aplastarla. Ser opuesto, en principio, a una reacción contra-revolucionaria, es
lo mismo que querer entregar el mundo al dominio de la Revolución.
3. Reacción dirigida también
contra los adversarios de hoy
Conviene añadir que la Contra-Revolución,
así vista, no es ni puede ser un movimiento en las nubes, que combata
fantasmas. Ella tiene que ser la Contra-Revolución del siglo XX, hecha contra la Revolución como hoy en
concreto ésta existe y, por lo tanto, contra las pasiones revolucionarias como
hoy crepitan, contra las ideas revolucionarias como hoy se formulan, los
ambientes revolucionarios como hoy se presentan, el arte y la cultura
revolucionarios como hoy son, las corrientes y los hombres que, en cualquier nivel,
son actualmente los fautores más activos de la Revolución. La
Contra-Revolución no es, pues, una mera retrospección de los maleficios de la Revolución en el
pasado, sino un esfuerzo para cortarle el camino en el presente.
4. Modernidad e integridad de
la Contra-Revolución
La modernidad de la Contra-Revolución
no consiste en cerrar los ojos ni en pactar, aunque sea en proporciones
insignificantes, con la
Revolución. Por el contrario, consiste en conocerla en su
esencia invariable y en sus tan relevantes accidentes contemporáneos,
combatiéndola en éstos y en aquélla, inteligente, perspicaz y planeadamente,
con todos los medios lícitos, y utilizando el concurso de todos los hijos de la
luz.
Capítulo II
Reacción e inmobilismo
histórico
1. Qué restaurar
Si la Revolución es el desorden, la Contra-Revolución
es la restauración del Orden. Y por Orden entendemos la paz de Cristo en el
Reino de Cristo. O sea, la civilización cristiana, austera y jerárquica,
fundamentalmente sacral, antiigualitaria y antiliberal.
2. Qué innovar
Sin embargo, por fuerza de la ley histórica
según la cual el inmovilismo no existe en las cosas terrenas, el Orden nacido
de la
Contra-Revolución deberá tener características propias que lo
distingan del Orden existente antes de la Revolución. Claro
está que esta afirmación no se refiere a los principios, sino a los accidentes.
Accidentes, no obstante, de tal importancia que merecen ser mencionados.
En la imposibilidad de extendernos sobre
este asunto, digamos simplemente que, en general, cuando en un organismo se
produce una fractura o dilaceración, la zona de soldadura o recomposición
presenta dispositivos de protección especiales. Es, por las causas segundas, el
desvelo amoroso de la
Providencia contra la eventualidad de un nuevo desastre. Se
observa esto con los huesos fracturados, cuya soldadura constituye un refuerzo
en la propia zona de la fractura, o con los tejidos cicatrizados. Esta es una
imagen material de un hecho análogo que sucede en el orden espiritual. El
pecador que verdaderamente se enmienda tiene, por regla general, mayor horror
al pecado del que tuvo en los mejores años anteriores a la caída. Es la
historia de los Santos penitentes. Así también, después de cada prueba, la Iglesia emerge
particularmente armada contra el mal que procuró postrarla. Ejemplo típico de
esto es la
Contra-Reforma.
En virtud de esa ley, el Orden nacido de la Contra-Revolución
deberá refulgir, más aún que el de la Edad Media, en los tres puntos capitales en que
éste fue vulnerado por la
Revolución:
+ Un profundo respeto de los derechos de la Iglesia y del Papado y una
sacralización, en toda la extensión de lo posible, de los valores de la vida
temporal, todo por oposición al laicismo, al interconfesionalismo, al ateísmo y
al panteísmo, así como a sus respectivas secuelas.
+ Un espíritu de jerarquía que marque todos
los aspectos de la sociedad y del Estado, de la cultura y de la vida, por
oposición a la metafísica igualitaria de la Revolución.
+ Una diligencia en detectar y en combatir
el mal en sus formas embrionarias o veladas, en fulminarlo con execración y
nota de infamia, en punirlo con inquebrantable firmeza en todas sus
manifestaciones, particularmente en las que atenten contra la ortodoxia y la
pureza de las costumbres, todo ello por oposición a la metafísica liberal de la Revolución y a la
tendencia de ésta a dar libre curso y protección al mal.
Capítulo III
La Contra-Revolución y el prurito de novedades
La tendencia de tantos de nuestros
contemporáneos, hijos de la
Revolución, a amar sin restricciones el presente, adorar el
futuro y relegar incondicionalmente el pasado al desprecio y al odio, suscita
respecto a la
Contra-Revolución un conjunto de incomprensiones que importa
hacer cesar. Sobre todo, muchas personas se figuran que el carácter
tradicionalista y conservador de esta última hace de ella una adversaria nata
del progreso humano.
1. La
Contra-Revolución es tradicionalista
A. Razón
La Contra-Revolución, como vimos, es un esfuerzo que se
desarrolla en función de una Revolución. Esta se vuelve constantemente contra
todo un legado de instituciones, de doctrinas, de costumbres, de modos de ver,
sentir y pensar cristianos que recibimos de nuestros mayores, que aún no están
completamente abolidos. La
Contra-Revolución es, pues, la defensora de las tradiciones
cristianas.
B. La mecha que aún humea
La
Revolución
ataca a la civilización cristiana más o menos como cierto árbol de la selva
brasileña, la higuera brava (urostigma
olearia), que, creciendo en el tronco de otro árbol, lo envuelve
completamente y lo mata. En sus corrientes "moderadas" y de velocidad
lenta, la Revolución
se acercó a la civilización cristiana para envolverla del todo y matarla.
Estamos en un período en el que ese extraño fenómeno de destrucción aún no se
completó, es decir, en una situación híbrida en que aquello a lo que casi
llamaríamos restos mortales de la civilización cristiana, sumado al perfume y a
la acción remota de muchas tradiciones -sólo recientemente abolidas, pero que
todavía tienen algo de vivo en la memoria de los hombres- coexiste con muchas
instituciones y costumbres revolucionarias.
Frente a esa lucha entre una espléndida
tradición cristiana en la cual aún palpita la vida, y una acción revolucionaria
inspirada por la manía de novedades a la que se refería León XIII en las
palabras iniciales de la
Encíclica "Rerum Novarum", es natural que el
verdadero contra-revolucionario sea el defensor nato del tesoro de las buenas
tradiciones, porque ellas son los valores del pasado cristiano todavía
existentes y que se trata exactamente de salvar. En ese sentido, el
contra-revolucionario actúa como Nuestro Señor, que no vino a apagar la mecha
que aún humea, ni a romper el arbusto partido (cfr. Mt. 12, 20). Debe, por
tanto, procurar salvar amorosamente todas esas tradiciones cristianas. Una
acción contra-revolucionaria es, esencialmente, una acción tradicionalista.
C. Falso tradicionalismo
El espíritu tradicionalista de la Contra-Revolución
nada tiene en común con un falso y estrecho tradicionalismo que conserva
ciertos ritos, estilos o costumbres por mero amor a las formas antiguas y sin
aprecio alguno por la doctrina que los engendró. Esto sería arqueologismo, no
sano y vivo tradicionalismo.
2. La Contra-Revolución
es conservadora
¿Es conservadora la Contra-Revolución?
-En un sentido, sí, y profundamente. Y en otro sentido, no, también
profundamente.
Si se trata de conservar, en el presente,
algo que es bueno y merece vivir, la Contra-Revolución
es conservadora. Pero si se trata de perpetuar la situación híbrida en que nos
encontramos, de detener el proceso revolucionario en esta etapa, manteniéndonos
inmóviles como una estatua de sal, al margen del camino de la Historia y del Tiempo,
abrazados a lo que hay de bueno y de malo en nuestro siglo, buscando así una
coexistencia perpetua y armónica del bien y del mal, la Contra-Revolución
no es ni puede ser conservadora.
3. La Contra-Revolución
es condición esencial de verdadero progreso
¿Es progresista la Contra Revolución? –Sí, si el
progreso fuere auténtico. Y no, si fuere la marcha hacia la realización de la
utopía revolucionaria.
En su aspecto
material, el verdadero progreso consiste en el recto aprovechamiento de las
fuerzas de la naturaleza, según la
Ley de Dios y a servicio del hombre. Por eso, la Contra-Revolución
no pacta con el tecnicismo hipertrofiado de hoy, con la adoración de las
novedades, de las velocidades y de las máquinas, ni con la deplorable tendencia
a organizar more mechanico la sociedad humana. Estos son excesos que
Pío XII condenó con profundidad y precisión (cfr. Radiomensaje de Navidad de
1957, “Discorsi e Radiomessaggi”, vol. XIX, p. 670).
Tampoco es el
progreso material de un pueblo el elemento capital del progreso cristianamente
entendido. Este consiste, sobre todo, en el pleno desarrollo de todas sus
potencialidades de alma y en la ascensión de los hombres rumbo a la perfección
moral. Una concepción contra-revolucionaria del progreso implica, pues, que los
aspectos espirituales de éste prevalecen sobre los aspectos materiales. En
consecuencia, es propio de la Contra-Revolución promover, entre los individuos
y las multitudes, un aprecio mucho mayor por todo cuanto se refiera a la
verdadera Religión, a la verdadera filosofía, al verdadero arte y a la
verdadera literatura, que por lo relacionado con el bien del cuerpo y el
aprovechamiento de la materia.
Por fin, para marcar
la diferencia entre los conceptos revolucionario y contra-revolucionario del
progreso, conviene notar que el último toma en consideración que este mundo será siempre un valle de lágrimas y un
tránsito para el Cielo, mientras que para el primero el progreso debe hacer de
la tierra un paraíso en el cual el hombre viva feliz, sin pensar en la
eternidad.
Por la propia noción de recto progreso, se
ve que éste es lo contrario al proceso de la Revolución.
Así, la Contra-Revolución
es condición esencial para que sea preservado el desarrollo normal del
verdadero progreso y derrotada la utopía
revolucionaria, que de progreso sólo tiene apariencias falaces.
Capítulo IV
¿Qué es un
contra-revolucionario?
Se puede responder a la pregunta del enunciado de dos maneras:
1. En estado actual
En estado actual, contra-revolucionario es quien:
+ Conoce la Revolución, el Orden y la Contra-Revolución
en su espíritu, sus doctrinas y sus métodos respectivos.
+ Ama la Contra-Revolución
y el Orden cristiano, odia la
Revolución y el "anti-orden".
+ Hace de ese amor y de
ese odio el eje en torno del cual gravitan todos sus ideales, preferencias y
actividades.
Claro está que esa actitud de alma no exige
instrucción superior.Así como Santa
Juana de Arco no era teóloga pero sorprendió a sus jueces por la profundidad
teológica de sus pensamientos, así los mejores soldados de la Contra-Revolución,
animados por una admirable comprensión de su espíritu y de sus objetivos, han
sido muchas veces simples campesinos, de Navarra, por ejemplo, de la Vendée o del Tirol.
2. En estado potencial
En estado potencial, contra-revolucionarios
son quienes tienen una u otra de las opiniones y de los modos de sentir de los
revolucionarios, por inadvertencia o por cualquier otra razón ocasional, sin
que el propio fondo de su personalidad esté afectado por el espíritu de la Revolución. Alertadas,
esclarecidas, orientadas, esas personas adoptan fácilmente una posición
contra-revolucionaria. Y en esto se distinguen de los
"semi-contra-revolucionarios" de que atrás hablábamos (Parte I, cap.
IX).
Capítulo V
La táctica de la Contra-Revolución
La táctica de la Contra-Revolución
puede ser considerada en personas, grupos o corrientes de opinión, en función
de tres tipos de mentalidad: el contra-revolucionario actual, el
contra-revolucionario potencial y el revolucionario.
1. En relación al
contra-revolucionario actual
El contra-revolucionario actual es menos
raro de lo que nos parece a primera vista. Posee una clara visión de las cosas,
un amor fundamental a la coherencia y un ánimo fuerte. Por esto tiene una
noción lúcida de los desórdenes del mundo contemporáneo y de las catástrofes
que se acumulan en el horizonte. Pero su propia lucidez le hace percibir toda
la extensión del aislamiento en que tan frecuentemente se encuentra, en un caos
que le parece sin solución. Entonces el contra-revolucionario, muchas veces, se
calla, abatido. Triste situación: "Vae soli", dice la Escritura (Ecle. 4, 10).
Una acción contra-revolucionaria debe tener
en vista, ante todo, detectar a esos elementos, hacer que se conozcan, que se
apoyen los unos a los otros para la profesión pública de sus convicciones. Ella
puede realizarse de dos modos diversos:
A. Acción individual
Esta acción debe ser hecha ante todo en
escala individual. Nada más eficiente que la toma de posición
contra-revolucionaria franca y ufana de un joven universitario, de un oficial,
de un profesor, de un sacerdote sobre todo, de un aristócrata o de un obrero
influyente en su medio. La primera reacción que obtendrá será a veces de
indignación. Pero si perseverare por un tiempo, que será más o menos largo
según las circunstancias, verá, poco a poco, que aparecerán compañeros.
B. Acción en conjunto
Esos contactos individuales tienden,
naturalmente, a suscitar en los diversos ambientes varios
contra-revolucionarios que se unen en una familia de almas cuyas fuerzas se
multiplican por el propio hecho de la unión.
2. En relación al
contra-revolucionario potencial
Los contra-revolucionarios deben presentar la Revolución y la Contra-Revolución
en todos sus aspectos: religioso, político, social, económico, cultural,
artístico, etc. Pues los contra-revolucionarios potenciales las ven, en
general, sólo por alguna faceta particular, y por ésta pueden y deben ser
atraídos para la visión total de una y de otra. Un contra-revolucionario que
argumentase solamente en un plano, el político, por ejemplo, limitaría mucho su
campo de atracción, exponiendo su acción a la esterilidad, y, por tanto, a la
decadencia y a la muerte.
3. En relación al
revolucionario
A. La iniciativa
contra-revolucionaria
Frente a la Revolución y a la Contra-Revolución
no hay neutrales. Puede haber, eso sí, no combatientes, cuya voluntad o cuyas
veleidades están, sin embargo, conscientemente o no, en uno de los dos campos.
Por revolucionarios entendemos, pues, no sólo a los partidarios integrales y
declarados de la Revolución,
sino también a los "semi-contra-revolucionarios".
La
Revolución
ha progresado, como vimos, a costa de ocultar su dimensión total, su espíritu
verdadero, sus fines últimos.
El medio más eficiente de refutarla frente
a los revolucionarios consiste en mostrarla por entero, ya sea en su espíritu y
en las grandes líneas de su acción, ya sea en cada una de sus manifestaciones o
maniobras aparentemente inocentes e insignificantes. Arrancarle, así, los velos
es asestarle el más duro de los golpes.
Por esta razón, el esfuerzo
contra-revolucionario debe entregarse a esta tarea con el mayor empeño.
Secundariamente, claro está, los otros recursos de una buena dialéctica son
indispensables para el éxito de una acción contra-revolucionaria.
Con el
"semi-contra-revolucionario", así como también con el revolucionario
que tiene "coágulos" contra-revolucionarios, hay ciertas
posibilidades de colaboración, y esta colaboración crea un problema especial:
¿hasta qué punto es prudente? -A nuestro modo de ver, la lucha contra la Revolución sólo se
desarrolla convenientemente vinculando entre sí a personas radical y
enteramente exentas del virus de ésta. Que los grupos contra-revolucionarios
puedan colaborar con elementos como los arriba mencionados, en algunos
objetivos concretos, se concibe fácilmente. Pero, admitir una colaboración
omnímoda y estable con personas infectadas de cualquier influencia de la Revolución es la más
flagrante de las imprudencias y tal vez la causa de la mayor parte de 1os
fracasos contra-revolucionarios.
B. La contraofensiva
revolucionaria
El revolucionario, por regla general, es
petulante, locuaz y exhibicionista, cuando no tiene adversarios ante sí, o los
tiene débiles. No obstante, si encuentra quien lo enfrente con ufanía y arrojo,
se calla y organiza la campaña del silencio. Un silencio en medio del cual se
advierte, sí, el discreto zumbar de la calumnia, o algún murmullo contra el
"exceso de lógica" del adversario. Pero un silencio confuso y
avergonzado que jamás es interrumpido por alguna réplica de valor. Ante ese
silencio de confusión y derrota, podríamos decir al contra-revolucionario
victorioso las espirituosas palabras escritas por Veuillot en otra ocasión:
"Preguntad al silencio y nada os responderá" (“Oeuvres Complètes”,
P.Lethielleux, Librairie-Editeur, París, vol. XXXIII, p. 349).
4. Elites y masas en la
táctica contra-revolucionaria
La Contra-Revolución debe procurar, en lo posible, conquistar a
las multitudes. Sin embargo, no debe hacer de eso, en el plano inmediato, su
objetivo principal; un contra-revolucionario no tiene razón para desanimarse
por el hecho de que la gran mayoría de los hombres no esté actualmente de su
lado. Un estudio exacto de la
Historia nos muestra, en efecto, que no fueron las masas las
que hicieron la
Revolución. Ellas se movieron en un sentido revolucionario
porque tuvieron por detrás élites revolucionarias. Si hubiesen tenido detrás de
sí élites de orientación opuesta, probablemente se habrían movido en un sentido
contrario. El factor masa, según muestra la visión objetiva de la Historia, es secundario;
lo principal es la formación de las élites. Ahora bien, para esa formación, el
contra-revolucionario puede estar siempre aparejado con los recursos de su
acción individual y puede, pues, obtener buenos frutos, a pesar de la carencia
de medios materiales y técnicos con que, a veces, tenga que luchar.
Capítulo VI
Los medios de acción de la Contra-Revolución
1. Tender a los grandes
medios de acción
En principio, claro está, la acción
contra-revolucionaria merece tener a su disposición los mejores medios de
televisión, radio, gran prensa, propaganda racional, eficiente y brillante. El
verdadero contra-revolucionario debe tender siempre a la utilización de tales
medios, venciendo el estado de espíritu derrotista de algunos de sus
compañeros, quienes, de antemano, abandonan la esperanza de disponer de ellos
porque los ven siempre en poder de los hijos de las tinieblas.
No obstante, debemos reconocer que, en concreto, la acción
contra-revolucionaria tendrá que realizarse muchas veces sin esos recursos.
2. Utilizar también los
medios modestos: su eficacia
Aun así, y con medios de los más modestos,
podrá alcanzar resultados muy apreciables, si tales medios fueren utilizados
con rectitud de espíritu e inteligencia. Como vimos, es concebible una acción
contra-revolucionaria reducida a la mera actuación individual. Pero no se la
puede concebir sin esta última, la cual, siempre que sea bien hecha, abre las
puertas a todos los progresos.
Los pequeños periódicos de inspiración
contra-revolucionaria, si son de buen nivel, tienen una eficacia sorprendente,
principalmente para la tarea primordial de hacer que los contra-revolucionarios
se conozcan.
Tanto o más eficientes pueden ser el libro,
la tribuna y la cátedra al servicio de la Contra-Revolución.
Capítulo VII
Obstáculos a la Contra-Revolución
1. Escollos que los
contra-revolucionarios deben evitar
Los escollos que los contra-revolucionarios
deben evitar consisten, muchas veces, en ciertos malos hábitos de agentes de la Contra-Revolución.
En las reuniones o en los impresos contra-revolucionarios
la temática debe ser cuidadosamente seleccionada. La Contra-Revolución
debe mostrar siempre un aspecto ideológico, incluso cuando trata de cuestiones
muy menudas y contingentes. Resolver, por ejemplo, los problemas político-partidistas
de la Historia
reciente o de la actualidad puede ser útil. Pero dar excesivo realce a pequeñas
cuestiones personales, hacer de la lucha con adversarios ideológicos locales lo
principal de la acción contra-revolucionaria, presentar la Contra-Revolución
como si fuese una simple nostalgia (no negamos, claro está, la legitimidad de
esa nostalgia) o un mero deber de fidelidad personal, por más santo y justo que
éste sea, es presentar lo particular como si fuese lo general, la parte como si
fuera el todo, es mutilar la causa que se quiere servir.
2. Los “slogans” de la Revolución
Otras veces estos obstáculos consisten en “slogans”
revolucionarios, no pocas veces aceptados como dogmas hasta en los mejores
ambientes.
A. "La Contra-Revolución
es estéril por ser anacrónica"
El más insistente y nocivo de esos “slogans”
consiste en afirmar que en nuestra época la Contra-Revolución
no puede prosperar porque es contraria al espíritu de los tiempos. La Historia, se dice, no
vuelve atrás.
Según ese singular principio, la Religión Católica
no existiría. Pues no se puede negar que el Evangelio era radicalmente
contrario al medio en que Nuestro Señor Jesucristo y los Apóstoles lo
predicaron. Y la España
católica, germano-romana, tampoco existiría. Pues nada se parece más a una resurrección
-y por tanto, de algún modo, a una vuelta al pasado- que la plena
reconstitución de la grandeza cristiana de España, al cabo de ocho siglos que
van de Covadonga hasta la caída de Granada. El mismo Renacimiento, tan caro a
los revolucionarios, fue, por lo menos bajo varios aspectos, la vuelta a un
naturalismo cultural y artístico fosilizado hacía más de mil años.
La
Historia,
por tanto, comporta vaivenes, ya sea en las vías del bien, ya sea en las del
mal.
Por lo demás, cuando se ve que la Revolución considera
algo como coherente con el espíritu de los tiempos, es preciso circunspección.
Pues no pocas veces se trata de alguna antigualla de los tiempos paganos, que
ella quiere restaurar.
¿Qué tienen de nuevo, por ejemplo, el
divorcio o el nudismo, la tiranía o la demagogia, tan generalizados en el mundo
antiguo?
¿Por qué será moderno el divorcista y
anacrónico el defensor de la indisolubilidad?
El concepto de "moderno" para la Revolución se cifra en
lo siguiente: es todo lo que dé libre curso al orgullo y al igualitarismo, así
como a la sed de placeres y al liberalismo.
B. "La Contra-Revolución
es estéril por ser esencialmente negativista"
Otro “slogan”: la Contra-Revolución
se define por su propio nombre como algo negativo, y por tanto estéril. Simple
juego de palabras. Pues el espíritu humano, partiendo del hecho de que la
negación de la negación implica una afirmación, expresa de modo negativo muchos
de sus conceptos más positivos: in-falibilidad, in-dependencia, in-nocencia,
etc. ¿Sería negativismo luchar por cualquiera de esos tres objetivos, sólo por
causa de la formulación negativa con que ellos se presentan? ¿Hizo obra
negativista el Concilio Vaticano I, cuando definió la infalibilidad papal? ¿Es la Inmaculada Concepción
una prerrogativa negativista de la
Madre de Dios?
Si se entiende por negativista, de acuerdo
con el lenguaje corriente, algo que insiste en negar, en atacar, y en tener los
ojos continuamente vueltos hacia el adversario, se debe decir que la Contra-Revolución,
sin ser sólo negación, tiene en su esencia algo fundamental y sanamente
negativista. Constituye, como dijimos, un movimiento dirigido contra otro
movimiento, y no se comprende que, en una lucha, un adversario no tenga los
ojos puestos sobre el otro y no esté en una actitud de polémica con él, de
ataque y contra-ataque.
C. "La argumentación
contra-revolucionaria es polémica y nociva"
El tercer “slogan” consiste en censurar las
obras intelectuales de los contra-revolucionarios, por su carácter negativista
y polémico, que las llevaría a insistir demasiado en la refutación del error,
en lugar de hacer la exposición límpida y despreocupada de la verdad. Ellas
serían, así, contraproducentes, pues irritarían y apartarían al adversario.
Excepción hecha de posibles demasías, ese cuño aparentemente negativista tiene
una profunda razón de ser.
Según lo que fue dicho en este trabajo, la
doctrina de la Revolución
estaba contenida en las negaciones de Lutero y de los primeros revolucionarios,
pero sólo muy lentamente se fue haciendo explícita en el transcurso de los
siglos. De manera que los autores contra-revolucionarios sintieron, desde el
principio, y legítimamente, en todas las formulaciones revolucionarias, algo
que excedía a la propia formulación. Hay mucho más para ser considerado en la
mentalidad de la Revolución
en cada etapa del proceso revolucionario, que simplemente la ideología
enunciada en esta etapa. Para hacer un trabajo profundo, eficiente y
enteramente objetivo es, pues, necesario acompañar paso a paso la marcha de la Revolución, en un
penoso esfuerzo de explicitación de las cosas implícitas en el proceso
revolucionario. Sólo así es posible atacar a la Revolución como de
hecho ella debe ser atacada. Todo esto ha obligado a los contra-revolucionarios
a tener constantemente puestos los ojos en la Revolución, pensando y
afirmando sus tesis en función de los errores de ella. En este duro trabajo
intelectual, las doctrinas de verdad y de orden existentes en el depósito
sagrado del Magisterio de la
Iglesia son, para el contra-revolucionario, el tesoro del
cual va sacando cosas nuevas y viejas (cfr. Mt. 13, 52) para refutar la Revolución, a medida
que va viendo más a fondo en sus tenebrosos abismos.
Así, pues, en varios de sus más importantes
aspectos, el trabajo contra-revolucionario es sanamente negativista y polémico.
Es, por lo demás, por razones no muy diversas que, la mayoría de las veces, el
Magisterio Eclesiástico va definiendo las verdades en función de las diversas
herejías que van surgiendo a lo largo de la Historia, formulándolas como condenaciones de los
errores que les son opuestos. Actuando así, la Iglesia nunca receló hacer
mal a las almas.
3. Actitudes erradas frente a
los “slogans” de la
Revolución
A. Hacer abstracción de los “slogans”
revolucionarios
El esfuerzo contra-revolucionario no debe
ser libresco, es decir, no puede contentarse con una dialéctica con la Revolución en el plano
puramente científico y universitario. Reconociéndole a ese plano toda su gran y
hasta grandísima importancia, el punto de mira habitual de la Contra-Revolución
debe ser la Revolución
tal cual es pensada, sentida y vivida por la opinión pública en su conjunto. En
este sentido los contra-revolucionarios deben atribuir una importancia muy
particular a la refutación de los “slogans” revolucionarios,
B. Eliminar los aspectos
polémicos de la acción contra-revolucionaria
La idea de presentar la Contra-Revolución
bajo una luz más "simpática" y "positiva", haciendo que
ella no ataque a la
Revolución, es lo más tristemente eficiente que puede haber
para empobrecerla de contenido y de dinamismo (cfr. Parte II, cap. VIII, 3, B).
Quien actuase según esa lamentable táctica
mostraría la misma falta de sentido de un Jefe de Estado que, frente a tropas
enemigas que transponen la frontera, hiciese cesar toda resistencia armada, con
la intención de cautivar la simpatía del invasor y, así, paralizarlo. En
realidad, anularía el ímpetu de la reacción, sin detener al enemigo. Es decir,
entregaría la patria...
Esto no quiere decir que el lenguaje del
contra-revolucionario no sea matizado según las circunstancias.
El Divino Maestro, predicando en Judea, que
estaba bajo la acción próxima de los pérfidos fariseos, usó un lenguaje
candente. En Galilea, por el contrario, donde predominaba el pueblo sencillo y
era menor la influencia de los fariseos, su lenguaje tenía un tono más docente
y menos polémico.
Capítulo VIII
El carácter procesivo de la Contra-Revolución
y el "choque"
contra-revolucionario
l. Existe un proceso
contra-revolucionario
Es evidente que, tal como la Revolución, la Contra-Revolución
es un proceso, y que por tanto se puede estudiar su marcha progresiva y
metódica hacia el Orden.
Aun así, hay algunas características que
hacen diferir profundamente esa marcha del caminar de la Revolución hacia el
desorden integral. Esto proviene del hecho de que el dinamismo del bien y el
del mal son radicalmente diversos.
2. Aspectos típicos del
proceso revolucionario
A. En la marcha rápida
Cuando tratamos de las dos velocidades de la Revolución (cfr. Parte
I, cap. VI, 4), vimos que algunas almas se arrebatan por sus máximas en un solo
lance y sacan de una vez todas las consecuencias del error.
B. En la marcha lenta
Y que hay otras que van aceptando
lentamente y paso a paso las doctrinas revolucionarias. Muchas veces, inclusive,
ese proceso se desarrolla con continuidad a través de las generaciones. Un
"semi-contra-revolucionario" muy opuesto a los paroxismos de la Revolución tiene un
hijo menos contrario a éstos, un nieto indiferente y un bisnieto plenamente
integrado en el flujo revolucionario. La razón de este hecho, como dijimos,
está en que ciertas familias tienen en su mentalidad, en su subconsciente, en
sus modos de sentir, un residuo de hábitos y fermentos contra-revolucionarios
que las mantienen, en parte, ligadas al Orden. En ellas la corrupción
revolucionaria no es tan dinámica y, por esto mismo, el error sólo puede
progresar en su espíritu paso a paso y disfrazándose.
La misma lentitud de ritmo explica cómo
muchas personas cambian enormemente de opinión en el transcurso de la vida.
Cuando son adolescentes tienen, por ejemplo, respecto a las modas indecentes,
una opinión severa, consonante con el ambiente en que viven. Más tarde, con el
"evolucionar" de las costumbres en un sentido cada vez más relajado,
esas personas se van adaptando a las sucesivas modas. Y, al final de la vida,
aplauden trajes que en su juventud habrían reprobado enérgicamente.
Llegaron a esa posición porque fueron
caminando lenta e imperceptiblemente a través de las etapas matizadas de la Revolución. No
tuvieron la perspicacia y la energía necesarias para notar hacia dónde estaba
siendo conducida la
Revolución que se realizaba en ellas y a su alrededor. Y,
gradualmente, acabaron llegando tal vez tan lejos cuanto un revolucionario de
la misma edad que en la adolescencia hubiese adoptado la primera velocidad.
La verdad y el bien existen en esas almas
en un estado de derrota, pero no tan derrotados que, ante un grave error y un
grave mal, no puedan tener un sobresalto a veces victorioso y salvador que las
haga percibir el fondo perverso de la Revolución y las lleve a una actitud categórica y
sistemática contra todas sus manifestaciones. Es para evitar esos sanos
sobresaltos de alma y esas cristalizaciones contra-revolucionarias, que la Revolución anda paso a
paso.
3. Cómo destrozar el proceso
revolucionario
Si es así como la Revolución conduce a la
inmensa mayoría de sus víctimas, cabe preguntarse de qué modo puede una de
ellas desembarazarse de ese proceso; y si tal modo es distinto del que tienen
que seguir, para convertirse a la Contra-Revolución, las personas arrastradas por
la marcha revolucionaria de gran velocidad.
A. La variedad de las vías
del Espíritu Santo
Nadie puede fijar límites a la inagotable
variedad de las vías de Dios en las almas. Sería absurdo reducir a esquemas
asunto tan complejo. No se puede, pues, en esta materia, ir más allá de la
indicación de algunos errores que conviene evitar y de algunas actitudes prudentes
que es necesario proponer.
Toda conversión es fruto de la acción del
Espíritu Santo quien, aunque hablando a cada cual según sus necesidades, ora
con majestuosa severidad, ora con suavidad materna, sin embargo nunca miente.
B. No esconder nada
Así, en el itinerario del error hacia la
verdad, no existen para el alma los bellacos silencios de la Revolución, ni sus
metamorfosis fraudulentas. Es preciso no ocultarle cosa alguna que ella deba
saber. La verdad y el bien le son enseñados integralmente por la Iglesia. No es
escondiendo sistemáticamente a los hombres el último término de su formación,
sino mostrándolo y haciéndolo siempre más deseado, que se obtiene de ellos el
progreso en el bien.
La Contra-Revolución no debe, pues, disimular su carácter
total. Debe hacer suyas las sapientísimas normas establecidas por San Pío X para
el proceder habitual del verdadero apóstol: "No es leal ni digno ocultar,
cubriéndola con una bandera equívoca, la calidad de católico, como si ésta
fuese mercadería averiada y de contrabando" (Carta al Conde Medolago
Albani, Presidente de la Unión Económico-Social de Italia, fechada el 22
de noviembre de 1909 - "Bonne Presse", París, vol. V, p. 76). Los
católicos no deben "ocultar bajo un velo los preceptos más importantes del
Evangelio, temerosos de ser tal vez menos oídos o hasta completamente abandonados"
(Encíclica “Jucunda Sane”, l2.III.1904 - "Bonne Presse", París, vol.
1, p. 158). A lo que juiciosamente añadía el Santo Pontífice: "Sin duda,
no será ajeno a la prudencia, también al proponer la verdad, usar de cierta
contemporización, cuando se trate de esclarecer a los hombres hostiles a
nuestras instituciones y completamente alejados de Dios. Las heridas que es preciso cortar -dice San Gregorio- antes deben ser palpadas con mano delicada.
Pero esa misma habilidad asumiría el aspecto de prudencia carnal si se la
erigiese en regla de conducta constante y común; tanto más que de ese modo
parecería tenerse en poca cuenta la Gracia Divina, que no es concedida solamente al
sacerdocio y a sus ministros, sino a todos los fieles de Cristo, a fin de que
nuestros actos y nuestras palabras toquen sus almas" (doc. cit., ibid.).
C. El "choque" de
las grandes conversiones
Censurando, como lo hicimos, el
esquematismo en esta materia, nos parece, sin embargo, que la adhesión plena y
consciente a la Revolución,
como ésta en concreto se presenta, constituye un inmenso pecado, una apostasía
radical, de la cual sólo por medio de una conversión igualmente radical se
puede volver.
Ahora bien, según la Historia, parece que las
grandes conversiones se dan la mayoría de las veces por un lance de alma
fulminante, provocado por la gracia con ocasión de cualquier hecho interno o
externo. Ese lance difiere en cada caso, pero presenta con frecuencia ciertos
rasgos comunes. Concretamente, la conversión del revolucionario a la Contra-Revolución,
no pocas veces y en líneas generales, se produce así:
+ a. En
el alma empedernida del pecador que, por un proceso de gran velocidad, llegó de
una vez al extremo de la
Revolución, restan siempre recursos de inteligencia y
sentido común, tendencias más o menos definidas hacia el bien. Dios, aun cuando
no las prive jamás de la gracia suficiente, espera, no pocas veces, que esas
almas lleguen a lo más profundo de la miseria, para hacerles ver de una sola
vez, como en un fulgurante “flash”, la enormidad de sus errores y de sus
pecados. Cuando el hijo pródigo descendió hasta el punto de querer alimentarse
de las bellotas de los cerdos, fue que cayó en sí y volvió a la casa paterna
(cfr. Lc. 15, 16-19).
+ b. En
el alma tibia y miope que va resbalando lentamente en la rampa de la Revolución, actúan
aún, no enteramente rechazados, ciertos fermentos sobrenaturales; hay valores
de tradición, de orden, de Religión, que todavía crepitan como brasas bajo la
ceniza. También esas almas pueden, por un sano sobresalto, en un momento de
desgracia extrema, abrir los ojos y reavivar en un instante todo cuanto en
ellas decaía y amenazaba morir: es el reencenderse de la mecha que aún humea
(cfr. Mt. 12, 20).
D. La plausibilidad de ese
"choque" en nuestros días
Ahora bien, toda la humanidad se encuentra
en la inminencia de una catástrofe, y en esto parece estar precisamente la gran
ocasión preparada por la misericordia de Dios. Unos y otros -los de velocidad
rápida o lenta- en este terrible crepúsculo en que vivimos, pueden abrir los
ojos y convertirse a Dios.
El contra-revolucionario debe, pues,
aprovechar celosamente el tremendo espectáculo de nuestras tinieblas para -sin
demagogia, sin exageración, pero también sin debilidad- hacer comprender a los
hijos de la Revolución
el lenguaje de los hechos, y así producir en ellos el “flash” salvador. Señalar
varonilmente los peligros de nuestra situación es rasgo esencial de una acción
auténticamente contra-revolucionaria.
E. Mostrar el rostro total de
la Revolución
No se trata sólo de señalar el riesgo en
que nos encontramos, de la total desaparición de la civilización. Es preciso
saber mostrar, en el caos que nos envuelve, el rostro total de la Revolución, en su
inmensa hediondez. Siempre que este rostro se revela, aparecen impulsos de
vigorosa reacción.
Es por este motivo que, con ocasión de la Revolución Francesa,
y en el transcurso del siglo XIX, hubo en Francia un movimiento
contra-revolucionario mejor que el que jamás hubiera anteriormente en aquel
país. Nunca se había visto tan bien el rostro de la Revolución. La
inmensidad de la vorágine en que había naufragado el antiguo orden de cosas
había abierto muchos ojos, súbitamente, a toda una gama de verdades silenciadas
o negadas, a lo largo de siglos, por la Revolución. Sobre
todo, el espíritu de ésta se les había hecho patente en toda su malicia, y en
todas sus conexiones profundas con ideas y hábitos durante mucho tiempo
reputados inocentes por la mayoría de las personas. Así, el
contra-revolucionario debe, con frecuencia, desenmascarar el aspecto general de
la Revolución,
a fin de exorcizar el maleficio que ésta ejerce sobre sus víctimas.
F. Señalar los aspectos
metafísicos de la
Contra-Revolución
La quintaesencia del espíritu revolucionario
consiste, como vimos, en odiar por principio, en el plano metafísico, toda
desigualdad y toda ley, especialmente la Ley Moral.
Uno de los puntos más importantes del
trabajo contra-revolucionario es, pues, enseñar el amor a la desigualdad, vista
en el plano metafísico, al principio de autoridad, y también a la Ley Moral y a la pureza;
porque exactamente el orgullo, la rebeldía y la impureza son los factores que
más impulsan a los hombres por la senda de la Revolución (cfr. Parte
I, cap. VII, 3).
G. Las dos etapas de la Contra-Revolución
+ a. Obtenida la radical
modificación del revolucionario en contra-revolucionario, es la primera etapa
de la Contra-Revolución
que en él se completa.
+ b. Viene después una
segunda etapa que puede ser bastante lenta, a lo largo de la cual el alma va
ajustando todas sus ideas y todos sus modos de sentir a la posición tomada en
el acto de su conversión.
+ c. Y es así que se puede delinear en muchas
almas, en dos grandes etapas bien diversas, el proceso de la Contra-Revolución.
Describimos las etapas de este proceso en
cuanto realizadas en un alma, individualmente considerada. Mutatis mutandis, ellas pueden ocurrir también en grandes grupos
humanos, y hasta en pueblos enteros.
Capítulo IX
La fuerza propulsora de la Contra-Revolución
Existe una fuerza propulsora de la Contra-Revolución,
así como existe otra para la
Revolución.
1. Virtud y Contra-Revolución
Señalamos como la más potente fuerza
propulsora de la Revolución,
el dinamismo de las pasiones humanas desencadenadas en un odio metafísico
contra Dios, contra la virtud, contra el bien y, especialmente, contra la
jerarquía y contra la pureza. Simétricamente, existe también una dinámica
contra-revolucionaria, pero de naturaleza por completo diversa. Las pasiones,
en cuanto tales -tomada aquí la palabra en su sentido técnico- son moralmente
indiferentes; es su desarreglo lo que las vuelve malas. Sin embargo, en cuanto
reguladas, son buenas y obedecen fielmente a la voluntad y a la razón. Y es en
el vigor de alma -que le viene al hombre por el hecho de que en él Dios
gobierna la razón, la razón domina la voluntad, y ésta domina la sensibilidad-
donde es preciso procurar la serena, noble y eficientísima fuerza propulsora de
la Contra-Revolución.
2. Vida sobrenatural y
Contra-Revolución
Tal vigor de alma no puede ser concebido
sin tomar en consideración la vida sobrenatural. El papel de la gracia consiste
exactamente en iluminar la inteligencia, en robustecer la voluntad y en templar
la sensibilidad de manera que se vuelvan hacia el bien. De suerte que el alma
lucra inconmensurablemente con la vida sobrenatural, que la eleva por encima de
las miserias de la naturaleza caída y del propio nivel de la naturaleza humana.
Es en esa fuerza de alma cristiana que está el dinamismo de la Contra-Revolución.
3. Invencibilidad de la Contra-Revolución
Se puede preguntar de qué valor es ese
dinamismo. Respondemos que, en tesis, es incalculable, y ciertamente superior
al de la Revolución:
"Omnia possum in eo qui me confortat" (Filip. 4, 13) (1).
Cuando los hombres resuelven cooperar con
la gracia de Dios, se operan las maravillas de la Historia: es la
conversión del Imperio Romano, es la formación de la Edad Media, es la
reconquista de España a partir de Covadonga, son todos esos acontecimientos que
se dan como fruto de las grandes resurrecciones de alma de que los pueblos son
también susceptibles. Resurrecciones invencibles, porque no hay nada que
derrote a un pueblo virtuoso y que verdaderamente ame a Dios.
-----------------------------------
(N. del E. 1): “Todo puedo en Aquél que me da fuerzas”.
Capítulo X
La Contra-Revolución,
el pecado y la Redención
1. La Contra-Revolución
debe reavivar la noción del bien y del mal
La Contra-Revolución tiene, como una de sus misiones más
salientes, la de restablecer o reavivar la distinción entre el bien y el mal,
la noción del pecado en tesis, del pecado original y del pecado actual. Esa
tarea, cuando es ejecutada con una profunda compenetración del espíritu de la Iglesia, no trae consigo
el riesgo de desesperar de la Misericordia Divina, hipocondrismo, misantropía,
etc., de que tanto hablan ciertos autores más o menos infiltrados por las
máximas de la Revolución.
2. Cómo reavivar la noción
del bien y del mal
Se puede reavivar la noción del bien y del
mal de varios modos, entre los cuales:
+ Evitar todas las formulaciones que tengan
sabor de moral laica o interconfesional, pues el laicismo y el
interconfesionalismo conducen, lógicamente, al amoralismo.
+ Resaltar, en las ocasiones oportunas, que
Dios tiene el derecho de ser obedecido, y que, por tanto, sus Mandamientos son
verdaderas leyes, a las cuales nos conformamos en espíritu de obediencia, y no
sólo porque ellas nos agradan.
+ Acentuar que la Ley de Dios es intrínsecamente
buena y conforme al orden del universo, en el cual se refleja la perfección del
Creador. Por lo que debe no sólo ser obedecida, sino amada, y el mal no sólo
debe ser evitado, sino odiado.
+ Divulgar la noción de un premio y de un
castigo post mortem.
+ Favorecer las costumbres sociales y leyes
en que el bien sea honrado y el mal sufra sanciones públicas.
+ Favorecer las costumbres y las leyes que
tiendan a evitar las ocasiones próximas de pecado e incluso aquello que,
teniendo mera apariencia de mal, pueda ser nocivo a la moralidad pública.
+ Insistir en los efectos del pecado original
sobre el hombre y su fragilidad; en la fecundidad de la Redención de Nuestro
Señor Jesucristo así como en la necesidad de la gracia, de la oración y de la
vigilancia para que el hombre persevere.
+ Aprovechar todas las ocasiones para señalar
la misión de la Iglesia
como maestra de virtud, fuente de la gracia y enemiga irreconciliable del error
y del pecado.
Capítulo XI
La Contra-Revolución
y la sociedad temporal
La Contra-Revolución y la sociedad temporal es un tema ya
tratado a fondo, desde diversos ángulos, en muchas obras de valor. No pudiendo
abarcarlo todo, el presente trabajo se ciñe a dar los principios más generales
de un orden temporal contra-revolucionario (cfr. especialmente Parte I, cap.
VII, 2) y a estudiar las relaciones entre la Contra-Revolución
y algunas de las organizaciones más importantes que luchan por un buen orden
temporal.
1. La Contra-Revolución
y las entidades de carácter social
En la sociedad temporal actúan numerosos
organismos destinados a resolver la cuestión social, teniendo en vista, directa
o indirectamente, el mismo fin supremo de la Contra-Revolución,
la instauración del Reinado de Nuestro Señor Jesucristo. Dada esta comunidad de
fines (cfr. Parte II, cap. XII, 7) es importante estudiar las relaciones entre la Contra-Revolución
y aquellos organismos.
A. Obras de caridad, servicio
social, asistencia social, asociaciones
de patrones, de obreros, etc.
+ a. En la medida en que las obras del enunciado
normalizan la vida económica y social, perjudican el desarrollo del proceso
revolucionario. Y, en este sentido, son ipso
facto, y aunque de modo apenas implícito e indirecto, auxiliares preciosos
de la
Contra-Revolución.
+ b. Empero, conviene recordar algunas
verdades que, desgraciadamente, no es tan raro encontrar obscurecidas entre
quienes con abnegación se dedican a esas obras:
+ Es cierto que tales obras pueden aliviar,
y en ciertos casos suprimir, las necesidades materiales generadoras de tanta
rebeldía en las masas. Pero el espíritu de Revolución no nace sobre todo de la
miseria. Su raíz es moral, y por tanto religiosa (cfr. León XIII, Encíclica “Graves
de Communi”, 18.I.1901, "Bonne Presse", París, vol. VI, p. 212). Así,
es preciso que en las obras de que tratamos se fomente, en la medida en que lo
permita la naturaleza especial de cada una, la formación religiosa y moral, con
especial cuidado de advertir a las almas contra el virus revolucionario, tan
fuerte en nuestros días.
+ La Iglesia, Madre compasiva, estimula todo cuanto
pueda traer alivio a las miserias humanas. Ella no nutre la ilusión de que las
eliminará todas. Y predica una santa conformidad con la enfermedad, la pobreza
y otras privaciones.
+ Es cierto que en esas obras se presentan ocasiones preciosas para
crear un clima de comprensión y caridad entre patrones y obreros, y en
consecuencia se puede realizar una desmovilización de los espíritus dispuestos
para la lucha de clases. Pero sería errado suponer que la bondad desarma
siempre la maldad humana. Ni siquiera los incontables beneficios de Nuestro
Señor en su vida terrena consiguieron evitar el odio que le tuvieron los malos.
Así, aunque en la lucha contra la
Revolución de preferencia se deba guiar y esclarecer con
cordialidad a los espíritus, es patente que un combate directo y expreso, por
todos los medios justos y legales, contra sus varias formas -el comunismo, por
ejemplo- es lícito y, generalmente, hasta indispensable.
+ Es preciso observar, en particular, que esas obras deben inspirar
en sus beneficiarios o asociados una verdadera gratitud por los favores
recibidos, o, cuando no se trate de favores sino de actos de justicia, un real
aprecio por la rectitud moral inspiradora de tales actos.
+ En los párrafos anteriores tuvimos en vista sobre todo al
trabajador. Conviene destacar que el contra-revolucionario no es
sistemáticamente favorable a una u otra clase social. Muy celoso del derecho de
propiedad, debe, sin embargo, recordar a las clases altas que no les basta
combatir a la Revolución
en los campos en que ésta les ataca sus ventajas, y paradójicamente favorecerla
-como tantas veces se ve por las palabras o por el ejemplo, en todos los otros
terrenos, como la vida de familia, las playas, las piscinas y otras diversiones,
las actividades intelectuales, artísticas, etc. Una clase obrera que siga su
ejemplo y acepte sus ideas revolucionarias será forzosamente utilizada por la Revolución contra las
élites "semi-contra-revolucionarias".
+ De igual forma, será nocivo a la aristocracia y a la burguesía,
para desarmar a la
Revolución, vulgarizarse en los modales y en los trajes. Una
autoridad social que se degrada también es comparable a la sal que no sala.
Sólo sirve para ser tirada a la calle, para que sobre ella pisen los
transeúntes (cfr. Mt. 5, 13). Así lo harán, en la mayoría de los casos, las
multitudes llenas de desprecio.
+ Conservándose con dignidad y energía en su situación, las clases
altas deben tener un trato directo y benévolo con las demás. La caridad y la
justicia practicadas a distancia, no bastan para establecer entre las clases
relaciones de amor verdaderamente cristiano.
+ Sobre todo recuerden los propietarios que, si hay muchas personas
dispuestas a defender contra el comunismo la propiedad privada (concebida,
claro está, como un derecho individual con función también social), es por el
principio de que ella es deseada por Dios e intrínsecamente conforme a la Ley Natural. Ahora
bien, tal principio se refiere tanto a la propiedad del patrón cuanto a la del
obrero. En consecuencia, el mismo principio de la lucha contra el comunismo
debe llevar al patrón a respetar el derecho del trabajador a un salario justo,
adecuado a sus necesidades y a las de su familia. Conviene recordarlo para
acentuar que la
Contra-Revolución no es sólo la defensora de la propiedad
patronal, sino de la de ambas clases. Ella no lucha por intereses de grupos o
categorías sociales, sino por principios.
B. Lucha contra el comunismo
Nos referimos con este subtítulo a las
organizaciones que no se dedican principalmente a la construcción de un orden
social bueno, sino sólo al combate contra el comunismo. Por los motivos ya
expuestos en este trabajo, reputamos legítimo y muchas veces hasta
indispensable tal tipo de organización. Claro está que de esta forma no
identificamos a la
Contra-Revolución con abusos que organismos de esta clase
puedan haber practicado en uno u otro país.
Sin embargo, consideramos que la eficacia
contra-revolucionaria de tales organismos puede ser aumentada en mucho si,
aunque conservándose en su terreno especializado, sus miembros tuvieren siempre
en vista algunas verdades esenciales:
+ Sólo es eficaz una refutación inteligente
del comunismo. La mera repetición de “slogans”, aun cuando sean inteligentes y
hábiles, no basta.
+ Esa refutación, en los medios cultos, debe
tener en vista los últimos fundamentos doctrinarios del comunismo. Es
importante señalar su carácter esencial de secta filosófica, que deduce de sus
principios una peculiar concepción del hombre, de la sociedad, del Estado, de la Historia, de la cultura,
etc. Exactamente como la
Iglesia deduce de la Revelación y de la Ley Moral todos los
principios de la civilización y de la cultura católicas. Entre el comunismo,
secta que contiene en sí la plenitud de la Revolución, y la Iglesia, no hay, pues,
conciliación posible.
+ Las multitudes ignoran el llamado comunismo
científico, y no es la doctrina de Marx lo que atrae a las masas. Una acción
ideológica anticomunista debe tener en vista en el gran público un estado de
espíritu muy difundido, que produce a menudo en los propios adversarios del
comunismo cierta vergüenza de volverse contra éste. Procede tal estado de
espíritu de la idea, más o menos consciente, de que toda desigualdad es una
injusticia, y de que se debe acabar, no sólo con las grandes fortunas, sino
también con las medianas, pues si no hubiese ricos tampoco habría pobres. Es,
como se ve, un residuo de ciertas escuelas socialistas del siglo XIX, perfumado
por un sentimentalismo romántico. De ahí nace una mentalidad que, profesándose
anticomunista, sin embargo, frecuentemente, se titula a sí misma de socialista.
Esta mentalidad, cada vez más poderosa en Occidente, constituye un peligro
mucho mayor que el adoctrinamiento propiamente marxista. Ella nos conduce
lentamente por un declive de concesiones, que podrán llegar hasta el punto
extremo de transformar en repúblicas comunistas a las naciones de este lado de la Cortina de Hierro. Tales
concesiones, que dejan ver una tendencia al igualitarismo económico y al
dirigismo, se van notando en todos los campos. La iniciativa privada va siendo
cada vez más cercenada. Los impuestos de transmisión causa mortis son tan onerosos que en ciertos casos el Fisco es el
mayor heredero. Las interferencias oficiales en materia de cambio, exportación
e importación colocan bajo la dependencia del Estado todos los intereses
industriales, comerciales y bancarios. En los salarios, en los alquileres, en
los precios, en todo interviene el Estado. Tiene industrias, bancos,
universidades, periódicos, radioemisoras, canales de televisión, etc. Y al
mismo tiempo que el dirigismo igualitario va transformando así la economía, la
inmoralidad y el liberalismo van disolviendo la familia y preparando el llamado
amor libre.
Sin un combate específico a esta
mentalidad, aunque un cataclismo tragara a Rusia y a China, dentro de cincuenta
o cien años Occidente sería comunista.
+ El derecho de propiedad es tan sagrado que,
aunque un régimen diese a la
Iglesia toda la libertad, y hasta todo el apoyo, Ella no
podría aceptar como lícita una organización social en que todos los bienes
fuesen colectivos.
2. Cristiandad y República
Universal
La Contra-Revolución, enemiga de la República Universal,
tampoco es favorable a la situación inestable y anorgánica creada por la
escisión de la Cristiandad
y por la secularización de la vida internacional en los Tiempos Modernos.
La plena soberanía de cada nación no se
opone a que los pueblos que viven dentro de la Iglesia, formando una
vasta familia espiritual, constituyan, para resolver sus cuestiones en el plano
internacional, órganos profundamente impregnados de espíritu cristiano y quizá
presididos por representantes de la Santa Sede. Tales órganos podrían también
favorecer la cooperación de los pueblos católicos para el bien común en todos
sus aspectos, en especial en lo que se refiere a la defensa de la Iglesia contra los
infieles y a la protección de la libertad de los misioneros en tierras gentílicas
o dominadas por el comunismo. Tales órganos podrían, por fin, entrar en
contacto con pueblos no católicos para mantener el buen orden en las relaciones
internacionales.
Sin negar los importantes servicios que en
diversas ocasiones puedan haber prestado en este sentido organismos laicos, la Contra-Revolución
debe hacer ver siempre la terrible laguna que significa el carácter laico de
éstos, así como alertar a los espíritus contra el riesgo de que esos organismos
se transformen en un germen de República Universal (cfr. Parte I, cap. VII, 3, A, k).
3. Contra-Revolución y
nacionalismo
En este orden de ideas, la Contra-Revolución
deberá favorecer el mantenimiento de todas las sanas características locales,
en cualquier terreno, en la cultura, en las costumbres, etc.
Pero su nacionalismo no tiene el carácter
de menosprecio sistemático de lo que es de otros, ni de adoración de los
valores patrios como si fuesen desligados del gran acervo de la civilización
cristiana.
La grandeza que la Contra-Revolución
desea para todos los países sólo es y sólo puede ser una: la grandeza
cristiana, que implica la preservación de los valores peculiares de cada uno,
en la convivencia fraterna entre todos.
4. La Contra-Revolución
y el militarismo
El contra-revolucionario debe lamentar la
paz armada, odiar la guerra injusta y deplorar la carrera armamentista de
nuestros días.
Como, sin embargo, no tiene la ilusión de
que la paz reinará siempre, considera una necesidad de este mundo de exilio la
existencia de la clase militar, para la cual pide toda la simpatía, todo el
reconocimiento, toda la admiración de que se hacen merecedores quienes tienen
la misión de luchar
y morir para el bien de todos (cfr. Parte I, cap. XII).
Capítulo XII
La Iglesia
y la
Contra-Revolución
La
Revolución
nació, como vimos, de una explosión de pasiones desordenadas, que va
conduciendo a la destrucción de toda la sociedad temporal, a la completa
subversión del orden moral, a la negación de Dios. El gran blanco de la Revolución es, pues, la Iglesia, Cuerpo Místico de
Cristo, Maestra infalible de la verdad, tutora de la Ley Natural y, así,
fundamento último del propio orden temporal.
Establecido esto, conviene estudiar la
relación entre la
Institución divina que la Revolución quiere
destruir, y la
Contra-Revolución.
1. La Iglesia es algo mucho más
alto y más amplio que la
Revolución y la Contra-Revolución
La
Revolución y
la Contra-Revolución
son episodios importantísimos de la
Historia de la
Iglesia, pues constituyen el propio drama de la apostasía y
de la conversión del Occidente cristiano. Pero, en fin, son meros episodios.
La misión de la Iglesia no se extiende
sólo a Occidente, ni se circunscribe cronológicamente a la duración del proceso
revolucionario. "Alios ego vidi ventos; alias prospexi animo
procellas" (Cicerón, Familiares, 12, 25, 5), podría Ella decir ufana y
tranquila en medio de las tormentas por las que hoy pasa. La Iglesia ya luchó en otras
tierras, con adversarios oriundos de otros pueblos, y por cierto enfrentará
todavía, hasta el fin de los tiempos, problemas y enemigos bien diversos de los
de hoy.
Su objetivo consiste en ejercer su poder
espiritual directo y su poder temporal indirecto, para la salvación de las
almas. La Revolución
fue un obstáculo que se levantó contra el ejercicio de esa misión. La lucha
contra tal obstáculo concreto, entre tantos otros, no es para la Iglesia sino un medio
circunscripto a las dimensiones del obstáculo; medio importantísimo, claro
está, pero simple medio.
Así, aunque la Revolución no
existiese, la Iglesia
haría todo cuanto hace para la salvación de las almas.
Podremos dilucidar el asunto si comparamos
la posición. de la Iglesia,
frente a la Revolución
y a la
Contra-Revolución, con la de una nación en guerra.
Cuando Aníbal estaba a las puertas de Roma,
fue necesario levantar y dirigir contra él todas las fuerzas de la República. Era una
reacción vital contra el poderosísimo y casi victorioso adversario. ¿Era Roma
sólo la reacción contra Aníbal? ¿Cómo pretenderlo?
Igualmente absurdo sería imaginar que la Iglesia es sólo la Contra-Revolución.
Por otra parte, corresponde aclarar que la Contra-Revolución
no está destinada a salvar a la
Esposa de Cristo. Apoyada en la promesa de su Fundador, Esta
no precisa de los hombres para sobrevivir.
Por el contrario, la Iglesia es quien da vida a
la Contra-Revolución,
la cual, sin Ella, no sería factible, ni siquiera concebible.
La Contra-Revolución quiere concurrir para que se salven tantas
almas amenazadas por la
Revolución, y se alejen los cataclismos que amenazan a la
sociedad temporal. Para esto debe apoyarse en la Iglesia, y humildemente
servirla, en lugar de imaginar orgullosamente que la salva.
2. La Iglesia tiene el mayor
interés en el aplastamiento de la
Revolución
Si la Revolución existe, si ella es lo que es, está en
la misión de la Iglesia,
es del interés de la salvación de las almas, es capital para la mayor gloria de
Dios que la Revolución
sea aplastada.
3. La Iglesia es, pues, una
fuerza fundamentalmente contra-revolucionaria
Tomando el vocablo Revolución en el sentido
que le damos, el enunciado es la conclusión obvia de lo que arriba dijimos.
Afirmar lo contrario sería decir que la Iglesia no cumple su misión.
4. La Iglesia es la mayor de las
fuerzas contra-revolucionarias
La primacía de la Iglesia entre las fuerzas
contra-revolucionarias es obvia, si consideramos el número de los católicos, su
unidad, su influencia en el mundo. Pero esta legítima consideración de recursos
naturales tiene una importancia muy secundaria. La verdadera fuerza de la Iglesia está en ser el
Cuerpo Místico de Nuestro Señor Jesucristo.
5. La Iglesia es el alma de la Contra-Revolución
Si la Contra-Revolución
es la lucha para extinguir la
Revolución y construir la Cristiandad nueva, resplandeciente
de fe, de humilde espíritu jerárquico y de inmaculada pureza, es claro que esto
se realizará sobre todo por una acción profunda en los corazones. Ahora bien,
esta acción es obra propia de la
Iglesia, que enseña la doctrina católica y la hace amar y
practicar. La Iglesia
es, pues, la propia alma de la Contra-Revolución.
6. La exaltación de la Iglesia es el ideal de la Contra-Revolución
Proposición evidente. Si la Revolución es lo
contrario de la Iglesia,
es imposible odiar la
Revolución (considerada en su globalidad, y no en algún
aspecto aislado) y combatirla, sin ipso
facto tener por ideal la exaltación de la Iglesia.
7. El ámbito de la Contra-Revolución
excede, de algún modo, al de la
Iglesia
Por lo que quedó dicho, la acción
contra-revolucionaria implica una reorganización de toda la sociedad temporal:
"Hay todo un mundo que debe ser reconstruido desde sus fundamentos",
dijo Pío XII ante los escombros con que la Revolución cubrió la
tierra entera (Exhortación a los fieles de Roma, 10.II.1952, “Discorsi e
Radiomessaggi”, vol. XIII, p. 471).
Ahora bien, si, por una parte, esta tarea
de una fundamental reorganización contra-revolucionaria de la sociedad temporal
debe ser del todo inspirada por la doctrina de la Iglesia, por otra,
envuelve un sinnúmero de aspectos concretos y prácticos que están propiamente
en el orden civil. Y a este título la Contra-Revolución
rebasa el ámbito eclesiástico, aunque continúa siempre profundamente ligada a la Iglesia en lo que se
refiere al Magisterio y a su poder indirecto.
8. Si todo católico debe ser
contra-revolucionario
En la medida en que es apóstol, el católico
es contra-revolucionario. Pero puede serlo de diferentes modos.
A. El contra-revolucionario
implícito
Puede serlo implícita y, por así decirlo,
inconscientemente. Es el caso de una Hermana de la Caridad en un hospital. Su
acción directa tiene en vista la cura de los cuerpos, y sobre todo el bien de
las almas. Ella puede ejercer esta acción sin hablar de Revolución y
Contra-Revolución. Puede inclusive vivir en condiciones tan especiales que
ignore el fenómeno “Revolución y Contra-Revolución”. Sin embargo, en la medida
en que realmente haga bien a las almas, estará obligando a retroceder en ellas
la influencia de la
Revolución, lo que implícitamente es hacer Contra-Revolución.
B. Modernidad de una
explicitación contra-revolucionaria
En una época como la nuestra, toda inmersa
en el fenómeno “Revolución y Contra-Revolución”, nos parece condición de sana
modernidad conocerlo a fondo y tomar ante él la actitud perspicaz y enérgica
que las circunstancias piden.
Así, creemos sumamente deseable que todo
apostolado actual, siempre que fuere el caso, tenga una intención y un tonus explícitamente
contra-revolucionario.
En otros términos, juzgamos que el apóstol realmente
moderno, cualquiera que sea el campo a que se dedique, aumentará mucho la
eficacia de su trabajo si supiere discernir en él la Revolución, y marcar,
como corresponde, con un cuño contra-revolucionario todo cuanto hiciere.
C. El contra-revolucionario
explícito
No obstante, nadie negará que sea lícito
que ciertas personas tomen como tarea propia desarrollar en los medios
católicos y no católicos un apostolado específicamente contra-revolucionario.
Esto lo harán proclamando la existencia de la Revolución,
describiendo su espíritu, su método, sus doctrinas, e incitando a todos a la
acción contra-revolucionaria.
Haciéndolo, estarán poniendo sus
actividades al servicio de un apostolado especializado tan natural y meritorio
(y por cierto más profundo) cuanto el de los que se especializan en la lucha
contra otros adversarios de la
Iglesia, como el espiritismo o el protestantismo.
Ejercer influencia en los más variados
medios católicos o no católicos a fin de alertar a los espíritus contra los
males del protestantismo, por ejemplo, es ciertamente legítimo, y necesario
para una acción antiprotestante inteligente y eficaz. Análogo procedimiento
deberán tener los católicos que se entreguen al apostolado de la Contra-Revolución.
Los posibles excesos de ese apostolado -que
los puede tener como otro cualquiera- no invalidan el principio que
establecemos. Pues "abusus non tollit usum".
D. Acción
contra-revolucionaria que no constituye apostolado
Hay, en fin, contra-revolucionarios que no
hacen apostolado en sentido estricto, pues se dedican a la lucha en ciertos
campos como el de la acción específicamente cívico-partidista, o del combate a la Revolución por medio de
iniciativas económicas. Se trata, por lo demás, de actividades muy relevantes,
que sólo pueden ser vistas con simpatía.
9. Acción Católica y
Contra-Revolución
Si empleamos la palabra Acción Católica en
el sentido legítimo que le dio Pío XII, es decir, conjunto de asociaciones que,
bajo la dirección de la
Jerarquía, colaboran con el apostolado de ésta, la Contra-Revolución
en sus aspectos religiosos y morales es, a nuestro modo de ver, parte
importantísima del programa de una Acción Católica sanamente moderna.
La acción contra-revolucionaria puede ser
hecha, naturalmente, por una sola persona, o por la conjugación, a título
privado, de varias. Y, con la debida aprobación eclesiástica, puede hasta
culminar en la formación de una asociación religiosa especialmente destinada a
la lucha contra la
Revolución.
Es obvio que la acción
contra-revolucionaria en el terreno estrictamente partidista o económico no
forma parte de los fines de la Acción Católica.
10. La Contra-Revolución
y los no católicos
¿Puede la Contra-Revolución
aceptar la cooperación de no católicos? ¿Podemos hablar de
contra-revolucionarios protestantes, musulmanes, etc.? La respuesta precisa ser
muy matizada.
Fuera de la Iglesia no existe
auténtica Contra-Revolución (cfr. N° 5, supra).
Pero podemos admitir que, por ejemplo, determinados protestantes o musulmanes
se encuentren en el estado de alma de quien comienza a percibir toda la malicia
de la Revolución
y a tomar posición contra ella. De personas así es de esperar que lleguen a
oponer a la Revolución
barreras a veces muy importantes: si correspondieren a la gracia, podrán
volverse católicos excelentes y, por tanto, contra-revolucionarios eficientes.
Mientras no lo fueren, en todo caso crean obstáculos en alguna medida a la Revolución y pueden
hasta hacerla retroceder. En el sentido pleno y verdadero de la palabra, ellos
no son contra-revolucionarios.
Pero se puede y hasta se debe aprovechar su
cooperación, con el cuidado que, según las directrices de la Iglesia, tal cooperación
exige.
Particularmente deben ser tomados en cuenta
por los católicos los peligros inherentes a las asociaciones interconfesionales,
según sabiamente advirtió San Pío X: "En efecto, sin hablar de otros
puntos, son incontestablemente graves los peligros a que, por causa de
asociaciones de esta especie, los nuestros exponen o con certeza pueden
exponer, sea la integridad de su fe, sea la justa obediencia a las leyes y
preceptos de la
Iglesia Católica" (Encíclica “Singulari Quadam”,
24.IX.1912, "Bonne Presse", París, vol. II, p. 275).
El mejor apostolado llamado "de
conquista" debe tener por objeto esos no católicos de tendencias contra-revolucionarias.
Parte III:
“Revolución y
Contra-Revolución”
VEINTE AÑOS DESPUÉS
Agregada en 1976, y comentada por el Autor en 1992*
* Los comentarios del Autor,
de 1992, están indicados expresamente.
Nota del Editor sobre la Parte
III
· Los
comentarios agregados por el Autor a esta Parte III en 1992 van intercalados en
el texto, precedidos de signos (asteriscos) que indican el comienzo y término de cada uno.
· Incluyen
afirmaciones del entonces Cardenal Joseph Ratzinger, cuya elevación al supremo
Pontificado como Benedicto XVI realza el valor y alcance de las mismas.
· Son
del Autor las notas a esta Parte III, salvo las identificadas como “Nota del
editor”.
Capítulo I
La Revolución, un proceso en continua transformación
Aquí terminaba, en sus anteriores ediciones,
el ensayo “Revolución y Contra Revolución”; seguíanse sólo las breves palabras
de piedad y de entusiasmo que constituían la "Conclusión".
Habiendo transcurrido desde 1959 hasta aquí
tanto tiempo -repleto de acontecimientos- cabría preguntar si, sobre las
materias que trata el ensayo, habría hoy algo más que decir. La respuesta no
podría dejar de ser afirmativa. Es lo que se presenta enseguida al lector.
1. “Revolución
y Contra-Revolución” y TFPs: Veinte años de acción y de lucha
... "Veinte años después": el
título de la novela de Alejandro Dumas -tan apreciada por los adolescentes de
Brasil hasta el momento, ya distante, en que profundas transformaciones
psicológicas destruyeron el gusto por ese género literario- viene a nuestro
espíritu, por una asociación de imágenes, cuando comenzamos a escribir estas
notas.
Nos volvimos, hace poco, al año 1959.
Estamos terminando el año 1976. Ya no está lejos, pues, el fin de la segunda
década en que este libro circula. -Veinte años...
En este período, las ediciones de este
ensayo se han multiplicado (1).
“Revolución y Contra-Revolución”: no
tuvimos el propósito de hacer de él un mero estudio. Lo escribimos también con
la intención de que fuese un libro de cabecera para cerca de un centenar de
jóvenes brasileños que nos pidieron que orientásemos y coordinásemos sus
esfuerzos, teniendo en
---------------------------------------------------
(N. del Editor 1): publicado inicialmente en la
revista “Catolicismo”, de Brasil, “Revolución y Contra-Revolución” ha tenido amplia
difusión mundial. Hasta el presente (2007) ha habido 35 ediciones de “Revolución y
Contra-Revolución”, en 8 idiomas y en 16 países, totalizando más de 150 mil
ejemplares.
vista los problemas y los deberes que entonces enfrentaban. Ese
puñado inicial -semilla de la futura TFP- se extendió enseguida por el
territorio brasileño, de dimensiones continentales. Circunstancias propicias
favorecieron, pari passu, la
formación y el desarrollo de entidades hermanas y autónomas en toda América del
Sur. Lo mismo fue sucediendo, después, en los Estados Unidos, Canadá, España y
Francia. Afinidades de pensamiento y relaciones cordiales promisorias están
comenzando a vincular, más recientemente, esa extensa familia de entidades, a
personalidades y asociaciones de otros países de Europa. El Bureau “Tradition,
Famille, Propriété”, fundado en París en 1973, viene dedicándose a fomentar en
lo posible los contactos y aproximaciones que de ahí resulten.
Estos veinte años fueron, pues, de
expansión. Sí, de expansión, pero también de intensa lucha
contra-revolucionaria.
Los resultados alcanzados de esa forma han
sido considerables. No es éste el momento de enumerarlos a todos (2).
Nos ceñimos a decir que, en cada uno de los países donde existe una TFP u
organización afín, ésta viene combatiendo sin tregua a la Revolución, o sea, de
modo especial, en el campo religioso, al llamado izquierdismo católico; y en el
temporal, al comunismo. Incluimos como genuino combate al comunismo la lucha
contra todas las modalidades de socialismo, pues éstas son sólo etapas
preparatorias o formas larvadas de aquel. Tal combate se ha desarrollado
siempre según los principios, las metas y las normas de la Parte II de este estudio (3).
Los frutos así obtenidos demuestran bien el
acierto de lo que, sobre los temas indisociables de la Revolución y de la Contra-Revolución,
está dicho en la presente obra.
-----------------------------------------------
(N. del Editor 2): ver el libro: “Tradición,
Familia, Propiedad, Un ldeal, un Lema, una Gesta -La Cruzada del Siglo XX”, San
Pablo, 1990, que incluye amplios datos históricos acerca de las TFP, así como
de los Bureaux-TFP, existentes en 22 países, en los cinco continentes, y los
sitios de internet respectivos y de la revista “Catolicismo”.
(N. del Editor 3): a
respecto del combate a las formas de socialismo más recientemente difundidas,
merece especial destaque el Mensaje del Prof. Plinio Corrêa de Oliveira “El
socialismo autogestionario, frente al comunismo: ¿barrera o cabeza de puente?”,
amplísimamente divulgado en 1982 (publicado en 50 grandes diarios y revistas de
Occidente, con un total de más de 33
millones de ejemplares). Con motivo del
Mensaje, el Autor recibió carta altamente elogiosa de Friedrich A. Hayek,
Premio Nobel de Economía.
2. En un mundo que se viene transformando continua y
aceleradamente, ¿permanece actual en los presentes días “Revolución y
Contra-Revolución”? - La respuesta es afirmativa
Al mismo tiempo que se multiplicaban en los cinco continentes las
ediciones y los frutos de “Revolución y Contra-Revolución” (4), el
mundo -impelido por el proceso revolucionario que desde hace cuatro siglos lo
viene subyugando- pasó por tan rápidas y profundas transformaciones que, al
lanzar esta nueva edición, cabe preguntar, según ya consignamos, si en función
de ellas debería ser rectificado o agregado algo en relación a lo que fue por
nosotros escrito en 1959.
“Revolución y Contra-Revolución” se sitúa,
sea en el campo doctrinario, sea en un campo doctrinario-práctico muy próximo
de la pura doctrina. Así, no debe sorprender que, a nuestro juicio, no haya
ocurrido hecho alguno capaz de alterar lo que en el estudio está contenido.
Por cierto, muchos métodos y estilos de
acción usados por la TFP
brasileña, entidad en vías de constituirse en 1959 -así como por sus entidades
hermanas- fueron substituidos o adaptados a nuevas circunstancias. Y otros
fueron innovados. Pero ellos se sitúan, todos, en un campo inferior, ejecutivo
y práctico. De ellos no trata, por tanto, “Revolución y Contra-Revolución”. De
ahí que no haya que introducir modificaciones en la obra.
A pesar de todo esto, mucho habría que
añadir si quisiésemos relacionar “Revolución y Contra-Revolución” con los
nuevos horizontes que la
Historia viene abriendo. Ello no cabría en este simple añadido.
Pensamos, no obstante, que una reseña de lo que hizo la Revolución en estos
veinte años, una mise au point del
panorama mundial por ella transformado, puede ser útil para que el lector
relacione fácil y cómodamente el contenido del libro con la realidad presente.
Es lo que haremos a continuación.
-----------------------------------------------
(N. del Editor 4): “Revolución y
Contra-Revolución” ha tenido también expresiva difusión en Australia, Africa
del Sur y Filipinas.
Capítulo II
Apogeo y crisis de la Tercera Revolución
1. Apogeo de la
III Revolución
Como vimos (cfr. Introducción y Parte I, cap. III, 3, A-D), tres
grandes revoluciones constituyeron las etapas capitales del proceso de gradual
demolición de la Iglesia
y de la civilización cristiana: en el siglo XVI, el Humanismo, el Renacimiento
y el Protestantismo (I Revolución); en el siglo XVIII, la Revolución Francesa
(II Revolución); y en la segunda década de este siglo, el Comunismo (III
Revolución).
Esas tres revoluciones sólo son comprensibles
como partes de un inmenso todo, es decir, la Revolución.
Siendo la Revolución un proceso,
desde 1917 hasta aquí la
III Revolución obviamente continuó su marcha. Ella se
encuentra, en este momento, en un verdadero apogeo.
***** Comentario agregado por el Autor en 1992
Crisis en la III Revolución, consecuencia
inevitable
de las utopías marxistas
En la más amplia de las escalas, esto es,
en la escala internacional, ese apogeo era notorio. Lo dice el texto un poco
más adelante. Con el pasar del tiempo ese cuadro puede ser pintado con trazos
aún más amplios, sea por la extensión y por la población de las naciones
efectiva y plenamente sujetas a regímenes comunistas, sea por la amplitud de la
propaganda roja y por la importancia de los partidos comunistas en el mundo
occidental, sea, en fin, por la penetración de las tendencias comunistas en los
diversos dominios de la cultura de esos países. Todo esto, aumentado por el
pánico mundial generado por la amenaza atómica que la agresividad soviética,
servida por un poder nuclear innegable, hacía pender sobre todos los
continentes.
Tan múltiples factores daban origen a una
política de blandura y de capitulación casi universal en relación a Moscú. La
“Ostpolitik” alemana y la vaticana, el viento mundial de un pacifismo
incondicionalmente desarmamentista, el pulular de “slogans” y de fórmulas
políticas que preparaban tantas burguesías aún no comunistas para aceptar el
comunismo como un hecho que sería consumado en un futuro no distante: todos
hemos vivido bajo la compresión psicológica de ese optimismo de izquierda, que
era enigmático como una esfinge para los centristas indolentes, y amenazador
como un Leviatán para quien, como las TFPs y los seguidores de “Revolución y
Contra-Revolución” en tantos países, discernía bien el "apocalipsis"
a que todo eso iba conduciendo.
¡Cuán pocos eran, entonces, los que
advertían que ese Leviatán cargaba en sí una crisis in crescendo que no lograba resolver, porque era el
fruto inevitable de las utopías marxistas! La crisis fue creciendo
y parece haber desintegrado el Leviatán. Pero, como se verá adelante, esa
desintegración a su vez difundió por todo el Universo un clima de crisis aún
más letal. *****
* * *
(76)
Continuación del texto de 1976
Considerados los territorios y las
poblaciones sometidos a regímenes comunistas, la III Revolución
dispone de un imperio mundial sin precedentes en la Historia. Este
imperio es factor continuo de inseguridad y de división entre las mayores
naciones no comunistas.
Por otro lado, están en las manos de los líderes de la III Revolución los
hilos que mueven, en todo el mundo no comunista, a los partidos declaradamente
comunistas y a la inmensa red de cripto-comunistas, para-comunìstas e
idiotas-útiles, infiltrados no sólo en los partidos no declaradamente
comunistas -socialistas y otros- sino también en las iglesias(*), en
las organizaciones profesionales y culturales, en los bancos, en la prensa, en
la televisión, en la radio, en el cine, etc.
Y, como si todo esto no bastase, la III Revolución
maneja con terrible eficacia las tácticas de conquista psicológica de las que
más adelante hablaremos. Por medio de éstas, el comunismo está consiguiendo
reducir a un sopor displicente y abobado a inmensas parcelas no-comunistas de
la opinión pública occidental. Tales tácticas permiten a la III Revolución
esperar, en este terreno, éxitos aún más útiles para ella, y desconcertantes
para los observadores que analizan los hechos desde fuera de ella.
La inercia, cuando no la ostensible y
substanciosa colaboración de tanto gobierno burgués de Occidente con el tan
poderoso comunismo, configura un terrible cuadro de conjunto.
En estas condiciones, si el curso del
proceso revolucionario continúa como hasta aquí, es humanamente inevitable que
el triunfo general de la
III Revolución acabe imponiéndose en el mundo entero. ¿Dentro
de cuánto tiempo? Muchos se asustarán si, a título de mera hipótesis, sugerimos
veinte años más. Les parecerá sorprendentemente exiguo el plazo. Sin embargo,
en realidad, ¿quién podrá garantizar que ese desenlace no sobrevenga dentro de
diez o de cinco años, o aun antes?
--------------------------------------------
(*)
Hablamos de la infiltración
del comunismo en las varias iglesias. Es indispensable registrar que tal
infiltración constituye un peligro supremo para el mundo, específicamente en
cuanto llevada a cabo en la
Santa Iglesia Católica, Apostólica, Romana. Pues ésta no es
sólo una especie en el género "iglesias". Es la única Iglesia viva y
verdadera del Dios vivo y verdadero, la única Esposa mística de Nuestro Señor
Jesucristo, la cual no está en relación a las otras iglesias como un brillante
mayor y más rutilante en relación a brillantes menores y menos rutilantes; sino
como el único brillante verdadero en relación a "congéneres" de
vidrio...
Comparando los horizontes de 1959 con los
de 1976, la proximidad o la eventual inminencia de esta gran hecatombe es sin
duda una de las notas que indican mayor transformación en la coyuntura mundial.
A. En la ruta
del apogeo, la III
Revolución evitó cuidadosamente las aventuras totales e
inútiles
Si bien que esté en las manos de los
mentores de la III
Revolución lanzarse, de un momento a otro, a una aventura
para la conquista total del mundo mediante una serie de guerras, de jugadas
políticas, de crisis económicas y de revoluciones sangrientas, es fácil ver que
tal aventura presenta considerables riesgos. Los mentores de la III Revolución sólo
aceptarán correrlos si esto les pareciere indispensable.
En efecto, si el empleo continuo de los
métodos clásicos llevó al comunismo al actual ápice de poder, sin exponer el
proceso revolucionario sino a riesgos cuidadosamente circunscriptos y
calculados, es explicable que los guías de la Revolución mundial
esperen alcanzar la cabal dominación del mundo sin someter su obra al riesgo de
catástrofes irremediables, inherente a toda gran aventura.
B. ¿Aventura,
en las próximas etapas de la
III Revolución?
Ahora bien, el éxito de los métodos
habituales de la III
Revolución está comprometido por el surgimiento de
circunstancias psicológicas desfavorables, las cuales se acentuaron fuertemente
a lo largo de los últimos veinte años. ¿Forzarán tales circunstancias al
comunismo a optar, de aquí en más, por la aventura?
***** Comentario agregado en 1992
Perestroika
y glasnost: ¿Desmantelamiento de la III Revolución
o metamorfosis del comunismo?
En el ocaso del año 1989 les pareció, a los
supremos dirigentes del comunismo internacional, llegado por fin el momento de
lanzar una inmensa maniobra política, la mayor de la historia del comunismo.
Esta consistiría en derribar la
Cortina de Hierro y el Muro de Berlín, lo cual, produciendo
sus efectos en forma simultánea a la ejecución de los programas
"liberalizantes" de la glasnost
(1985) y de la perestroika (1986),
precipitaría el aparente desmantelamiento de la III Revolución en
el mundo soviético.
A su vez, tal desmantelamiento le atraería
a su supremo promotor y ejecutor, Mikhail Gorbachev, la simpatía enfática y la
confianza sin reservas de las potencias occidentales y de muchos de los poderes
económicos privados del Primer Mundo.
A partir de esto, el Kremlin podría esperar
un flujo asombroso de recursos financieros en favor de sus vacías arcas. Esas
esperanzas fueron amplísimamente
confirmadas por los hechos, proporcionándole a Gorbachev y a su equipo la
posibilidad de continuar flotando, con el timón en la mano, sobre el mar de
miseria, de indolencia y de inacción
frente al cual la infeliz población rusa, sujeta hasta hace poco al
capitalismo de Estado integral, se va comportando hasta el momento con una
pasividad desconcertante. Pasividad ésta propicia a la generalización del
marasmo, del caos y, quizás, a la
formación de una crisis conflictiva interna susceptible, a su vez, de degenerar
en una guerra civil... o mundial (5).
Fue en este cuadro que irrumpieron los
sensacionales y brumosos acontecimientos de agosto de 1991, protagonizados por
Gorbachev, Yeltsin y otros co-autores de esa jugada, quienes abrieron paso a la
transformación de la URSS
en una floja confederación de Estados y, después, a su desmantelamiento.
Se habla de la eventual caída del régimen
de Fidel Castro en Cuba y de la posible invasión de Europa occidental por
hordas de hambrientos venidos del Este y del Magreb. Los diversos intentos de
desvalidos albaneses de penetrar en Italia habrían sido algo así como un primer
ensayo de esta nueva “invasión de bárbaros" a Europa.
No faltan quienes, en la Península Ibérica
como en otros países de Europa, vean tales hipótesis en conjunción con la
acción de presencia de las multitudes de mahometanos, despreocupadamente
admitidas en años anteriores en varios puntos de ese continente, y con los
proyectos de construcción de un puente sobre el estrecho de Gibraltar, que
ligaría el Norte de Africa al territorio español, lo que favorecería a su vez
otras invasiones musulmanas a Europa.
¡Curiosa semejanza de efectos de la caída
de la Cortina
de Hierro y de la construcción de tal puente: ambos abrirían ese continente a
invasiones análogas a las que Carlomagno rechazó victoriosamente, es decir, la
de hordas bárbaras o semi-bárbaras venidas del Este y hordas mahometanas
venidas de regiones al sur del continente europeo!
Se diría que el cuadro pre-medieval se
recompone. Pero algo falta: el ardor de la Fe primaveral de las poblaciones católicas
llamadas a hacer frente simultáneamente a ambos impactos. Pero sobre todo falta
alguien; pues ¿dónde encontrar hoy en día un hombre de la estatura de
Carlomagno?
Si imaginamos el desarrollo de las hipótesis
enunciadas, cuyo principal escenario sería Occidente, sin duda nos
asombrará la magnitud y
el dramatismo de las consecuencias que las mismas traerían consigo.
-----------------------
(N. del Editor 5): bajo el título “Comunismo y
Anti-comunismo en el umbral de la última década de este milenio”, fue lanzada,
a partir de febrero de 1990, una firme interpelación del Autor a los líderes
comunistas rusos y occidentales, a propósito de la perestroika. Publicada en 50 diarios de 20 países, alcanzó gran repercusión,
especialmente en Italia.
Sin embargo, esta visión de conjunto ni de
lejos abarca la totalidad de los efectos que voces autorizadas, procedentes de
círculos intelectuales sensiblemente opuestos entre sí y de imparciales órganos
de comunicación, nos anuncian en estos días.
Por ejemplo, la creciente oposición entre
países consumidores y países pobres. O, en otros términos, entre naciones ricas
industrializadas y otras que son meras productoras de materias primas.
Nacería de allí un entrechoque de
proporciones mundiales entre ideologías diversas, agrupadas, de un lado, en
torno al enriquecimiento indefinido, y del otro, al sub-consumo miserabilista.
En vista de ese eventual entrechoque, es imposible no recordar la lucha de
clases preconizada por Marx. Y de ahí surge naturalmente una pregunta: ¿será
tal lucha una proyección, en términos mundiales, de un embate análogo al que
Marx concibió ante todo como fenómeno socio-económico interno de las naciones,
conflicto en el cual participaría cada una de ellas con características
propias?
En esa hipótesis, ¿la lucha entre el Primer
y el Tercer Mundo pasará a servir de camuflaje por medio del cual el marxismo,
avergonzado de su catastrófico fracaso socio-económico, y metamorfoseado,
trataría de alcanzar la victoria final, con renovadas posibilidades de éxito?
Victoria que, hasta el momento, escapó de las manos de Gorbachev, quien, si
bien no es ciertamente el doctor, es, al menos, una mezcla de bardo y de
prestidigitador de la perestroika...
De la perestroika,
sí, de la cual no es posible dudar que sea un requinte(6) del
comunismo, pues lo confiesa su propio autor en el ensayo propagandístico
“Perestroika - Nuevas ideas para mi país y el mundo” (Ed. Best Seller, San
Pablo, 1987, pág. 35): "La finalidad de esta reforma es garantizar (...)
la transición de un sistema de dirección, excesivamente centralizado y
dependiente de órdenes superiores, a un sistema democrático, basado en una
combinación de centralismo democrático y autogestión" . Autogestión ésta
que, por lo demás, era "el objetivo supremo del Estado soviético",
según lo establecía la propia Constitución de la ex-URSS en su Preámbulo. *****
----------------------------------------
(N. del Editor 6): una acentuación, un perfeccionamiento, una
radicalización, cfr. Parte I, cap. VI, 3.
* * *
(76)
Continuación del texto de 1976
2. Obstáculos inesperados para la aplicación de los métodos
clásicos de la III
Revolución
A. Declinación del poder persuasivo
Examinemos ante todo tales circunstancias (desfavorables
al comunismo, enunciadas en el ít. 1, B).
La primera de ellas es la declinación del
poder persuasivo del proselitismo comunista.
Hubo un tiempo en que el adoctrinamiento
explícito y categórico fue, para el comunismo internacional, el principal medio
de reclutamiento de adeptos.
Por motivos que sería largo enumerar, en
amplios sectores de la opinión pública de casi todo Occidente, las condiciones se volvieron hoy en muy ponderable medida adversas a tal
adoctrinamiento. Disminuyó visiblemente el poder persuasivo de la dialéctica y
de la propaganda comunista doctrinaria, integral y ostensible.
Así se explica que, en nuestros días, la
propaganda comunista procure cada vez más hacerse de modo camuflado, suave y
lento. Tal camuflaje se hace o bien difundiendo los principios marxistas,
dispersos y velados, en la literatura socialista, o bien insinuando en la
propia cultura que llamaríamos "centrista" principios que, a la
manera de gérmenes, se multiplican, llevando a los centristas a la aceptación
inadvertida y gradual de toda la doctrina comunista.
B. Declinación del poder de liderazgo revolucionario
A la disminución del poder persuasivo
directo del credo rojo sobre las multitudes, que denota el recurso a dichos
medios oblicuos, lentos y trabajosos, se agrega la correlativa caída del poder
de liderazgo revolucionario del comunismo.
Examinemos cómo se manifiestan esos
fenómenos correlativos y cuáles son sus frutos.
+ Odio, lucha de clases,
Revolución
En esencia, el movimiento comunista es y se
considera a sí mismo una revolución nacida del odio de clases. La violencia es
el método más coherente con ésta. Es el método directo y fulminante, del cual
los mentores del comunismo esperaban, con el mínimo de riesgos, el máximo de
resultados en el mínimo de tiempo.
El presupuesto de este método es la
capacidad de liderazgo de los varios Partidos Comunistas, por medio de la cual
les era dado a éstos crear descontentos, transformar los descontentos en odios,
articular esos odios en una inmensa conjuración y llevar así a cabo, con la
fuerza "atómica" del ímpetu de esos odios, la demolición del orden
actual y la implantación del
comunismo.
+ Declinación
del liderazgo del odio y del uso de la violencia
Ahora bien, también ese liderazgo del odio va
escapando de las manos de los comunistas.
No nos extendemos aquí en la explicación de
las complejas causas de tal hecho. Nos limitamos a hacer notar que, en el
transcurso de esos veinte años, la violencia les fue dando ventajas cada vez
menores. Para probarlo baste recordar el invariable fracaso de las guerrillas y
del terrorismo diseminados por Cuba en toda América Latina.
Es verdad que, en Africa, la violencia
viene arrastrando a casi todo el Continente en dirección al comunismo. Pero el
hecho es muy poco representativo de las tendencias de la opinión pública en el
resto del mundo. Pues el primitivismo de la mayor parte de las poblaciones
aborígenes de dicho Continente las sitúa en condiciones peculiares e
inconfundibles. Y la violencia allí no logró obtener adeptos por motivos
ideológicos principalmente, sino también por resentimientos anticolonialistas,
de los que la propaganda comunista supo valerse con su acostumbrada astucia.
+ Fruto y prueba de esa caída:
la III Revolución se metamorfosea en revolución risueña
La prueba más clara de que la III Revolución
viene perdiendo en los últimos veinte o treinta años su capacidad de crear y de
liderar el odio revolucionario es la metamorfosis que ella se impuso.
En la época del deshielo post-staliniano
con Occidente, la III
Revolución se puso una máscara sonriente, de polémica se
volvió dialogante, simuló estar cambiando de mentalidad y de actitud
temperamental y se abrió a toda especie de colaboraciones con los adversarios
que antes intentaba aplastar por la violencia.
En la esfera internacional, la Revolución pasó así,
sucesivamente, de la guerra fría a la coexistencia pacífica, después a la
“caída de las barreras ideológicas" y, por fin, a la franca colaboración
con las potencias capitalistas, designada, en el lenguaje publicitario, como
"Ostpolitik" o "détente”.
En la esfera interna de los diversos países
de Occidente, la “politique de la main
tendue”, que fuera, en la era de Stalin un mero artificio para seducir a
pequeñas minorías católicas izquierdistas, se transformó en una verdadera
"détente” entre comunistas y pro-capitalistas, medio ideal usado por los
rojos para entablar relaciones cordiales y aproximaciones dolosas con todos sus
adversarios, pertenecientes ya a la esfera espiritual, ya a la temporal. De ahí
derivó una serie de tácticas "amistosas", como la de los compañeros
de ruta, la del eurocomunismo legalista, afable y prevenido contra Moscú, la
del compromiso histórico, etc.
Como
ya dijimos, todas estas estratagemas presentan hoy ventajas para la III Revolución.
Pero estas ventajas son lentas, graduales y subordinadas en su fructificación a
mil factores variables.
En el auge de su poder, la III Revolución dejó
de amenazar y agredir, y pasó a sonreír y pedir. Dejó de avanzar a paso
militar, usando botas de cosaco, para progresar lentamente, a paso discreto.
Abandonó el camino recto -siempre el más corto- y escogió un zig-zag en cuyo
recorrido no faltan las incertidumbres.
¡Qué inmensa transformación en veinte años!
C. Objeción:
los éxitos comunistas en Italia y en Francia
Alguien dirá, empero, que los éxitos alcanzados por el comunismo
por medio de dicha táctica, tanto en
Italia como en Francia, no permiten afirmar que esté en retroceso en el mundo
libre. O que, por lo menos, su progreso sea más lento que el del sañudo
comunismo de las eras de Lenín y de Stalin.
Ante todo, a tal objeción se debe responder
que las recientes elecciones generales en Suecia, en Alemania Occidental y en
Finlandia, como también las elecciones regionales y la presente inestabilidad
del gabinete laborista en Inglaterra, hablan elocuentemente de la inapetencia
de las grandes masas respecto a los "paraísos" socialistas, la
violencia comunista, etc. (*) .
--------------------------------------
(*) Esa tan amplia saturación
anti-socialista en Europa occidental, aunque se trate fundamentalmente de un
fortalecimiento del centro y no de la derecha, tiene un alcance indiscutible en
la lucha entre la Revolución
y la
Contra-Revolución. Pues en la medida en que el socialismo
europeo sienta que va perdiendo sus bases, sus jefes tendrán que hacer alardes
de distanciamiento y hasta de desconfianza en relación al comunismo. A su vez,
las corrientes centristas, para no ser confundidas por sus propios electorados
con los socialistas, tendrán que
manifestar una posición anticomunista aún más acentuada que la de estos
últimos. Y las alas derechas de los partidos centristas tendrán que declararse
hasta militantemente anti-socialistas.
En otros términos, pasará con
las corrientes izquierdistas y centristas favorables a la colaboración con el
comunismo, lo mismo que ocurre con un tren cuando la locomotora es frenada de
modo brusco. El vagón que le sigue inmediatamente recibe el choque y es
proyectado en dirección opuesta al rumbo que venía siguiendo. A su vez ese
primer vagón comunica el choque, con efecto análogo, al segundo vagón. Y así
sucesivamente hasta el fin del convoy.
¿Será la presente acentuación
de la alergia anti-socialista tan sólo la primera manifestación de un fenómeno
profundo, llamado a empobrecer en forma duradera el proceso revolucionario? ¿O
será un mero espasmo ambiguo y pasajero del sentido común, en medio del caos
contemporáneo? -Es lo que los hechos hasta aquí ocurridos no nos permiten aún
decir.
Hay expresivos síntomas de que el ejemplo
de esos países ya comenzó a repercutir en aquellas dos grandes naciones
católicas y latinas de Europa Occidental, perjudicando así los progresos
comunistas.
Pero, a nuestro modo de ver, es necesario
ante todo poner en duda la autenticidad comunista de las crecientes votaciones
obtenidas por el PC italiano o por el PS francés (y hablamos del PS, ya que el
PC francés se encuentra estancado).
Tanto un partido como el otro (PSF y PCI)
están lejos de haberse beneficiado
únicamente del voto de su propio electorado. Apoyos católicos por cierto
considerables -y cuya amplitud real sólo la Historia revelará un día en toda su extensión-
han creado en torno al PC italiano ilusiones, debilidades, atonías,
complicidades enteramente excepcionales. La proyección electoral de esas
circunstancias pasmosas y artificiales explica, en amplia medida, el aumento
del número de votantes pro-PC, muchos de los cuales no son en modo alguno electores
comunistas. Y es necesario no olvidar, en el mismo orden de hechos, la
influencia directa o indirecta, sobre la votación, de ciertos Cresos cuya
actitud francamente colaboracionista en relación al comunismo da ocasión a
maniobras electorales de las que la III Revolución saca evidente provecho. Análogas
observaciones se pueden hacer en relación al PS francés.
3. El odio y
la violencia metamorfoseados, generan la guerra psicológica revolucionaria
total
Para comprender mejor el alcance de esas
inmensas transformaciones ocurridas en el cuadro de la III Revolución en
los últimos veinte años, será necesario analizar en su conjunto la gran
esperanza actual del comunismo, que es la guerra psicológica revolucionaria.
Aunque nacido necesariamente del odio -y dirigido
por su propia lógica interna al uso de la violencia, ejercida por medio de
guerras, revoluciones y atentados- el comunismo internacional se vio compelido
por grandes y profundas modificaciones en la opinión pública a disimular su rencor, así como a fingir
haber desistido de las guerras y de las revoluciones. Ya lo hemos dicho.
Ahora bien, si tales desistencias fuesen
sinceras, él se desmentiría a sí mismo de tal manera, que se autodemolería.
Lejos de hacerlo, usa la sonrisa tan sólo como arma de agresión y de guerra, y
tampoco extingue la violencia, sino que la transfiere del campo de operaciones
de lo físico y lo palpable al de las
actuaciones psicológicas impalpables. Su objetivo: alcanzar, en el interior de
las almas, por etapas e invisiblemente, la victoria que ciertas circunstancias
le estaban impidiendo conquistar de modo drástico y visible, según los métodos
clásicos.
Por supuesto, no se trata aquí de efectuar,
en el campo del espíritu, algunas operaciones dispersas y esporádicas. Se
trata, por el contrario, de una verdadera guerra de conquista -psicológica, sí,
pero total- teniendo en vista a todo el hombre, y a todos los hombres en todos
los países.
***** Comentario agregado en 1992:
Guerra psicológica revolucionaria: “Revolución cultural” y
Revolución en las tendencias
Como una modalidad de guerra psicológica
revolucionaria, a partir de la rebelión estudiantil de La Sorbonne, en mayo de
1968, numerosos autores socialistas y marxistas en general pasaron a reconocer
la necesidad de una forma de revolución previa a las transformaciones políticas
y socio-económicas, que operase en la vida cotidiana, en las costumbres, en las
mentalidades, en los modos de ser, de sentir y de vivir. Es la llamada
revolución cultural.
Consideran ellos que esta revolución
preponderantemente psicológica y tendencial es una etapa indispensable para
llegar al cambio de mentalidad que haría posible la implantación de la utopía
igualitaria, pues, sin tal preparación, esa transformación revolucionaria y los
consiguientes "cambios de estructura" resultarían efímeros. El
referido concepto de “revolución cultural” abarca con impresionante analogía el
mismo campo ya designado por “Revolución y Contra-Revolución”, en 1959, como
propio de la Revolución
en las tendencias (cfr. Parte I, Cap. 5). *****
* *
*
(76)
Continuación del texto de 1976
Insistimos en este concepto de guerra
psicológica revolucionaria total.
En efecto, la guerra psicológica tiene como
objetivo toda la psiquis del hombre, es decir, lo "trabaja" en las
varias potencias de su alma y en todas las fibras de su mentalidad.
Tiene por objeto a todos los hombres, es
decir, tanto a partidarios o simpatizantes de la III Revolución,
cuanto a neutros y hasta a adversarios.
Ella echa mano de todos los medios; a cada
paso le es necesario disponer de un factor específico para llevar
insensiblemente a cada grupo social y hasta a cada hombre a aproximarse, por
poco que sea, al comunismo. Y esto en cualquier terreno: en las convicciones
religiosas, políticas, sociales o económicas; en las impostaciones culturales,
en las preferencias artísticas, en los modos de ser y de actuar en familia, en
la profesión, en la sociedad.
A. Las dos grandes metas de la guerra psicológica revolucionaria
Dadas las actuales dificultades de
reclutamiento ideológico de la III Revolución, lo más útil de sus actividades no
se ejerce sobre los amigos y simpatizantes, sino sobre los irreductiblemente
neutros y sobre los adversarios:
+ a. engañar y adormecer en forma paulatina a los irreductiblemente
neutros;
+ b. dividir a cada paso, desarticular, aislar, aterrorizar, difamar,
perseguir y bloquear a los adversarios;
-éstas son, a nuestro modo de ver, las dos grandes metas de la
guerra psicológica revolucionaria.
De esta manera, la III Revolución se
vuelve capaz de vencer, pero más por el aniquilamiento del adversario que por
la multiplicación de los amigos.
Obviamente, para conducir esta guerra, el
comunismo moviliza todos los medios de acción con que cuenta en los países
occidentales, gracias al apogeo en que en éstos se encuentra la ofensiva de la III Revolución.
B. La guerra psicológica revolucionaria total,
una resultante del apogeo de la III Revolución
y de los embarazos por los que ésta pasa
La guerra psicológica revolucionaria total
es, por lo tanto, una resultante de la composición de los dos factores
contradictorios ya mencionados: el auge de influencia del comunismo sobre casi
todos los puntos clave de esa gran máquina que es la sociedad occidental, y,
por otro lado, la declinación de su capacidad de persuasión y liderazgo sobre
los estratos más profundos de la opinión pública de Occidente.
4. La
ofensiva psicológica de la
III Revolución en la Iglesia
No sería posible describir esta guerra
psicológica sin tratar cuidadosamente de su desarrollo en aquello que es la
propia alma de Occidente, o sea, el cristianismo, y más precisamente la Religión Católica,
que es el cristianismo en su plenitud absoluta y en su autenticidad única.
A. El Concilio Vaticano II
Dentro de la perspectiva de “Revolución y
Contra-Revolución”, el éxito de los éxitos alcanzado por el comunismo
post-staliniano sonriente fue el silencio enigmático, desconcertante, pasmoso y
apocalípticamente trágico del Concilio Vaticano II respecto al comunismo.
Este Concilio quiso ser pastoral y no
dogmático. Alcance dogmático realmente no lo tuvo. Además de esto, su omisión
sobre el comunismo puede hacerlo pasar a la Historia como el Concilio a-pastoral.
Explicamos el sentido especial en que
tomamos esta afirmación.
Imagine el lector un inmenso rebaño
languideciendo en campos pobres y áridos, atacado por todas partes por
enjambres de abejas, avispas y aves de rapiña.
Los pastores se ponen a regar la pradera y
a alejar los enjambres. ¿Puede esta actividad ser calificada de pastoral? En tesis,
ciertamente. Sin embargo, en la hipótesis de que, al mismo tiempo, el rebaño
estuviese siendo atacado por manadas de lobos voraces, muchos de ellos con piel
de oveja, y los pastores se abstuviesen
completamente de desenmascararlos y ahuyentarlos, luchando entre tanto contra
los insectos y las aves, ¿podría
considerarse pastoral su obra, o sea, propia de buenos y fieles
pastores?
En otros términos, ¿actuaron como
verdaderos Pastores quienes, en el Concilio Vaticano II, quisieron espantar a
los adversarios minores y dejaron -por el silencio-
libre curso al adversario maior?
Con tácticas “aggiornate” (7) -de
las que, por lo demás, lo menos que se
puede decir es que son cuestionables en el plano teórico y que se vienen
mostrando ruinosas en la práctica- el Concilio Vaticano II intentó ahuyentar,
digamos, abejas, avispas y aves de rapiña. Su silencio sobre el comunismo dejó
a los lobos en total libertad. La obra de ese Concilio no puede estar inscripta,
en cuanto efectivamente pastoral, ni en la Historia, ni en el Libro de la Vida.
Es penoso decirlo. Pero la evidencia de los
hechos señala, en este sentido, al Concilio Vaticano II como una de las mayores
calamidades, si no la mayor, de la
Historia de la
Iglesia. A partir de él penetró en la Iglesia, en proporciones
impensables, la "humareda de Satanás" que día a día se va dilatando
más, con la terrible fuerza de expansión de los gases. Para escándalo de
incontables almas, el Cuerpo Místico de Cristo entró en el siniestro proceso de
la como que autodemolición.
***** Comentario agregado en 1992:
Calamidades
sorprendentes en la fase post-conciliar de la Iglesia
Sobre las calamidades en la fase
post-conciliar de la Iglesia
es de fundamental importancia la declaración histórica de Paulo VI en la Alocución “Resistite
fortes in Fide”, del 29 de junio de 1972, que citamos aquí en la versión de la Poliglotta Vaticana:
"Refiriéndose a la situación de la Iglesia de hoy, el Santo Padre afirma tener la
sensación de que ‘por alguna fisura haya entrado el humo de Satanás en el
templo de Dios'. Existe -transcribe la Poliglotta- la duda, la incertidumbre, lo
complejo de los problemas, la inquietud, la insatisfacción, la confrontación.
No se confía
-------------------------------------
(N. del Editor 7): “al día”.
más en la Iglesia; se confía en el primer profeta profano (extraño a la Iglesia) que nos venga a hablar, por medio de algún diario o movimiento social, a fin de correr atrás de él y preguntarle si tiene la fórmula de la verdadera vida. Y no nos damos cuenta de que ya la poseemos y somos maestros de ella. Entró la duda en nuestras conciencias, y entró por ventanas que debían estar abiertas a la luz. (...)
"También en la Iglesia reina ese estado
de incertidumbre. Se creía que, después del Concilio, vendría un día soleado
para la Historia
de la Iglesia. Vino,
por el contrario, un día lleno de nubes, de tempestad, de obscuridad, de
indagación, de incertidumbre. Predicamos el ecumenismo, y nos apartamos cada
vez más los unos de los otros. Tratamos de cavar abismos en vez de llenarlos.
"¿Cómo sucedió esto? El Papa confía a
los presentes un pensamiento suyo: que haya habido la intervención de un poder
adverso. Su nombre es el diablo, este misterioso ser al que también alude San
Pedro en su Epístola" (cfr. “Insegnamenti di Paolo VI”, Tipografía
Poliglotta Vaticana, vol. X, pp. 707-709).
Algunos años antes el mismo Pontífice, en la Alocución a los alumnos
del Seminario Lombardo, el 7-XII-1968, había afirmado que "La Iglesia atraviesa hoy un
momento de inquietud. Algunos practican la autocrítica, se diría que hasta la
autodemolición. Es como una perturbación interior, aguda y compleja, que nadie
habría esperado después del Concilio. Se pensaba en un florecimiento, en una
expansión serena de conceptos madurados en la gran asamblea conciliar. Hay aún
este aspecto en la Iglesia,
el del florecimiento. Pero, puesto que ‘bonum ex integra causa, malum ex
quocumque defectu', se fija la atención más especialmente sobre el aspecto
doloroso. La Iglesia
es golpeada también por quienes de Ella forman parte" (cfr. “Insegnamenti
di Paolo VI”, Tipografía Poliglotta Vaticana, vol. VI, p. 1188).
S. S. Juan Pablo II trazó también un
panorama sombrío de la situación de la Iglesia: "Es necesario admitir con realismo
y con profunda y sentida sensibilidad que los cristianos hoy, en gran parte, se
sienten perdidos, confundidos, perplejos y hasta desilusionados: fueron
divulgadas pródigamente ideas que contrastan con la Verdad revelada y desde
siempre enseñada; fueron difundidas verdaderas y propias herejías, en el campo
dogmático y moral, creando dudas, confusiones y rebeliones; se alteró incluso la Liturgia; sumergidos en
el ‘relativismo' intelectual y moral y por consiguiente en el permisivismo, los
cristianos son tentados por el ateísmo, por el agnosticismo, por el iluminismo
vagamente moralista, por un cristianismo sociológico, sin dogmas definidos y
sin moral objetiva" (Alocución del 6-II-1981 a los Religiosos y
Sacerdotes participantes del I Congreso nacional italiano sobre el tema
“Misiones al pueblo para los años ‘80” in "L'Osservatore Romano",
7-2-81).
En un sentido semejante se pronunció
posteriormente el Emmo. Cardenal Joseph Ratzinger(8), Prefecto de la Sagrada Congregación
para la Doctrina
de la Fe:
"Los resultados que se siguieron al Concilio parecen cruelmente opuestos a
las expectativas de todos, comenzando por las del Papa Juan XXIII y después de
Paulo VI. (...) Los Papas y los padres conciliares esperaban una nueva unidad
católica y en vez de eso se fue al encuentro de una disensión que -para usar
las palabras de Paulo VI- pareció pasar de la autocrítica a la autodemolición.
Se esperaba un nuevo entusiasmo y en lugar de él se acabó con demasiada
frecuencia en el fastidio y en el desánimo. Se esperaba un salto hacia adelante
y en vez de eso nos encontramos ante un proceso de decadencia progresiva
(...)". Y concluye: "Se afirma con letras claras que una real reforma
de la Iglesia
presupone un inequívoco abandono de las vías erradas que llevaron a
consecuencias indiscutiblemente negativas" (cfr. Vittorio Messori “A
colloquio con il cardinale Joseph Ratzinger - Rapporto sulla Fede",
Edizioni Paoline, Milano, 1985, pp. 27-28). *****
* *
*
(76)
Continuación del texto de 1976
La
Historia
narra los innumerables dramas que la
Iglesia sufrió en sus veinte siglos de existencia.
Oposiciones que germinaron fuera de Ella, y desde fuera intentaron destruirla.
Tumores formados dentro de Ella, por Ella extirpados, y que, ya entonces de
fuera hacia dentro, intentan destruirla con ferocidad.
Sin embargo, ¿cuándo vio Ia Historia antes
de nuestros días una tentativa de demolición de la Iglesia, no hecha por un
adversario, sino calificada de "autodemolición" en altísimo
pronunciamiento de repercusión mundial?
De ahí resultó para la Iglesia y para lo que aún
resta de civilización cristiana un inmenso desmoronamiento. Por ejemplo, la
“Ostpolitik” vaticana y la gigantesca infiltración del comunismo en los medios
católicos son efectos de todas estas calamidades. Y constituyen otros tantos
éxitos de la ofensiva psicológica de la III Revolución
contra la Iglesia.
------------------------------------------
(N. del Editor 8): sobre la importancia
especial de este pronunciamiento del actual Sumo Pontífice Benedicto XVI, ver
nota al principio de esta III Parte.
***** Comentario agregado en 1992
La “Ostpolitik” vaticana: efectos que
también sorprenden
Hoy en día, leyendo estas líneas sobre la
“Ostpolitik”, alguien podría preguntar, ante la enorme transformación que hubo
en Rusia, si ésta no resulta de una jugada "genial" de la Jerarquía Eclesiástica.
El Vaticano, basado en informaciones del mejor quilate, habría previsto que el
comunismo, corroído por crisis internas, comenzaría a su vez a autodemolerse. Y
para estimular al Cuartel General mundial del ateismo materialista a practicar
esa autodemolición, la
Iglesia Católica, situada en el otro extremo del panorama
ideológico, habría simulado su propia autodemolición. Con ello habría atenuado
muy sensiblemente la persecución que entonces sufría de parte del comunismo:
entre moribundos ciertas connivencias serían concebibles. La flexibilización de
la Iglesia
habría, pues, creado condiciones para la flexibilización del mundo comunista.
Cabría responder que, si la Sagrada Jerarquía
tenía noción de que el comunismo estaba en tales condiciones de indigencia y de
ruina que habría de autodemolerse, Ella debía denunciar esa situación y
convocar a todos los pueblos de Occidente a preparar las vías de lo que sería
el saneamiento de Rusia y del mundo, cuando el comunismo efectivamente cayese;
y no debía callar sobre el hecho, dejando que el fenómeno se produjera al
margen de la influencia católica y de la cooperación generosa y solícita de los
gobiernos occidentales. Pues sólo haciendo tal denuncia sería posible evitar
que el derrumbe soviético llegase a la situación en la que se encuentra hoy;
esto es, un callejón sin salida, donde todo es miseria e “imbroglio”.
De cualquier forma, es falso que la
autodemolición de la Iglesia
haya apresurado la autodemolición del comunismo, a menos que se suponga la
existencia de un tratado oculto entre ambos en ese sentido -una especie de
pacto suicida-; tratado ése, por decir lo menos, carente de legitimidad y de
utilidad para el mundo católico. Esto, para no mencionar todo lo que esa mera
hipótesis contiene de ofensivo a los Papas en cuyos pontificados esta doble
eutanasia se habría verificado. *****
* *
*
(76)
Continuación del texto de 1976:
B. La Iglesia, moderno centro de
embate entre la Revolución
y la
Contra-Revolución
En 1959, fecha en que escribimos “Revolución
y Contra-Revolución”, la
Iglesia era considerada como la gran fuerza espiritual contra
la expansión mundial de la secta comunista. En 1976, incontables eclesiásticos,
inclusive obispos, figuran como cómplices por omisión, colaboradores y hasta
propulsores de la III
Revolución. El progresismo, instalado por casi todas partes,
va convirtiendo en leña fácilmente incendiable por el comunismo el bosque
otrora reverdeciente de la
Iglesia Católica.
En una palabra, el alcance de esta transformación es tal que
no dudamos en afirmar que el centro, el punto más sensible y más verdaderamente
decisivo de la lucha entre la
Revolución y la Contra-Revolución se desplazó de la sociedad
temporal a la espiritual y pasó a ser la Santa Iglesia, en la
cual se enfrentan, de un lado, progresistas, cripto-comunistas y
pro-comunistas, y del otro, anti-progresistas y anticomunistas (*).
C. Reacciones
basadas en “Revolución y Contra-Revolución”
A la vista de tantas transformaciones,
¿quedó anulada la eficacia de “Revolución y Contra-Revolución”? Por el
contrario.
En 1968, las TFPs hasta entonces existentes
en América del Sur, inspiradas en la Parte II de este ensayo –“La Contra-Revolución"-
organizaron un conjunto de peticiones colectivas dirigidas a Paulo VI, en las
que se pedían medidas contra la infiltración izquierdista en el clero y en el
laicado católicos de América del Sur.
Tales peticiones alcanzaron en el lapso de
58 días, en Brasil, Argentina, Chile y Uruguay, un total de 2.025.201 firmas.
Fue, hasta entonces, que sepamos, la única recolección masiva de firmas que
-sobre cualquier tema- haya englobado a hijos de cuatro naciones de América del
Sur. Y en cada uno de los países en los que se realizó, fue -también, que
sepamos- la mayor recolección de firmas de su respectiva historia (9).
------------------------------------
(*) Desde los años 30, con el grupo que más
tarde fundó la TFP
brasileña, empleamos lo mejor de nuestro tiempo y de nuestras posibilidades de
acción y de lucha en las batallas precursoras del gran combate interno de la Iglesia. El primer
lance de envergadura en esa lucha fue la publicación del libro “Em Defesa da
Ação Católica” (Editora Ave María, San Pablo, 1943), que denunciaba el
resurgimiento de los errores modernistas incubados en la Acción Católica
del Brasil. Cabe mencionar también nuestro posterior estudio “La Iglesia ante la escalada
de la amenaza comunista - Llamado a los Obispos Silenciosos” (Editora Vera
Cruz, San Pablo, 1976, pp. 37-53).
Hoy,
transcurridos más de cuarenta años, la lucha está en su clímax y deja prever
desdoblamientos de amplitud e intensidad difíciles de medir. En esta lucha
sentimos con alegría la presencia, en los cuadros de las TFPs y entidades
afines, de tantos nuevos hermanos de ideal, en más de veinte paises, en los
cinco continentes. También en el campo de batalla es legítimo que los soldados del bien se digan unos a
otros: "Quam bonum et quam jucundum
habitare fratres in unum" - "¡Cuán bueno y regocijante es que los
hermanos habiten en uno" (Ps. 132,1).
(N. del Editor 9): posteriormente, en 1990, las
TFPs entonces existentes promovieron la petición colectiva que reunió el mayor número de
adhesiones de la Historia,
por la liberación de Lituania, entonces bajo el yugo soviético, obteniendo la
impresionante cifra de 5.212.580 firmas.
La respuesta de Paulo VI no fue tan sólo el
silencio y la inacción. Fue también -cuánto nos duele decirlo- un conjunto de actos cuyo efecto
perdura hasta hoy, que dotan de prestigio y de facilidad de acción a muchos
propulsores del izquierdismo católico.
Ante esta
creciente marea de la infiltración comunista en la Santa Iglesia, las
TFPs y entidades afines no desanimaron. Y, en 1974, cada una de ellas publicó
una declaración(10) en la que expresaban su disconformidad con la
“Ostpolitik” vaticana y su propósito de "resistirle de frente" (Gal.
2, 11). Una frase de la declaración, relativa a Paulo VI, expresa el espíritu
del documento: "Y de rodillas, mirando con veneración la figura de S.S. el
Papa Paulo VI, le manifestamos toda nuestra fidelidad. En este acto filial,
decimos al Pastor de los Pastores: nuestra alma es vuestra, nuestra vida es
vuestra. Mandadnos lo que queráis. Pero no nos mandéis que crucemos los brazos
ante el lobo rojo que ataca. A esto nuestra conciencia se opone."
No satisfechas con estos lances, las TFPs y
entidades afines promovieron en sus respectivos países, a partir de 1976,
ediciones del best-seller de la
TFP chilena “La Iglesia del Silencio en
Chile - la TFP
proclama la verdad entera” (11).
En casi todos esos países, la respectiva
edición de “La Iglesia
del Silencio en Chile” fue precedida de
un prólogo que describía múltiples e impresionantes hechos locales consonantes
con lo ocurrido en Chile.
La acogida a ese gran esfuerzo publicitario
ya puede ser calificada de victoriosa: en total fueron impresos, entre
ediciones completas y resúmenes, 88.500 ejemplares, casi todos en América del
Sur, donde, en los países más poblados, la edición de un libro de esa
naturaleza, cuando es amplia, suele ser de 5.000 ejemplares.
------------------------------------------
(N. del Editor 10):
se trata de la declaración publicada bajo el título “La política de distensión
del Vaticano frente a los gobiernos comunistas -Para la TFP: ¿cesar la lucha o
resistir?”. Dicha declaración -verdadero Manifiesto- fue publicada
sucesivamente, a partir de abril de 1974, en 57 diarios de once países, entre
ellos “La Nación”
de Bs. As.
(N. del Editor 11): esta obra monumental por su
documentación, por su argumentación y por las tesis que defiende, tuvo una
precursora verdaderamente épica, antes de la instalación del comunismo en
Chile. Se trata del libro de Fabio Vidigal Xavier da Silveira “Frei, el Kerensky chileno”, que denunció la
colaboración decisiva del Partido Demócrata Cristiano de ese país, y de su
líder, Eduardo Frei, entonces Presidente de la República, en la
preparación de la victoria marxista. El libro, publicado sucesivamente en
Brasil, Argentina, Colombia, Ecuador, Italia y Venezuela, alcanzó diecisiete
ediciones, cruzando la barrera de los 100.000 ejemplares.
En España se llevó a cabo una impresionante
recolección de firmas de más de 1.000 sacerdotes seculares y regulares de todas
las regiones del país, manifestando a la Sociedad Cultural
Covadonga su decidido apoyo al valiente prólogo de la edición española.
D. Utilidad
de la actuación de las TFPs y entidades afines, inspirada en “Revolución y
Contra-Revolución”
¿Qué utilidad práctica ha tenido, en este
campo específico de batalla, la actividad contra-revolucionaria de las TFPs,
inspirada en “Revolución y Contra-Revolución”?
Denunciando el peligro de la infiltración
comunista, ellas le han abierto los ojos a la opinión católica sobre las
urdiduras de los Pastores infieles. El resultado es que éstos van llevando cada
vez menos ovejas por los caminos de perdición en que se embreñaron. Es lo que
una observación de los hechos, aun sumaria, permite constatar.
No es esto, por sí solo, una victoria. Pero
es una preciosa e indispensable condición para ella. Las TFPs dan gracias a
Nuestra Señora por estar prestando, de esta manera, dentro del espíritu y de
los métodos de la
Segunda Parte de “Revolución y Contra-Revolución”, su
contribución para la gran lucha en que también otras fuerzas sanas -una u otra
de gran envergadura y capacidad de acción- se encuentran empeñadas.
5. Balance de veinte años de III Revolución, según los criterios de
“Revolución y Contra-Revolución”
Queda así delineada la situación de la III Revolución y de
la Contra-Revolución,
tal como ellas se presentan poco antes del vigésimo aniversario de la
publicación del libro.
Por un lado, el apogeo de la III Revolución
torna más difícil que nunca un éxito de la Contra-Revolución
a corto plazo. Por otro, la misma alergia antisocialista, que constituye
actualmente un grave impedimento para la victoria del comunismo, crea, a
mediano plazo, condiciones acentuadamente propicias para la Contra-Revolución. Cabe
a los diversos grupos contra-revolucionarios esparcidos por el mundo la noble
responsabilidad histórica de aprovecharlas.
Las TFPs han procurado hacer su parte en el
esfuerzo común, extendiéndose durante estos casi veinte años por América, en
Francia con una novel TFP, suscitando una dinámica organización afín en la Península Ibérica
y proyectando su nombre y sus contactos en otros países del Viejo Mundo, con
vivos deseos de colaboración con los demás grupos contra-revolucionarios que
allí combaten (12).
----------------------------
(N. del Editor 12): hasta la fecha (julio de
2007) existen TFPs y entidades afines en Alemania, Argentina, Australia,
Austria, Brasil, Colombia, Chile, Ecuador, España, Estados Unidos, Filipinas,
Francia, Irlanda, Italia, Lituania, Paraguay, Perú , Polonia, Portugal, Reino
Unido, Sudáfrica y Uruguay, las que también han establecido oficinas de
representación en Roma, París, Frankfurt-am-Main, Londres, Edimburgo y Sydney.
Veinte años después del lanzamiento de “Revolución
y Contra-Revolución”, las TFPs y entidades afines se encuentran hombro a hombro
junto a las organizaciones de primera línea, en la lucha contra-revolucionaria.
Capítulo III
La Cuarta Revolución que nace
El
panorama que así se presenta no sería completo si no nos refiriésemos a una
transformación interna en la
III Revolución. Es la IV Revolución que de
ella va naciendo.
Naciendo, sí, a la manera de requinte matricida. Cuando la II Revolución nació,
requintó (cfr. Parte I, cap. VI, 3), venció y golpeó de muerte a la primera. Lo
mismo ocurrió cuando, por un proceso análogo, la III Revolución
brotó de la segunda. Todo indica que ha llegado ahora para la III Revolución el
momento, al mismo tiempo pinacular y fatal, en que ella genera la IV Revolución y se
expone a ser muerta por ésta.
En el entrechoque entre la III Revolución y la Contra-Revolución,
¿habrá tiempo para que el proceso generador de la IV Revolución se
desarrolle por entero? ¿Abrirá esta última efectivamente una nueva etapa en la
historia de la Revolución?
¿O será simplemente un fenómeno abortivo, que va surgiendo y que desaparecerá,
sin influencia capital en el entrechoque entre la III Revolución y la Contra-Revolución?
El mayor o menor espacio que se reserve para la IV Revolución
naciente, en estas notas tan apresuradas y sumarias, estaría dependiendo de la
respuesta a esa pregunta. Respuesta ésa que, por lo demás, sólo el futuro podrá
dar de modo cabal.
A lo incierto no conviene tratarlo como si
tuviese una importancia cierta. Consagremos aquí, pues, un espacio muy limitado
a lo que parece ser la
IV Revolución.
1. La IV Revolución
prevista por los autores de la III Revolución
Como es bien sabido, ni Marx ni la
generalidad de sus más notorios secuaces, tanto "ortodoxos" como
"heterodoxos", vieron en la dictadura del proletariado la etapa
terminal del proceso revolucionario. Esta no es, según ellos, sino el aspecto
más quintaesenciado y dinámico de la Revolución universal. Y, en la mitología
evolucionista inherente al pensamiento de Marx y de sus seguidores, así como la
evolución se desarrollará hasta el infinito con el correr de los siglos, así
también la Revolución
carecerá de término. De la
I Revolución nacieron ya otras dos. La tercera, a su vez,
generará una más. Y así sucesivamente...
Es imposible prever, dentro de la
perspectiva marxista, cómo sería una Revolución número XX o número L. No es
imposible, empero, prever cómo será la IV Revolución. Los
propios marxistas ya hicieron esa previsión.
Ella deberá consistir en el derrocamiento
de la dictadura del proletariado como consecuencia de una nueva crisis, por
fuerza de la cual el Estado hipertrofiado será víctima de su propia
hipertrofia. Y desaparecerá dando origen a un orden de cosas cientificista y
cooperativista, en el cual -dicen los comunistas- el hombre habrá alcanzado un
grado de libertad, de igualdad y de fraternidad hasta aquí insospechado.
2. IV Revolución y tribalismo: una eventualidad
¿Cómo? -Es imposible no preguntarse si la
sociedad tribal soñada por las actuales corrientes estructural-tribalistas da
una respuesta a esta indagación. El estructuralismo ve en la vida tribal una
síntesis ilusoria entre el auge de la libertad individual y del colectivismo
consentido, en la que este último acaba por devorar la libertad. Según tal
colectivismo, los varios "yo" o las personas individuales, con su
inteligencia, su voluntad, su sensibilidad y consecuentemente sus modos de ser,
característicos y discrepantes, se funden y se disuelven, según ellos, en la
personalidad colectiva de la tribu generadora de un pensar, de un querer, de un
estilo de ser densamente comunes.
Evidentemente, el camino hacia el estado de
cosas tribal tiene que pasar por una extinción de los viejos cánones de
reflexión, volición y sensibilidad individuales, gradualmente substituidos por
modos de pensamiento, deliberación y sensibilidad cada vez más colectivos. Es
en este campo, por tanto, donde debe darse principalmente la transformación.
¿De qué forma? En las tribus la cohesión
entre los miembros está asegurada, ante todo, por un pensar y un sentir
comunes, del cual derivan hábitos comunes y un querer común. En ellas la razón
individual queda circunscripta a casi nada, es decir, a los primeros y más
elementales movimientos que su estado atrofiado le consiente (cfr. Claude
Lévy-Strauss, “La pensée sauvage” - Plon, París, 1969). "Pensamiento
salvaje", pensamiento que no piensa y se vuelve sólo hacia lo concreto.
Tal es el precio de la fusión colectivista tribal. Al hechicero le corresponde
mantener, en un plano místico, esta vida psíquica colectiva, por medio de
cultos totémicos cargados de "mensajes" confusos, pero
"ricos" en los fuegos fatuos o incluso en las fulguraciones
provenientes muchas veces de los misteriosos mundos de la transpsicología o de
la parapsicología. Y es por la adquisición de esas "riquezas" que el
hombre compensaría la atrofia de la razón.
De la razón, sí, otrora hipertrofiada por
el libre examen, por el cartesianismo, etc., divinizada por la Revolución Francesa,
utilizada hasta el abuso más exacerbado en toda escuela de pensamiento
comunista, y ahora, finalmente, atrofiada y esclavizada al servicio del
totemismo transpsicológico y parapsicológico...
A. La IV Revolución y lo preternatural
"Omnes dii gentium daemonia",
dice la Escritura
(Ps. 95, 5) (*). En esta perspectiva estructuralista, en que la
magia es presentada como forma de conocimiento, ¿hasta qué punto es dado a un
católico divisar las fulguraciones engañosas, el cántico al mismo tiempo
siniestro y atrayente, emoliente y delirante, ateo y fetichísticamente crédulo
con el que, desde el fondo de los abismos en que yace eternamente, el príncipe
de las tinieblas atrae a los hombres que negaron a Jesucristo y a su Iglesia?
Es una pregunta sobre la cual pueden y
deben discutir los teólogos. Me refiero a los teólogos verdaderos, o sea, los
pocos que aún creen en la existencia del demonio y del infierno. Especialmente
los pocos, entre esos pocos, que tienen el coraje de enfrentar escarnios y
persecuciones publicitarias, y de hablar.
B. Estructuralismo - Tendencias pre-tribales
Sea como fuere, en la medida en que se vea
en el movimiento estructuralista una prefigura -más exacta o menos, pero en
todo caso precursora de dicha Revolución- determinados fenómenos afines con él,
que se generalizaron en los últimos diez o veinte años, deben ser vistos, a su
vez, como preparatorios y propulsores del propio ímpetu estructuralista.
Así, la caída de las tradiciones
indumentarias de Occidente, corroídas cada vez más por el nudismo, tiende
obviamente a la aparición o consolidación de hábitos en los cuales se tolerará,
a lo sumo, el cinturón de plumas de aves de ciertas tribus, alternado, donde el
frío lo exija, con ropajes más o menos a la manera de los usados por los
lapones.
La rápida desaparición de las fórmulas de
cortesía sólo puede tener como punto final la simplicidad absoluta (para
emplear apenas ese calificativo) del trato tribal.
La creciente ojeriza a todo cuanto es
raciocinado, estructurado y metodizado sólo puede conducir, en sus últimos paroxismos,
al perpetuo y fantasioso vagabundeo de la vida de las selvas, alternado,
también él, con el desempeño instintivo y casi mecánico de algunas actividades
absolutamente indispensables para la vida.
La aversión al esfuerzo intelectual, en
especial a la abstracción, a la teorización, al pensamiento doctrinario, sólo
puede inducir, en último análisis, a una hipertrofia del papel
de los sentidos y de la imaginación, a
-----------------------------------------
(*)
"Todos los dioses de los
gentiles son demonios".
esa "civilización de la imagen" respecto de la cual Paulo
VI juzgó un deber advertir a la humanidad (*).
También resultan sintomáticos los idílicos
elogios, cada vez más frecuentes, prodigados a un tipo de "revolución
cultural" generadora de una futura sociedad post-industrial, aún mal
definida, y de la cual el comunismo chino sería -conforme se lo presenta a
veces- un primer brote.
C. Una contribución sin pretensiones
Bien sabemos cuán pasibles de objeciones
son, en muchos de sus aspectos, los cuadros panorámicos, de por sí amplios y
sumarios como éste.
Necesariamente abreviado por las
limitaciones de espacio del presente capítulo, este cuadro ofrece su
contribución sin pretensiones para las reflexiones de los espíritus dotados de
aquella osada y peculiar finura de observación y de análisis que, en todas las
épocas, permite a algunos hombres prever
el día de mañana.
D. La oposición de los banales
Los otros harán, a este propósito, lo que
en todas las épocas hicieron los espíritus banales y carentes de osadía.
Sonreirán y tacharán de imposibles tales transformaciones, porque se prestan a
alterar sus hábitos mentales. Porque ellas son aberrantes al sentido común, y a
los hombres banales el sentido común les parece la única vía habitual del acontecer
histórico. Sonreirán incrédulos y optimistas ante esas perspectivas, como León
X sonrió a propósito de la trivial "querella de frailes" que fue lo
único que logró discernir en la
I Revolución naciente. O como sonrió el feneloniano Luis XVI
ante las primeras efervescencias de la II Revolución, que se le presentaban en
espléndidos salones palaciegos, mecidas a veces al son argentino del
clavicordio; o si no luciendo discretamente en los ambientes y en las escenas
bucólicas a la manera del “Hameau” de su esposa. Como sonríen, aun hoy,
optimistas, escépticos, ante los manejos del risueño comunismo post-staliniano,
o ante las convulsiones que presagian la IV Revolución,
muchos de los representantes -y aún de los más altos- de la Iglesia y de la sociedad
temporal en Occidente.
Si algún día la III o la IV Revolución
dominaren la vida temporal de la humanidad, acolitadas en la esfera espiritual
por el progresismo ecuménico, lo deberán más a la incuria y colaboración de estos risueños
---------------------------------------
(*) "Bien sabemos que el hombre moderno, saturado de discursos, se
muestra muchas veces cansado de oír y, peor aún, como inmunizado contra la
palabra. Conocemos también las opiniones de numerosos psicólogos y sociólogos
que afirman que el hombre moderno ya ha transpuesto la civilización de la
palabra, la cual se tornó prácticamente ineficaz e inútil; y que vive, hoy en
día, en la civilización de la imagen" (cfr. Exhortación apostólica
“Evangelii Nuntiandi", 8.XII.1975, Documentos Pontificios, N° 188, Ed. Vozes, Petrópolis, 1984, 6ª ed., p. 30).
optimistas profetas del "sentido común", que a toda la
saña de las huestes y de los servicios de propaganda revolucionarios. Profetas
éstos de un extraño género, pues sus profecías consisten en afirmar
invariablemente que "nada sucederá".
***** Comentario agregado en 1992
La oposición
de los “profetas del sentido común”
Esas diversas formas de optimismo acabaron
por contrastar de tal manera con los hechos que se siguieron a las ediciones
anteriores de “Revolución y Contra-Revolución” que, para sobrevivir, los
espíritus adeptos a ellas se refugiaron en la esperanza falaz y meramente
hipotética de que los últimos acontecimientos en el Este europeo determinarán
la desaparición definitiva del comunismo, y por tanto del proceso
revolucionario, del cual éste era, hasta hace poco, la punta de lanza. Sobre
esas esperanzas, ver los comentarios agregados en esta edición al Capítulo II
de esta III Parte.*****
* * *
(76)
Continuación del texto de 1976
E. Tribalismo eclesiástico - Pentecostalismo
Hablemos de la esfera espiritual.
Evidentemente, la IV
Revolución también quiere reducirla al tribalismo. Y el modo
de hacerlo ya se puede notar claramente en las corrientes de teólogos y
canonistas que tienen en vista transformar la noble y ósea rigidez de la
estructura eclesiástica, tal como Nuestro Señor Jesucristo la instituyó y
veinte siglos de vida religiosa la modelaron magníficamente, en un tejido
cartilaginoso, blando y amorfo, de diócesis y parroquias sin circunscripciones
territoriales definidas, de grupos religiosos en los que la firme autoridad
canónica va siendo substituida gradualmente por el ascendiente de los
"profetas" más o menos pentecostalistas, congéneres ellos mismos de
los hechiceros del estructural-tribalismo, con cuyas figuras acabarán por
confundirse. Como también con la tribu-célula estructuralista se confundirá,
necesariamente, la parroquia o la diócesis progresista-pentecostalista.
***** Comentario agregado en 1992:
“Desmonarquización”
de las autoridades eclesiásticas
En esta perspectiva, que tiene algo de
histórico y de conjetural, ciertas modificaciones de suyo ajenas a ese proceso
podrían ser vistas como pasos de transición del statu quo pre-conciliar al extremo opuesto aquí indicado. Por
ejemplo, la tendencia a la colegialización como el modo de ser obligatorio de
todo poder dentro de la
Iglesia y como expresión de cierta
"desmonarquización" de la autoridad eclesiástica, la cual ipso facto quedaría, en cada grado,
mucho más condicionada que antes al escalón inmediatamente inferior.
Todo esto, llevado a sus consecuencias
extremas, podría tender a la instauración estable y universal, dentro de la Iglesia, del sufragio
popular, que en otros tiempos fue adoptado por la Iglesia, a veces, para
llenar ciertos cargos jerárquicos; y, en un último lance, podría alcanzar, en
el cuadro soñado por los tribalistas, una indefendible dependencia de toda la Jerarquía en relación al
laicado, presunto portavoz necesario de la voluntad de Dios.
"De la voluntad de Dios", sí, que
ese mismo laicado tribalista conocería a través de las revelaciones
"místicas" de algún brujo, gurú pentecostalista o hechicero; de modo
que, obedeciendo al laicado, la
Jerarquía supuestamente cumpliría su misión de obedecer la
voluntad del propio Dios. *****
* *
*
(76)
Continuación del texto de 1976
3. Deber de
los contra-revolucionarios ante la IV Revolución naciente
Cuando incontables hechos se presentan
susceptibles de ser alineados de manera que sugieren hipótesis como la del
nacimiento de la IV
Revolución, ¿qué le resta hacer al contra-revolucionario?
En la perspectiva de “Revolución y
Contra-Revolución”, le toca, ante todo, acentuar la preponderante importancia
que, en el proceso generador de la IV Revolución y en el mundo de ella nacido, cabe
a la Revolución
en las tendencias (cfr. Parte I, cap. V, 1-3). Y prepararse para luchar, no
sólo con la intención de alertar a los hombres contra esta preponderancia de
las tendencias -fundamentalmente subversiva del buen orden humano- que así se
va incrementando, como a usar, en el plano tendencial, de todos los recursos
legítimos y válidos para combatir esa misma Revolución en las tendencias. Le
cabe también observar, analizar y prever los nuevos pasos del proceso, para ir
oponiendo, lo antes posible, todos los obstáculos contra la suprema forma de
guerra psicológica revolucionaria, que es la IV Revolución
naciente.
Si la IV Revolución
tuviere tiempo para desarrollarse antes que la III Revolución
intente su gran aventura, tal vez la lucha contra ella exija la elaboración de
un nuevo capítulo de “Revolución y Contra-Revolución”. Y tal vez ese capítulo
ocupe por sí solo un volumen igual al consagrado aquí a las tres revoluciones
anteriores.
En efecto, es propio de los procesos de
decadencia complicarlo todo, casi hasta el infinito. Y por eso cada etapa de la Revolución es más
complicada que la anterior, obligando a la Contra-Revolución
a esfuerzos paralelamente más pormenorizados y complejos.
Con esas perspectivas sobre la Revolución y la Contra-Revolución,
y sobre el futuro del presente trabajo ante una y otra, concluimos las
presentes consideraciones.
Inciertos, como todo el mundo, sobre el día
de mañana, elevamos nuestros ojos en actitud de oración hacia el excelso trono
de María, Reina del Universo. Y, al mismo tiempo, afloran a nuestros labios,
adaptadas a Ella, las palabras del salmista dirigidas al Señor:
"Ad te levavi
oculos meos, quae habitas in coelis. Ecce sicut oculi servorum in manibus
dominorum suorum. Sicut oculi ancillae in manibus dominae suae; ita oculi
nostri ad Dominam Matrem nostram donec misereatur nostri" (cfr. Ps. 122,
1-2) (*).
Sí, volvemos nuestros ojos hacia la Señora de Fátima,
pidiéndole cuanto antes la contrición que nos obtenga los grandes perdones, la
fuerza para que trabemos los grandes combates, y la abnegación para que seamos
desprendidos en las grandes victorias que traerán consigo la implantación del
Reino de Ella. Victorias éstas que deseamos de todo corazón, aunque para llegar
hasta ellas la Iglesia
y el género humano tengan que pasar por los castigos apocalípticos -mas cuán
justicieros, regeneradores y misericordiosos- por Ella previstos en 1917 en la Cova da Iria.
-------------------------------------------
(*) "Levanté mis ojos
hacia Ti, que habitas en los cielos. Hélos como los ojos de los siervos,
puestos en las manos de sus señores. Como los ojos del esclavo fijos en las
manos de su Señora, así nuestros ojos están fijos en la Señora Madre Nuestra
hasta que Ella tenga misericordia de nosotros".
Conclusión
Interrumpimos la parte final de “Revolución
y Contra-Revolución”, edición brasileña de 1959, para actualizar, en las
páginas que preceden, el texto original.
Hecho lo cual, nos preguntamos si la
pequeña Conclusión del texto original de 1959 y de las ediciones posteriores,
merece aún ser mantenido, o si comporta, por lo menos, alguna modificación. La
releemos con cuidado. Y llegamos a la persuasión de que no hay motivo para no
mantenerla, así como no hay razón para alterarla en cosa alguna.
Decimos hoy, como dijimos entonces:
En realidad, por todo cuanto aquí se dijo,
para una mentalidad puesta en la lógica de los principios contra-revolucionarios,
el cuadro de nuestros días es muy claro. Estamos en los lances supremos de una
lucha, que llamaríamos de muerte si uno de los contendores no fuese inmortal,
entre la Iglesia
y la Revolución.
Hijos de la
Iglesia, luchadores en las batallas de la Contra-Revolución,
es natural que, al cabo de este trabajo, lo consagremos filialmente a Nuestra
Señora.
La primera, la grande, la eterna
revolucionaria, inspiradora y fautora suprema de esta Revolución, como de las
que la precedieron y le sucedieren, es la Serpiente, cuya cabeza fue aplastada por la Virgen Inmaculada.
María es, pues, la Patrona
de todos los que luchan contra la Revolución.
La mediación universal y omnipotente de la Madre de Dios es la mayor
razón de esperanza de los contra-revolucionarios. Y en Fátima Ella ya les dio
la certeza de la victoria, cuando anunció que, aun después de un eventual progreso
del comunismo en el mundo entero, “por fin su Inmaculado Corazón triunfará”.
Acepte la Virgen, pues, este homenaje filial, tributo de
amor y expresión de confianza absoluta en su triunfo.
No querríamos dar por terminado el presente
ensayo sin un homenaje de filial devoción y obediencia irrestricta al “dulce
Cristo en la tierra”, columna y fundamento infalible de la Verdad, Su Santidad el Papa
Juan XXIII.
"Ubi
Ecclesia ibi Christus, ubi Petrus ibi Ecclesia”. Es, pues, hacia el Santo Padre que se vuelve todo nuestro
amor, todo nuestro entusiasmo, toda nuestra dedicación. Es con estos
sentimientos, que animan todas las páginas de “Catolicismo” desde su fundación,
que nos lanzamos también a la publicación de este trabajo.
Sobre cada una de las tesis que lo
constituyen no tenemos en nuestro corazón la menor duda. Las sujetamos todas,
sin embargo, irrestrictamente al juicio del Vicario de Jesucristo, dispuestos a
renunciar de inmediato a cualquiera de ellas, desde que se distancie, aunque
sea levemente, de la enseñanza de la Santa Iglesia, nuestra Madre, Arca de Salvación y
Puerta del Cielo.
Postfacio (de 1992)
Con las palabras anteriores concluí las
diversas ediciones de “Revolución y Contra-Revolución” aparecidas desde 1976.
Al leer esas palabras, quien tiene en manos la presente edición, aparecida en
1992, se preguntará necesariamente en qué situación se encuentra hoy el proceso
revolucionario. ¿Vive aún la
III Revolución, después de los acontecimientos de 1991? (cfr.
Parte III, Cap. II, agregado al ít. 1,B). ¿O la caída del imperio soviético y
el extremo aflojamiento de los vínculos federales en lo que resta de él permite
afirmar que la IV
Revolución ya está en vías de irrumpir en lo más profundo de
la realidad política del Este europeo, o inclusive que ya venció?
Es necesario hacer una distinción. En los
presentes días, las corrientes que propugnan la implantación de la IV Revolución se
extendieron -aunque bajo formas diversas- al mundo entero y manifiestan por
casi todas partes una sensible tendencia a aumentar de volumen.
En ese sentido, la IV Revolución va en
un crescendo promisorio para quienes
la desean y amenazador para los que se baten contra ella. Pero habría evidente
exageración en decir que el orden de cosas actualmente existente en la ex-URSS
ya es totalmente modelado según la IV Revolución y que allí no resta nada más de la III Revolución.
La IV Revolución, aunque también incluya el aspecto político, es una
Revolución que se califica a sí misma de "cultural", o sea, que
abarca grosso modo todos los aspectos
del existir humano. Así, los entrechoques políticos que surjan entre las
naciones que componían la URSS
podrán condicionar fuertemente a la IV Revolución, pero es difícil que se impongan de
un modo dominante a los acontecimientos, es decir, a todo el conjunto de actos
humanos que la "revolución cultural" comporta.
Pero, ¿y la opinión pública de los países
que hasta ayer eran soviéticos (y que en buen número aun son gobernados por
antiguos comunistas)? ¿No tiene ella algo que decir sobre esto, ya que
representó, según “Revolución y Contra-Revolución”, un papel tan grande en las
Revoluciones anteriores?
La respuesta a esa pregunta se da por medio
de otras: ¿Existe verdaderamente opinión pública en aquellos países? ¿Puede ser
ella empeñada en un proceso revolucionario sistemático? En caso negativo, ¿cuál
es el plan de los más altos dirigentes nacionales e internacionales del
comunismo acerca del rumbo que se debe dar a esa opinión?
Es difícil responder a todas estas
preguntas, dado que en este momento la opinión pública de lo que fue el mundo
soviético se presenta evidentemente átona, amorfa, inmovilizada bajo el peso de
70 años de dictadura total, en la que cada individuo temía, en muchos
ambientes, expresar su opinión religiosa o política a su pariente más próximo o
a su más íntimo amigo, porque una probable delación -velada u ostensible,
verídica o calumniosa- podría lanzarlo a trabajos forzados sin fin, en las
heladas estepas de Siberia. Sin embargo, en cualquier caso, es necesario
responder a estas preguntas antes de elaborar cualquier pronóstico sobre el
curso de los acontecimientos en lo que fue el mundo soviético.
Agréguese a lo expuesto, que los medios
internacionales de comunicación continúan refiriéndose, como hemos dicho, a la
eventual migración de hordas hambrientas, semi-civilizadas (lo que equivale a
decir semi-bárbaras) a los bien abastecidos países europeos, que viven en el
régimen consumista occidental.
¡Pobre gente, llena de hambre y vacía de
ideas, que entonces entraría en choque con el mundo libre, sin comprenderlo;
mundo éste que, en ciertos aspectos, podría ser calificado de super-civilizado
y, en otros, de gangrenado!
¿Qué resultaría de este entrechoque, sea en
la Europa invadida,
sea, por reflejo, en el antiguo mundo soviético? ¿Una Revolución
autogestionaria, cooperativista, estructural-tribalista (*), o
directamente un mundo de anarquía total, de caos y de horror, que no vacilaríamos
en calificar de V Revolución?
En el momento en que esta edición sale a
luz es manifiestamente prematuro responder a tales preguntas. Pero el futuro se
nos depara tan cargado de imprevistos, que mañana tal vez ya sea demasiado
tarde para hacerlo. Pues, ¿cuál sería la utilidad de los libros, de los
pensadores, de lo que, en fin, reste de civilización en un mundo tribal, en el
que estuviesen desatados todos los huracanes de las pasiones humanas
desordenadas y todos los delirios de los "misticismos" estructural-tribalistas?
Trágica situación ésa, en la cual nadie sería cosa alguna, bajo el imperio de la Nada...
*
* *
Gorbachev continúa en Moscú. Y ahí permanecerá por lo
menos mientras no se decida a
aceptar las invitaciones altamente promocionales que se apresuraron a hacerle,
poco después de su caída, los rectores de las
--------------------------------------------
(*) Cfr. Comentario de 1992 a la Parte III, Capítulo II,
ít. I, B, bajo el título: “Perestroika
y Glasnost: ¿desmantelamiento de la III Revolución o
metamorfosis del comunismo?
prestigiosas universidades de Harvard, Stanford y Boston (cfr.
“Folha de S. Paulo”, 21-XII-91). Eso, si no prefiriere el regio hospedaje ofrecido
por Juan Carlos I, Rey de España, en el célebre Palacio de Lanzarote, en las
Islas Canarias (cfr. “O Estado de S. Paulo”, 11-I-92), o la cátedra a la que fuera invitado por el
famoso Collège de France (cfr. “Le Figaro”, París, 12-III-92).
Ante tales alternativas, el ex-líder
comunista, derrotado en Oriente, parece tener sólo el embarazo de escoger entre
las más lisonjeras invitaciones en Occidente. Hasta el momento, sólo se ha
decidido por escribir una serie de artículos para una cadena de diarios del
mundo capitalista, mundo en cuyas altas esferas continúa encontrando un apoyo
tan fervoroso como inexplicable. Y a hacer un viaje a los Estados Unidos
rodeado de gran aparato publicitario, a fin de conseguir fondos para la llamada
Fundación Gorbachev.
Así, mientras Gorbachev se encuentra en la
penumbra en su propia patria –e inclusive en Occidente su papel viene sufriendo
serios cuestionamientos- magnates de Occidente se empeñan de diversos modos en
mantener enfocadas sobre el hombre de la perestroika
las luces de una lisonjera publicidad, el cual, sin embargo, insistió durante
toda su carrera política en mostrar que esa reforma propuesta por él no es lo
contrario del comunismo, sino un requinte
de éste (*).
En cuanto a la floja federación soviética
que agonizaba cuando Gorbachev fue arrojado del Poder, acabó por transformarse
en una casi imaginaria "Comunidad de Estados Independientes", entre
cuyos componentes se vienen produciendo serias fricciones, que causan
preocupación a hombres públicos y a analistas políticos. Tanto más cuanto
varias de esas repúblicas o republiquetas poseen armamentos atómicos y pueden
lanzarlos unas contra otras (o contra los adversarios del Islam, del que la influencia
en el mundo ex-soviético crece día a día), con viva aprensión para los que se preocupan por el
equilibrio planetario.
Los efectos de esas eventuales agresiones
atómicas pueden ser múltiples. Entre ellos, principalmente, el éxodo de
poblaciones contenidas otrora por lo que fue la Cortina de Hierro, las
que, apremiadas por los rigores de un invierno habitualmente inclemente y por
los riesgos de catástrofes inmensas, pueden sentir redoblados impulsos de
"pedir" la hospitalidad de Europa Occidental. Y no sólo de ella, sino
también de naciones del continente americano...
-----------------------------------------
(*) cfr. Comentario de 1992 a la Parte III, Capítulo II,
1, B, bajo el título: “Perestroika
y glasnost: ¿desmantelamiento de la III Revolución o
metamorfosis del comunismo?”
Al encuentro de esas perspectivas, en el
Brasil, el Sr. Lionel Brizola, Gobernador del Estado de Rio de Janeiro, con el
aplauso del Ministro de Agricultura del Brasil, propuso atraer labradores del
Este europeo dentro de los programas oficiales de Reforma Agraria (cfr. “Jornal da Tarde”, S. Pablo, 27-XII-91).
Enseguida el Presidente de Argentina, Carlos Menem, en contactos con la Comunidad Económica
Europea, se manifestó dispuesto a que su país acoja a muchos miles de esos
inmigrantes (cfr. “Ambito Financiero”, Bs. As., 19-II-92). Y poco después, la
titular de la Cancillería
colombiana, Sra. Nohemí Sanín, expresó que el gobierno de su país estudia la
admisión de técnicos provenientes del Este (cfr. “El Tiempo”, Bogotá, 22-II-92).
Hasta esos extremos pueden llegar las oleadas de las invasiones.
¿Y el comunismo? ¿Qué ha sido de él? La
fuerte impresión de que éste había muerto se apoderó de la mayor parte de la
opinión pública de Occidente, deslumbrada ante la perspectiva de una paz
universal de duración indeterminada. O quizá de una duración perenne, con la
consecuente desaparición del terrible fantasma de la hecatombe nuclear mundial.
Sin embargo, esta "luna de miel"
de Occidente con su supuesto paraíso de distensión y de paz, viene perdiendo
gradualmente su brillo.
En efecto, nos referimos un poco más arriba
al peligro de agresiones de toda clase, que relampaguea en los territorios de
la finada URSS. Nos cabe luego preguntar si el comunismo ha muerto. Al
principio, las voces que ponían en duda la autenticidad de la muerte del
comunismo fueron escasas, aisladas y pobres en fundamentos.
No obstante, poco a poco, de un lado o de
otro, fueron apareciendo sombras en el horizonte. En naciones de Europa central
y de los Balcanes, y también del propio territorio de la ex-URSS, se fue
notando que, en algunos casos, los nuevos dueños del Poder eran figuras de destaque
de los partidos comunistas locales. Excepto en Alemania Oriental, el recorrido
hacia la privatización se viene haciendo la mayoría de las veces a pasos de
tortuga, lentos y sin rumbo enteramente definido.
O sea, ¿puede decirse que en esos países el
comunismo ha muerto? ¿O que simplemente entró en un complicado proceso de
metamorfosis? Las dudas a este respecto vienen creciendo, mientras los últimos
ecos de la alegría universal por la supuesta caída del comunismo se van
apagando discretamente.
En cuanto a los partidos comunistas
existentes en Occidente, se marchitaron de modo evidente al estampido de los
primeros derrumbes en la
URSS. Pero ya hoy varios de ellos comienzan a reorganizarse
con rótulos nuevos. ¿Es este cambio de rótulo una resurrección? ¿Una
metamorfosis? Me inclino preferentemente por esta última hipótesis. Certezas,
sólo el futuro podrá brindarlas.
Esta actualización del cuadro general en
función del cual el mundo va tomando posición, me pareció indispensable como
intento de poner un poco de claridad y de orden en un horizonte en cuyos
cuadrantes lo que principalmente crece es el caos. ¿Cuál es el rumbo espontáneo
del caos sino una indescifrable acentuación de sí mismo?
* * *
En medio de ese caos, sólo algo no variará. Es, en mi corazón y en
mis labios, como en el de todos los que ven y piensan conmigo, la oración
transcripta un poco más arriba(*): "Ad Te levavi óculos meos, quae habitas
in Coelis. Ecce sicut oculi servorum in manibus dominorum suorum. Sicut oculi
ancillae in manibus dominae suae; ita oculi nostri ad Dominam Matrem nostram
donec misereatur nostri". Es la afirmación de la invariable confianza del
alma católica, arrodillada, pero firme, en medio de la convulsión general.
Firme, con toda la
firmeza de los que, en medio de la borrasca, y con una fuerza de alma mayor que
ésta, continuaren afirmando desde lo más hondo del corazón: “Credo in unam
Sanctam, Catholicam et Apostolicam Ecclesiam”, o sea, “Creo en la Iglesia Católica,
Apostólica y Romana contra la cual, según la promesa hecha a Pedro, las puertas
del infierno no prevalecerán”.
--------------------------------------
(*) cfr. Parte III, Cap. III,
ít. 3.
Versión revisada por Defensa de la Civilización Cristiana
– NOA – Argentina – julio de 2007
Puesta
a disposición del público en Navidad de 2008